Rebeca Stain (versión Gratuita)

Capítulo 4

Para cuando llegamos a la habitación de hotel el miedo había se había disipado por completo, siendo sustituido por un irracional deseo de sentir lo que aquel hombre sería capaz de provocarme… lo esperaba con ansias.

El lugar era elegante, con puertas corredizas de cristal que daban hacia un mini balcón desde donde se podía apreciar parte de la ciudad. Un par de sofás unipersonales, estantería con alcohol y una enorme cama en el centro de todo, luciendo limpia con sábanas color blanco y almohadas de fundas grises.

Mejor que cualquier motel de la esquina.

Tenía un leve aroma a mezclas de ámbar, pero este se combinaba con la fragancia masculina realmente embriagadora que desprendía el misterioso hombre que, en ese momento, luego de quitarse el saco y la corbata, se encontraba seleccionaba algunas bebidas.

Tragué saliva, y permanecí de pie en el centro, simplemente esperando, hasta que lo vi acercarse con un vaso y una botella de brandy. Me ofreció el vaso lleno y lo acepté gustosa, en tanto lo veía empinarse el resto de la botella.

Por todos los cielos, ¿Cuánto alcohol resistía? Rodé los ojos, todo apuntaba a que terminaríamos en nada si él se encontraba cayendo de ebrio.

—Estás segura de que quieres hacer esto? —su voz, un tanto ronca, resonó en aquel espacio, enviando leves y placenteras corrientes eléctricas por todo mi cuerpo.

Dejé el vaso a un lado en tanto esbozaba una sonrisa sugerente y acortaba el espacio entre ambos, posando la mano en su pecho firme y marcado, para luego comenzar a desabrochar los botones de su camisa blanca… siendo aquella mi respuesta.

No acostumbraba a permitir que la otra persona hiciera todo el trabajo, en especial cuando estaba tan deseosa; solo iba y tomaba lo que quería, por lo que decidí que aquel tipo no sería la excepción cuando acorté el espacio entre nosotros e incliné el rostro, plantándole beso húmedo en su cuello mientras desabrochaba el último botón de su camisa para poder acariciar sus esculpidos pectorales.

Lo sentí respirar hondo, mientras mis labios besaban su fría piel, y mis manos se deslizaban por su torso hasta los abdominales, terminando por tomar la hebilla de su pantalón.

Durante aquel tiempo el permaneció totalmente estático, lo que me hacía dudar de si mi intento de seducción estaba funcionando, hasta que sentí su miembro endurecerse bajo mi tacto, lo que me hizo sonreír satisfecha.

Alcé el rostro buscando ver el suyo, encontrando sus intensas esferas puestas en mí, y se me fue imposible no estirarme hacia él, sin despegar la mirada de sus carnosos y apetitosos labios. Deseaba poder sentirlos contra los míos, besarlo con intensidad y saborear el alcohol de su boca. Pero, cuando estaba a unos centímetros de alcanzar mi objetivo, al punto en que podía sentir su respiración, aquel hombre me sujetó con firmeza de los antebrazos, para luego hacerme girar con brusquedad contra la pared.

Emití un leve jadeo, sintiendo mi pulso acelerarse mientras me veía acorralada entre la pared y su exuberante cuerpo.

—No soy un príncipe azul —su voz ronca y profunda inundó mis oídos. —. Y no te trataré como una princesa.

Tragué saliva, sintiendo el corazón latiendo en mi garganta al notar su anatomía pegada a mí desde la espalda, con aquella dureza frotándose contra mi trasero, incitándome a restregarme contra él.

—No espero que lo hagas.

Y vaya que no lo fue.

No sabría cómo describir todo lo que me hizo sentir. Y cuando todo terminó, me giré en la cama, hasta quedar boca arriba, apartando el cabello de mi rostro y lo busqué con la mirada, pero lo único que divisé fue su espalda, fuerte, ancha y masculina, antes de que la puerta del baño se cerrara. Solté un profundo suspiro, y aunque el cuerpo me suplicaba descanso, decidí apresurarme a bajar de la cama, esforzándome por no tropezar al sentir mis piernas temblando como gelatinas.

El que se encerrara sin decir ni una palabra no me ofendió en lo absoluto, al contrario, no esperaba algún discurso, beso o abrazo de despedida por parte de aquel sensual, ardiente y atractivo extraño. Había sido el mejor encuentro casual de la historia, y con eso me bastaba. Obtuve lo que buscaba y había valido la pena.

Y con esa idea en la cabeza me retiré de aquella habitación, volviendo a casa satisfecha.

Aquel día podía agradecerle a mi padre por obligarme a asistir a sus aburridas fiestas de Beneficencia.




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