Rebeca Stain
Era hija única; no sabía porque siempre tenía la necesidad de mencionarlo. Quizás se debía a que eso me convertía en el mundo entero para mis padres, y abuela. Crecí siendo la adoración de todos quienes me rodeaban, en especial de mi padre, quien nunca escatimaba en decirme cuanto me amaba, mencionando lo especial que era y el gran futuro que me esperaba junto a él una vez que cumpliera sus objetivos y se convirtiera en uno de los mejores empresarios de país.
Él amaba a mi madre, ambos lo hacíamos, era encantadora, guapa, y muy inteligente. Se habían conocido desde muy jóvenes, y lucharon codo a codo para darme un buen futuro; papá trabajaba y ella cuidaba de mí, hasta que un día simplemente se cansó de no tener la atención de su esposo, buscó refugio en brazos de otro y nos abandonó. Eso destrozó a mi padre, pero lejos de dejarse desfallecer, tomó todo ese dolor y lo utilizó como impulso para alcanzar sus objetivos, convirtiéndose años después en el dueño de una de las mejores empresas Inmobiliarias del país.
Pero, ya nada era lo mismo, aquel hombre risueño y cariñoso que amaba a su hija se había perdido en un mar de dolor, amargura y resentimiento. Y todo empeoró cuando llegué a la adolescencia y tuve mi “primer corazón roto”, creí que sabría comprenderme por haber pasado por lo mismo, pero fue todo lo contrario.
El ver cómo me derrumbaba, y saber lo difícil que se me fue salir de aquel fango emocional en que me había sumergido por el fin de una relación de año y medio hizo que dudara de mi capacidad, ya que él sufrió el abandono de la mujer que amó toda su vida y lo sobrellevó de una mejor manera.
Los “sé que puedes con todo” fueron sustituidos por “Tendrás que elegir a un buen esposo que vele por ti, alguien que sea capaz de llevar las riendas de mis empresas una vez que me haya ido”.
No importaba cuánto me esforzara, era incapaz de cumplir sus expectativas, aun cuando me gradué con honores en la universidad a los veintidós años. Dejó de concentrarse en mi capacidad, y se limitó a incitarme a resaltar mi belleza; los mejores salones, las mejores tiendas, cosméticos, aparatos electrónicos y más, todo lo que mi vanidosa alma pudiera desear.
Me entregaba todo, menos su confianza y apoyo para alcanzar mis sueños de ser una empresaria.
Después de un tiempo me cansé de intentar ganar su aprobación, y comencé a buscar algo de diversión en otras áreas, que no fuesen laborales; bares, clubes, bailes, alcohol, y encuentros casuales con extraños se convirtieron en mi zona de confort. Poco a poco fui perdiendo el interés en trabajar para mi padre, me acostumbré a ser solo un accesorio que lucía bien a su lado, ya que eso me permitía continuar con el que se había convertido en mi estilo de vida.
Y así trascurrieron tres años.
El sexo con extraños era la mejor manera de satisfacerme y cumplir algunas de mis fantasías sin llegar a nada serio; no buscaba amor, ni quería estar en una relación, solo buscaba darles rienda suelta a mis deseos carnales más oscuros.
Mi padre no sabía de las cosas que hacía en las noches de fiesta, suerte que el trabajo ocupaba el cien por ciento de su tiempo, lo que me permitía ser libre de hacer lo que quisiera, siempre y cuando no perjudicara la imagen de las empresas.
Él esperaba el día en que conocería a mi futuro esposo, según solía decir, el hombre que me llevara al altar sería quien dirigiría sus empresas. Lo que no sabía, era que casarme no se encontraba en mis planes a futuro.
—Presta atención cuando los hombres hablan, Rebeca… quizás aprendas algo que no te enseñaron en la universidad.
Alcé la mirada de la pantalla de mi teléfono, un tanto sobresaltada, una vez que la voz de mi padre resonó en aquel lugar, y procedí a dejar el objeto sobre la mesa, mientras me giraba en dirección a la persona que se encontraba frente a nosotros, expresando cuales podrían ser sus aportes a la empresa, si lo aceptaban.
Si era honesta, no me encontraba en condiciones para estar en una reunión de aquella índole, la noche anterior había bebido en un bar y tenía una ligera, pero muy molesta, resaca. De tener el presentimiento de que mi padre me invitaría a acompañarlo me hubiese preparado, pero ¿qué iba a saber? Muy raras veces mi presencia a su lado servía para algo que no fuese lucir en las fiestas de beneficencia.
Como había dicho antes, yo era un simple accesorio que lucía bien a su lado.
Nunca me tomaba en cuenta para algo importante que tuviese que ver con la empresa, por lo que en aquel momento me sentía como pez fuera del agua, necesitando con urgencia un café.
—Me disculpo, papá… Por favor, señor Mitchel, le ruego que continúe. —me alcé de hombros, fingiendo interés en el tema, mientras me recargaba en el asiento y cruzaba las piernas.
—P-Pues —él se aclaró la garganta. —. C-Como les decía, yo…
Por algún motivo, el que le prestara atención parecía desconcentrarlo por completo. Tartamudeaba, se aclaraba la garganta y aflojaba su corbata, mientras sus ojos traviesos se desviaban en dirección a mi escote, y muslos. Enarqué una ceja cuando noté en donde se encontraba fija su mirada y me di cuenta de que, en efecto, el que estuviese actuando de una manera tan patética, y que se saboteara a sí mismo, se debía a mí.
—Esperamos. —entoné, y mordí la uña de mi dedo índice de manera sugerente, antes de bajar la mano y deslizarlo lentamente entre el surco de mis senos.
Un leve jadeo brotó de sus labios, mientras sus ojos seguían mi dedo. Aquella situación era muy inusual, y vi de muy buena manera el tornarla más incómoda para él, procediendo a esbozar una sonrisa pícara y guiñarle un ojo cuando su mirada subió a mi rostro.
—¿Está todo bien? —le preguntó mi padre, frunciendo el ceño en confusión al notarlo desorbitado. —. Estamos esperando a que continúe.
#251 en Novela contemporánea
#858 en Novela romántica
#330 en Chick lit
matrimonio arreglado, amantes y enemigos, humor drama romance
Editado: 17.11.2024