Fruncí ligeramente el ceño al escuchar mi apellido pronunciado con un acento francés, y por vivo instinto alcé la mirada, topándome de golpe con un par de ojos color avellanas, y debía mencionar que la intensidad de aquella mirada fue capaz de hacerme sentir el ser más diminuto que podría existir sobre la faz de la tierra.
—Señor Odell, lamentamos el retraso... había algo de tráfico. —dijo papá, mientras apartaba su brazo y me daba un ligero, casi imperceptible, golpe de codo, al notarme con la mirada perdida en la persona que se encontraba frente a mí.
Pero ¿qué podía decir? Había asociado el nombre “Elías Odell” con algún hombre mayor, quizás un viejo pervertido, más sin embargo ahí me encontraba frente a un treintañero, cuyas bonitas esferas ámbar solo era una de las delicadas piezas que conformaban su varonil y hermosa faz de mandíbula fuerte, junto a sus abundantes cejas perfectamente definidas y largas pestañas, así como una nariz nubia y labios carnosos.
Era jodidamente apuesto, y joven.
Moreno, de cabello rizado en un corte formal, barba de tres días bien definida y alto, pero quizás unos centímetros menos que Sloan. Aparentaba tener un buen físico, según lo poco que podía apreciar de su cuerpo bajo tanta tela, ya que vestía con un estilo elegante formal, bastante clásico, a decir verdad, pero su aroma, joder el perfume masculino siempre fue mi debilidad, y el suyo era simplemente exquisito. Tan agradable que por un instante me sentí cómoda, al punto en que tuve que contenerme para no acortar el espacio entre nosotros para hundir el rostro en su cuello e inhalarlo hasta saciarme.
«¡Basta!, concéntrate, que no se te alboroten las hormonas ¡maldita sea!... él es… él es el responsable de todo y…»
—El gusto es de ella, se lo aseguro. —se atrevió a hablar mi padre, al ver que no correspondía el saludo.
—Mademoiselle Rebeca… ¿está todo bien? —preguntó, observándome con extrañez.
Y, aunque la manera en que mi nombre se oyó delicioso al salir de sus labios con aquel acento, la mirada de desconcierto en su rostro fue lo que provocó que mi mente se enfocara y mis defensas se encendieran, ya que sentí que no tenía derecho alguno de verme así.
¿Acaso también esperaba que llegase con una sonrisa, cuando me encontraba ahí en contra de mi entera voluntad?
Me obligué a ignorar las sensaciones que despertaba en mí su agradable aroma y atractivo masculino, apartando cualquier pensamiento lujurioso que quería invadir mi mente ante tan bello espécimen humano, mientras una expresión nula se apoderaba de mi rostro. “¿Todo bien?” ... ¡¿Todo bien?! ¿Cómo diablos se atrevía a preguntar eso dada la situación en que me había metido?
—Discúlpela, señor Odell, está un tanto desconcertada; su mascota, un gatito, murió y se le ha sido difícil superarlo.
Tuve que hacer un gran esfuerzo, para que la expresión en mi rostro no delatara la tremenda mentira de mi padre. ¿Cómo se atrevía a utilizar de excusa a un gatito imaginario cuando nunca me permitió tener una mascota por más que se lo supliqué de pequeña?
—Oh, es una pena oír eso. —respondió el señor Odell, en un tono apesarado.
«¿De verdad se lo creyó?»
—Si es esa la situación, supongo entonces que no se encuentra de humor para esta reunión.
Papá me dio un ligero golpe de codo, en esa ocasión un poco más fuerte que la anterior, dejándome entrever que ya se estaba cansando de mi actitud.
—Descuide, estoy bien —respondí, obligándome a esbozar una sonrisa que se viese lo más genuina posible, mientras me sentaba en la silla. —. Estoy bien, señor Odell, y el gusto es mío.
—Le aseguro que todo está bien, sabe lo importante que es todo esto y está de acuerdo —dijo papá, sentándose a mi lado. —. ¿Cuándo desea que sea la boda?
Volví a bajar la cabeza para que no me vieran fruncir el ceño y reflejar mi molestia, al mismo tiempo en que presionaba las manos en puños bajo la mesa, hundiendo mis uñas en las palmas para intentar aliviar la ansiedad y frustración que me envolvían.
«Es por la familia, lo hago por mi familia… resiste, Rebeca»
—Descuide, señor Stain, no hay tanta prisa —respondió con voz serena. —. Estoy más que seguro de que la mademoiselle querrá conocerme antes de caminar hacia el altar... un año y par de meses será el tiempo que le concederé para eso.
Un inesperado jadeo cargado de alivio brotó de mis labios tras oír aquellas palabras, e instintivamente alcé el rostro, viéndolo con los ojos abiertos de par en par, reflejando mi sorpresa.
No había una boda a la vuelta de la esquina, podía respirar.
—Pero, señor Odell, usted…
—No me estoy retractando, supongo que la mademoiselle sabe el motivo real de este matrimonio por lo que no disimularé al comentar frente a ella que durante todo este tiempo en que sea mi prometida, cumpliré con los acuerdos como si ya fuésemos marido y mujer, y espero que usted, señor Stain, cumpla con los suyos —sus intensos ojos se posaron en mí. —. ¿Está usted de acuerdo en que lo mejor será conocernos? Su opinión también importa.
Me limité a asentir con la cabeza, manteniendo el rostro serio. Si era honesta, en aquel momento no sabía qué pensar o decir, lo único que resonaba en mi cabeza eran gritos de alegría por haber esquivado una bala, y al mismo tiempos pensamientos de admiración hacia la manera en que aquel hombre se expresaba al hablar de negocios; tenía porte, elegancia y autoridad.
Sí, había algo de sensualidad en aquel tipo, y no solo por su atractivo físico.
—Me complace saberlo —se limitó a responderme, antes de hacerle una ceña al mesero para que se acercara. —. ¿Les parece si comenzamos?
La cena en sí me resultó tediosa, y no solamente porque mi padre decidió ser el protagonista de la noche y comenzar a hablar de negocios en la mesa, sin incluirme, sino también porque no pude pedir un platillo fuerte, como el de ellos, para evitar la mirada acusatoria de mi progenitor, y tuve que conformarme con una ensalada de verduras cocidas y pollo a la plancha junto a un vino blanco.
#251 en Novela contemporánea
#858 en Novela romántica
#330 en Chick lit
matrimonio arreglado, amantes y enemigos, humor drama romance
Editado: 17.11.2024