Se me sería imposible describir el síntoma de terror que me invadía en ese momento, en que mis ojos se abrían de una manera tan amplia que parecía se saldrían de sus orbes, mientras veía al hombre que se encontraba frente a mí y un escalofrío de pánico me recorría de arriba abajo.
El corazón comenzó a latirme de manera perceptible, golpeaba violento contra mi pecho. Mis extremidades estaban frías y la sangre abandonó mi rostro, dejándome tan pálida como un frío cadáver.
—P-Papá…—un nudo oprimió mi garganta, y mi mente quedó en blanco, imposibilitándome formar una oración coherente. —. Y-Yo no sé…
—No finjas conmigo, ¿creíste que no me daría cuenta de lo que mi propia hija hace? —rebatió, acortando el espacio entre nosotros. Tragué saliva y retrocedí un paso, llena de terror. —. Sé de tus actitudes destructivas, te gusta frecuentar lugares de mala muerte, pasarte de copas en fiestas y dormir con cualquier extraño. ¿Tienes idea de todo lo que me he esforzado para evitar que tuvieras esa vida? Luché para que no tuvieras que ser una más en un maldito barrio.
Me quedé inmóvil, petrificada, sintiéndome abatida, perpleja y asustada de saber que mi padre había descubierto aquello que con tanto recelo había ocultado de él.
Ni siquiera sabía qué podía decirle.
—¿Qué es eso de Tifanny? —inquirió la abuela, desconcertada, y el corazón se me encogió en el pecho.
—Pregúntale a tu nieta, madre… o mejor no, seguro no se atreverá a decirte que acostumbra a visitar clubes, emborracharse y acostarse con cualquier bastardo, o bastarda, callejero que se cruce por enfrente.
Mi abuela amplió los ojos de manera exagerada, mientras se giraba para verme, consternada, y en ese preciso momento mi mayor temor se hizo realidad, cuando enfrenté la idea de perder su cariño para siempre.
—Pago los mejores salones de belleza, gimnasios y también Spa, te he dado solo lo mejor, Rebeca, la mejor universidad, las mejores prendas y calzados, las fragancias más finas y exquisitas; auto, teléfonos, ¡Todo! Para que vengas y te entregues a cualquier malviviente como si fueras una...
—¿Cualquiera? —inquirí, sintiendo una profunda aflicción en mi pecho mientras veía el desdés y menosprecio en aquellos ojos marrones que alguna vez que me vieron con amor. Dolía en gran extremo, pero ese dolor se combinó con una terrible impotencia y frustración que me impidió callar. —. ¿Eso ibas a decir, papá? Porque al final es la forma en que me tratas, como si fuese una prostituta que venderás al mejor postor.
—¡Por todos los cielos! —gimoteó mi abuela, mientras se dejaba caer sentada en el sofá, con una profunda aflicción plasmada en su rostro.
Papá tragó saliva, seguramente conteniéndose para no responder una grosería que hiciera sentir peor a su madre, y viéndome fijamente con severidad acortó el espacio entre nosotros, señalándome con el dedo. Me forcé a alzar le mentón y no dejarme intimidar, aunque para aquel momento las lágrimas se deslizaban sin control por mis mejillas.
Dolía como no podía imaginar.
Él sabía mi secreto, pero no me reprendía por mis acciones, era claro que le importaba poco lo que hacía con mi vida, y todo lo que quería utilizar mis pecados para chantajearme y hacerme actuar a su antojo.
—Te casarás con el señor Odell, y no habrá más discusiones al respecto, ¿lo entiendes, Rebeca?
Presioné los labios al sentirlos temblar, y comencé a negar frenéticamente con la cabeza. Entreabrí la boca, queriendo responder, pero el nudo que se había formado en mi garganta me imposibilitaba hablar, y no quería quebrarme en llanto... ya no más.
—No tienes opción, es eso o te desconoceré como mi hija; te irás y no volverás a saber nada de mí, o de tu abuela. Al final puedo actuar como Sloan y adoptar a algún bastardo a quien heredarle todo… tú elijes.
Podía verse el panorama en que mi corazón se rompía por completo en el momento en que me daba cuenta del poco valor que tenía frente a mi propio padre. Siempre pensé que mi novio había sido el hombre que más daño me había hecho en la vida, pero estaba equivocada.
Mi padre; mi primer amor, mi primera decepción.
—Entonces me voy. —dije con un hilo de voz, antes de darle la espalda y caminar hacia el umbral a grandes zancadas.
Le oí llamarme a gritos, sabía que estaba furioso, pero lo ignoré por completo. Caminé a pasos apresurados por los pasillos, con el corazón bombeándome tan fuerte, que lo sentía en la garganta y resonaba en mis oídos, al igual que mi respiración entrecortada.
Estaba mareada, y daba ligeros traspiés cuando ingresé en mi habitación, pero me esforcé por mantener el equilibrio mientras avanzaba hacia el cuarto de closet para tomar una maleta y así comenzar a empacar cualquier cosa que estuviera a mi alcance, mientras leves sollozos me brotaban de los labios e incesantes lágrimas nublaban mi visión.
—Rebeca…
Me detuve en seco al oír a mi abuela hablándome desde el umbral y cerré los ojos por segundos, manteniéndome de frente a los estantes con las manos sobre las prendas que me encontraba tomando.
—Eso que dijo tu padre, ¿es cierto? —preguntó, podía sentir la melancolía en su voz. —. ¿Te acuestas con infinidad de hombres?... ¿T-Te gustan las mujeres?
—Me gustan las personas, abuela —me limité a responder, y me armé de valor para girarme en su dirección, viéndola con aflicción. —. ¿Me repudias?
—No —negó frenéticamente con la cabeza, mientras se adentraba en aquel espacio para acercarse a mí. —. No, mi niña, jamás podría hacerlo…Ven aquí, mi amor.
—Abuela. —sollocé, una vez que me encontré entre sus brazos, y se me fue imposible no romper en llanto.
—Me ha tomado por sorpresa todo esto, creí que confiabas en mí, y que me contabas todo. No te repudio, mi niña, pero soy una mujer de sesenta y seis años que solo tuvo un hombre en su vida, así que entiende mi desconcierto.
—Lo siento… no fue mi intención ocultarte algo así.
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Editado: 17.11.2024