Observaba con atención a la persona que me devolvía la inspección a través del reflejo, notando con ironía lo bien que lucía bajo un par de capas de maquillaje, un vestido elegante y una sonrisa fingida que llevaba horas ensayando.
El día finalmente llegó y estaba por conocer a mi supuesto prometido. Había dos expresiones que jamás olvidaría del rostro de mi padre; una de ellas fue la que vi ese fatídico día en que lo encontré tirando en el suelo llorando, y la otra, fue la de plena satisfacción que mostró cuando volví a casa después de hospedarme dos días en un hotel para meditar y embriagarme luego de nuestra discusión, y rendida le comenté que aceptaría casarme con el señor Odell.
Fui una cobarde de las más viles, debía aceptar, pero no podía imaginarme una vida sin mi familia en ella.
Suspiré profundo y me dirigí hacia el espejo de cuerpo completo para asegurarme de no tener alguna falla de vestuario, alisando la tela del vestido al tallar mis curvas con las manos en tanto me giraba para observarme de costado; me gustaba, era de un tono azul aguamarina un tanto oscuro que se ceñía a mi cuerpo como una segunda piel, contrastando de manera hermosa con mi tez morena y marcando perfectamente mi trasero. Tenía un escote recto que presionaba y resaltaba mis senos, con finos tirantes y espalda descubierta, de un largo que llegaba hasta mitad de mis muslos.
—Te ves linda, mi niña —la dulce voz de la abuela llamó mi atención, y procedí a sorber mi nariz y parpadear para apartar las lágrimas que comenzaban a acumularse en mis ojos, antes de que ella se acercara. —. Pero, sigo pensando que todo esto es un error.
—Lo sé, abuela, pero no te preocupes —forcé una sonrisa cuando se posó a mi costado y me acarició el brazo. —. Todo estará bien.
—¡Más que bien!
La voz de mi padre resonó en la habitación una vez que se adentró en ella dando una fuerte palmada; se le veía bien, hasta podría decir que resplandecía de alegría, como no lo había visto hacerlo en mucho tiempo.
—Luces preciosa, hija, aunque —se detuvo, viendo mi reflejo en el espejo. —. Seré directo, muestras demasiado. Busca algo más recatado, has que ese hombre sepa que eres una mujer seria, que vale la pena, y no se retracte de querer hacerte su esposa.
—¡Héctor! No seas tan…
—Descuida, abuela —la detuve para evitar una discusión mayor, igual que la última vez, y me giré con la intención de verlo de frente. —. Papá tiene razón, no queremos que mi futuro esposo me confunda con una prostituta barata. —comenté con sarcasmo, sin poder evitarlo.
Su rostro se tornó serio.
—Termina de arreglarte, te espero abajo… no te demores.
Rodé los ojos, suspirando exasperada, mientras me encaminaba hacia mi guardarropa para buscar un vestido que cumpliera sus estándares, una vez que mi abuela se retiró murmurando con molestia, seguramente para seguir la discusión con él.
«Joder, Rebeca, deja de pelear con él»
Terminé de arreglarme, me paré de frente al espejo de cuerpo completo y torcí los labios con pesar, pensando en que era la primera vez que mi padre cuestionaba o criticaba mi manera de vestir, y no se había sentido para nada bien... me provocó una inseguridad horrible. Todo mi guardarropa consistía y variaba entre trajes elegantes, vestidos de galas, semi casuales y casuales, pero siempre con el toque sensual que me caracterizaba, ese era mi estilo y el que no me dejase ser yo misma era algo que me decepcionaba.
Pero al final entendía que realmente estaba desesperado porque aquel matrimonio se concretara, así tuviera que ofrecerme como si fuese la más reservada, modesta e inocente de las mujeres.
Partimos hacia el restaurante una vez que le dio el visto bueno a mi atuendo. Durante todo el camino el interior del auto se sentía como un funeral, yo estaba fuera de mí, divagaba mientras veía la ciudad a través de la ventana del auto y me preguntaba sobre cómo sería la persona que estaba a punto de conocer. De vez en cuando me ganaba la curiosidad y observaba de reojo a mi padre, quien estaba más distante que nunca, viendo con atención la pantalla de su teléfono.
El tema de “Tifanny” no volvió a ser tocado en casa, pero era evidente su enojo hacia mi persona, y lo mostraba al no dirigirme la palabra para algo que no fuese pedirme estar presentable aquel gran día. Era consciente de que me estaba manipulando, ya que él sabía que su silencio ante algo malo que yo había hecho siempre me resultó el peor de los castigos, desde que era una pequeña niña, porque la duda simplemente me carcomía por dentro, impidiéndome estar tranquila.
Por suerte para mí, todo apuntaba a que aún no se enteraba de lo mío con Sloan, porque le tenía tanto odio al sensual arrogante que seguramente me habría echado de casa sin darme la opción de casarme con un extraño para redimirme. Pero eso no significaba que terminaría aquella excitante sociedad por temor a mi padre, al contrario, Caín Sloan sería la madriguera de conejo que me conduciría al país de las maravillas, un escape a la dura realidad que representaba mi vida.
—Mide tus palabras, sé prudente y centrada, debes compórtate a la altura de esto —dijo con advertencia una vez que ingresamos al lujoso restaurante, mientras me extendía el brazo. —. Rebeca, se una dama e intenta mostrar una sonrisa cálida.
Joder, estaba ahí contra mi maldita voluntad, pedirme que sonriera ya era una maldita avaricia.
Para aquel momento me sentía el triple de incómoda, el cabello lacio, la ropa conservadora, incluso el aceptar aquella locura no era normal en mí, esa no era yo en absoluto. Estaba desencajada y, aun así, solo me limitaba a aferrarme del brazo de mi padre como un coala, mientras avanzaba en completo silencio, como una oveja siendo llevada al matadero.
Pero yo no era una oveja, era una maldita loba, ¿qué carajos estaba haciendo…?
—Buenas noches…
Ni siquiera me di cuenta de en qué momento llegamos a la mesa correspondiente, hasta que el sonido de la silla al ser arrastrada retumbó en mis oídos, junto a una voz masculina bastante aguda, y profunda.
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Editado: 17.11.2024