El campo había quedado en silencio.
Solo se escuchaba el sonido del viento rozando las gradas y el zumbido lejano de los reflectores.
Lucas y Abril seguían sentados en el mismo banco, sin hablar, mirando las luces que parpadeaban sobre el césped húmedo.
Era una de esas noches donde el tiempo parecía estirarse, como si el mundo entero se hubiera detenido solo para ellos.
Abril fue la primera en romper el silencio.
—No me quiero ir todavía.
Lucas la miró, con una media sonrisa.
—Entonces quédate.
—¿Y si nos cierran el portón?
—Saltamos —bromeó él. —No sería la primera vez.
Ella soltó una risa suave.
—Eres incorregible.
—Y tú, demasiado prudente. —La miró fijo. —Pero así te quiero.
La frase la tomó por sorpresa.
No por lo que decía, sino por la naturalidad con que lo dijo.
Sin esfuerzo, sin dramatismo, solo verdad.
Abril bajó la mirada, jugueteando con el borde de su chaqueta.
—No digas eso tan fácil.
—¿Por qué?
—Porque si lo dices así… me dan ganas de creerte.
Lucas se inclinó apenas hacia ella, con esa calma que solo él sabía fingir bien.
—Entonces créeme que.
Los ojos de Abril se encontraron con los suyos.
No había rastro de la tensión de antes, solo esa cercanía que quema y tranquiliza al mismo tiempo.
El viento movió un mechón de su cabello, y él lo apartó con los dedos, rozando apenas su mejilla.
El contacto fue tan leve que bastó para acelerarles la respiración a los dos.
—Siempre tuviste miedo de esto, ¿no? —preguntó Lucas en voz baja.
—¿De qué?
—De sentir algo por mí.
Abril sonrió con ironía.
—Sí, bueno… en mi defensa, eras un poco insoportable.
Él rio.
—Y tú eras imposible de ignorar.
—Eso suena…
—A verdad—respondió, con un tono más serio.
El aire se volvió denso, como si todo alrededor desapareciera.
Lucas estiró la mano y entrelazó sus dedos con los de ella.
Esta vez, Abril no se apartó.
Sintió el calor de su piel, el pulso acelerado, la calma que solo se siente cuando algo encaja donde debe estar.
—¿Sabes que todavía me cuesta creer que estés aquí —dijo él. —Pensé que nunca más ibas a querer verme.
—Yo también lo pensé —admitió ella. —No sabes cuánto te extrañe.
Lucas la miró, con una mezcla de ternura y asombro.
—No sabes cuánto necesitaba escuchar eso.
—No lo digas como si ya lo tuvieras todo arreglado —le advirtió ella, aunque la sonrisa la traicionó.
—No, todavía no —dijo él, acercándose apenas un poco más. —Pero esta vez quiero hacerlo bien.
Abril sintió que el corazón le latía tan fuerte que temió que él lo escuchara.
No dijo nada.
Solo lo dejó acercarse, con la mirada fija en la suya.
Cuando sus frentes se rozaron, el mundo se redujo a un instante, su respiración, su perfume, la noche alrededor.
No se besaron de inmediato.
No lo necesitaban.
Había algo más poderoso que eso, el reconocimiento mutuo, la certeza de que ambos querían lo mismo.
—Lucas… —susurró ella, apenas audible.
—¿Mm?
—No permitamos que nadie nos vuelva a separar
Él sonrió ampliamente, sin separarse.
—Jamás y prometo que siempre te diré la verdad de todo.
—Prometo siempre escucharte solo a ti— Lo miró a los ojos. —Siempre…
Lucas asintió despacio, y esa fue la promesa más sincera que pudo darle.
Sin palabras.
Solo un leve roce de sus labios sobre los de ella.
El beso fue suave al principio, temeroso, como si ambos probaran la posibilidad de volver a confiar.
Pero luego se volvió más profundo, más real.
No era un beso de impulso, sino de reencuentro.
De perdón.
De todo lo que no se habían dicho.
Cuando se separaron, ninguno habló.
El silencio tenía sabor a calma y a fuego.
—Esto cambia todo —susurró Abril.
—Sí —respondió él, sin dejar de mirarla. —Pero no quiero que vuelva a doler.
—Entonces no lo arruinemos.
—No pienso hacerlo. Ya lo prometimos.
Ella apoyó la cabeza sobre su hombro, y él pasó un brazo alrededor de ella.
El frío se coló entre los árboles, pero ellos no lo sintieron.
El calor que se formó entre los dos era suficiente.
Por primera vez en mucho tiempo, Abril no pensó en el pasado.
No recordó las risas ni los miedos.
Solo el presente.
El sonido de su respiración mezclándose con la de él, el latido acompasado de sus corazones, la seguridad de saber que, al fin, estaban en el mismo lugar.
Un par de luces se apagaron en la cancha, y Lucas levantó la vista.
—Creo que acaban de echarnos.
—Entonces huimos por el portón lateral —bromeó ella.
Él rio bajito.
—Mira quién se volvió rebelde.
—Debo estar mal influenciada.
Se levantaron, todavía tomados de la mano, y caminaron hacia la salida entre risas cómplices.
El anillo brilló débilmente bajo la luz del poste, reflejando el último destello del día.
Antes de subir a la moto, Abril lo detuvo.
—Lucas.
—¿Sí?
—Gracias por quedarte.
Él sonrió, tocando su mejilla con el pulgar.
—Gracias por volver.
Y aunque la noche caía completa, había algo en el aire que seguía brillando.
No eran las luces de la cancha ni el reflejo del anillo.
Era la chispa que volvía a encenderse entre ellos.
Esa que, sin importar cuántas veces se apagara, siempre encontraba el modo de volver a arder.
. . .
Abril abrió los ojos.
Por un momento, no recordó dónde estaba.
El aroma a café recién hecho, el sonido lejano del gallo del vecino y el silencio sin bocinas le recordaron que seguía en la casa de la abuela de Sofía.
Sonrió sola, recostada entre las sábanas.
La escena de la noche anterior volvía a su mente como una película: el campo, las luces, el viento jugando con su cabello, las manos de Lucas sosteniéndola con tanta suavidad que había olvidado por completo que existía el miedo.