Costa Brava — España Verano, ocho años más tarde
El viento salado empuja el olor a mar hacia la terraza, donde Abril sostiene una paleta llena de pintura azul. Lleva una remera grande manchada y shorts viejos que dejaron de ser presentables hace años.
El sol cae, naranja y cálido, sobre el patio.
Su cabello está recogido, pero varios mechones rebeldes le caen sobre las mejillas. Las pecas, multiplicadas por el sol del Mediterráneo, parecen pequeñas constelaciones en su piel.
Frente a ella, apoyado contra una pared blanca recién terminada, Lucas afloja los tornillos del marco de una ventana con una actitud de absoluta concentración.
—No sé por qué insistís en arreglar todo sin manual —dice Abril, limpiándose un poco de pintura en la pierna.
—Porque el manual siempre empieza diciendo “no lo haga sin supervisión profesional” —responde él— y eso automáticamente me da ganas de hacerlo.
Ella ríe.
Ocho años después, su risa sigue siendo su sonido favorito.
Abril camina hacia la baranda, con la pintura aún fresca en la mano. Desde la terraza puede ver el mar azul, inmenso, infinito, y un pequeño grupo de casas blancas recortadas contra el acantilado.
Esa es su nueva vista.
Su nueva vida.
Lucas aparece detrás, pasando un brazo alrededor de su cintura.
—Todavía no lo puedo creer —dice ella, observando el horizonte.
—¿El qué?
—Que esto sea nuestro. —Señala la casa, la terraza, el mar. —Que lo construimos.
Y que no fue por impulso.
Fue por decisión.
Lucas no mira la vista.
La mira a ella.
—Yo no construí esto —dice.
—Perdón, yo solo pinté la mitad de esa pared —responde Abril señalando el desastre abstracto en el interior. Sin darse cuenta a qué se refería Lucas, su amor de la adolescencia y ahora su esposo.
—No hablo de la casa —murmura él.
Ella lo mira, confundida. Lucas respira profundo, con la voz más tranquila que alguna vez tuvo.
—Tú construiste mi vida —dice.
No lo dice para impactar.
Lo dice como quien confiesa un pensamiento que lleva demasiados años adentro.
Abril deja la paleta a un costado.
—Lucas…
—No es poesía —agrega él. —Es literal. Antes de tí, yo no tenía rumbo. Reaccionaba a la vida, no la elegía. Después… —él toca su sien— empecé a imaginar futuro.
Ella lo mira, con la vista nublada.
—No te imaginé como destino —continúa él. —Te imaginé como compañera.
Aprieta suave su cintura.
—Mi compañero favorito para equivocarme, empezar de cero y volver a intentar.
Abril parpadea, tragando emoción.
—No somos perfectos —dice ella.
—No. —Lucas sonríe. —Somos mejores. Somos reales.
Ella pasa los dedos por su cuello, suave, familiar.
—¿Tú te das cuenta de que… crecimos juntos? —susurra.
—Nos elegimos mientras crecíamos —corrige él.
En ese momento, una brisa fuerte sopla desde el mar.
La pintura se seca en la paleta.
El sol termina de caer.
La terraza queda iluminada por las luces que colgaron esa tarde: bombillas pequeñas, cálidas, improvisadas.
Lucas adelanta su mano y con el pulgar roza una de sus pecas, esa que se ubica cerca del labio.
—Siempre quise preguntarte algo —dice él.
—Dime cariño.
—¿Nunca tuviste miedo de que yo me fuera?
Abril no lo piensa.
—Claro que sí —admite. —Mil veces.
Lucas baja la mirada.
—¿Y entonces por qué te quedaste?
Ella le toma el rostro entre las manos.
—Porque tú dejaste de ser un riesgo y te volviste un hogar.
Él se ríe, suavemente.
—Firefly…
—No. —Ella le corta, mirándolo a los ojos. —Ya no soy tu luciérnaga.
Él frunce el ceño, confundido.
Abril apoya su frente contra la suya.
—Soy tu faro ahora. Porque ya no ilumino para huir.
Ilumino para volver.
Los ojos de Lucas brillan como si las palabras lo atravesaran.
—Y tú… —continúa Abril— siempre encontraste el camino hacia mí.
Él la besa.
No como un beso de promesa.
Ni como un beso de película.
Como un beso de vida.
De dos personas que eligieron quedarse.
Esa noche, cenan en el suelo del living porque aun no llegaban todos sus muebles de la mudanza.
Hay pizza.
Y vino.
Y música bajita.
La casa está vacía, pero se siente llena.
Al terminar de comer, Lucas abre la computadora y gira la pantalla hacia ella.
—Mira.
Es una carpeta.
Título: Proyecto 2033
Adentro hay planos, diseños, presupuestos.
Abril abre la carpeta y lee el encabezado.
“Primer estudio creativo comunitario — Abril & Lucas”
—Queremos hacer esto… ¿juntos? —pregunta ella, con la voz temblando.
Lucas responde sin dudar.
—Lo venimos haciendo desde que te conocí.
Abril respira.
Después sonríe.
—Entonces sigamos.
Lucas toma su mano.
—Hasta donde la vida nos lleve.
—No. —corrige ella. —Hasta donde el amor nos elija.
Él asiente.
Y en el silencio que sigue, ambos entienden lo mismo:
El futuro no es un lugar.
Es una decisión.
Una que se toma todos los días.
Y mientras las luces de la terraza titilan, y el mar golpea suavemente contra las rocas, y sus manos siguen entrelazadas,
Abril piensa que algunas historias no terminan.
Solo cambian de escenario.