Cumplir las expectativas de mi padre era complicado en ocasiones; pero si había algo podía rescatar de aquel hombre, era que nunca se quejaba de mi vestimenta. Siempre y cuando me viera elegante, no importaba lo sensual que luciera mi atuendo, podía mostrar cuanto quisiera; quizás se debía a que, según él, eso me garantiza atraer hombres como la miel a las abejas.
El día de la famosa Subasta del Estado pude lucir un arrebatador vestido metálico rallado con negro que se ajustaba a mi figura como si fuese una segunda piel, tenía una manga larga y un hombro descubierto, así como una abertura en la pierna izquierda. Tacones de aguja plateados, un par de accesorios y mi cabello, ahora lacio, semirrecogido me caía en cascada por la espalda.
Aún no asimilaba mi nueva apariencia, me sentía como si me encontrase frente a otra persona, pero el ver como mi padre lucía realmente orgulloso mientras me llevaba del brazo por los pasillos del enorme salón donde se realizaba la subasta hacía sentir que valía la pena.
Estaba haciendo el intento de verlo feliz, aunque fuese por unas horas.
El atuendo había funcionado, atraía muchas miradas, aunque algunas me resultaban más incómodas de lo que me atrevería a confesar, y esas eran las de aquellos cuyas esposas se encontraban a su lado; si había algo a lo que nunca me atrevería por más ebria y excitada que estuviese, sería a enrollarme con un hombre casado. La idea de destruir un hogar me enfermaba, así que tenía límites.
Fuera de eso, había logrado el objetivo de estar a la altura. Todos en aquel lugar se veían elegantes con sus atuendos de alta costura, pero, al igual que la fiesta de beneficencia a la que asistí anteriormente, todo apuntaba a que aquella subasta sería un evento realmente aburrido.
—Levanta la barbilla, y camina derecha. Sonríe y finge interés en lo que pasa a tu alrededor.
Traté de hacer lo que ordenaba y esbocé la sonrisa más forzada que pude… gesto que también le molestó.
—Compórtate, Rebeca, hay varios socios, y también potenciales socios. Tienes que dar una buena impresión, ¿quién sabe? Quizás atraigas la atención de un excelente candidato.
Puse los ojos en blanco. Él insistía con eso.
—Iré a buscar algo de beber, papá. —dije, soltando su brazo para alejarme de él antes de que pudiera reprocharme algo, y me perdí entre el gentío para que no pudiera localizarme en un buen rato.
Mi ansiedad iba en aumento cada vez que se ponía así de intenso, incitándome a salir del edificio a fumar un poco.
—¿Qué desea tomar, señorita?
Vodka, Ron, Tequila, Coñac… joder, quería algo fuerte. Pero en aquel lugar como era de esperarse, solo había bebidas suaves.
Por suerte, ese día iba más preparada que en la fiesta anterior, y en mi bolso guardaba un hip de plata que contenía bourbon. No iba a abusar de la bebida, aunque mi intención no era conseguir un esposo que me viera como un trofeo, tampoco quería humillar a mi padre en público.
—Vino rosa. —pedí, para beberlo previo a darle un profundo trago al bourbon.
La noche avanzaba tranquila, y yo permanecía de pie frente a la barra, contemplando a la distancia como mi padre entablaba animadas conversaciones con algunos de los presentes. Sabía que en cualquier momento tendría que volver a su lado, pero requería de unos minutos en paz antes de que comenzara a presentarme ante todos, como si fuese una costosa mercancía en exhibición.
En aquel punto, para nadie era secreto que el hombre que conquistara a Rebeca Stain sería el heredero de los bienes de mi padre, él mismo se había encargado de esparcir el rumor buscando atraer a los mejores candidatos, y eso me había puesto un blanco en la frente.
Como si la vida no fuese lo suficientemente complicada.
Bajé la mirada y suspiré, antes de sacar el hip de mi bolso para darle un profundo trago, hasta que quedó vacío. Me preparé mentalmente y forcé una sonrisa que intenté se viera genuina, antes de comenzar a andar en dirección a mi progenitor.
—Pero miren qué roedor decidió salir de su escondite.
Abrí los ojos de par en par y me detuve en seco a mitad de camino luego de escuchar aquel comentario salir de labios de mi padre, y alcé la mirada para verlo consternada, por ser aquella la primera vez que lo oía dirigirse de manera grosera contra alguien en público.
—El maldito Caín Sloan.
“Sloan” Reconocí el famoso apellido luego de escucharlo acompañado de maldiciones en más de una ocasión, se trataba de la empresa rival según tenía entendido. Conocía al dueño anterior, Peter Sloan, pero no al sucesor ya que al parecer su hijastro era muy poco social y no acostumbraba a asistir a aquel tipo de reuniones.
O al menos eso era lo que se rumoraba.
Movida por la curiosidad desvié la mirada hacia el sujeto que se encontraba a un par de pasos de distancia de mi progenitor, y un fuerte escalofrío me recorrió de pies a cabeza, dejándome tan fría como un cadáver.
«¡Por todos los cielos!»
El corazón se me detuvo por cuestión de segundos en el momento en que divisé al elegante hombre de cabello castaño que se encontraba frente a mi padre, viéndolo con una expresión de pocos amigos, y recocí a la persona con quien se podría decir había tenido el mejor encuentro casual que recordaba.
—¿Quién diría que Peter Sloan le dejaría todo a un bastardo salido de la nada?
—Sí, muy curiosa decisión —respondió aquel hombre de voz grave, manteniendo una expresión fría e indiferente. —. Quizás lo hizo porque sabía que la competencia en el negocio era nula.
«Mierda»
La expresión en el rostro de Héctor Stain cambió de súbito, y sus ojos reflejaron el odio y desprecio que sentía hacia el tal Caín Sloan, lo que me hizo darme cuenta del embrollo en el que me encontraba.
¡Por todos los cielos! Había tenido sexo con el más grande enemigo declarado de mi padre.
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Editado: 17.11.2024