Elías Odell… ¿Qué podía decir de su persona?
Para ser sincera, me parecía un hombre singular, por no decir extraño, y un tanto aburrido, cuando de temas de conversación triviales se trataba casi no enfatizaba nada, y eso sin mencionar su peculiar manera de vestir, siempre elegante y formal sin importar la ocasión o el lugar.
Sentía que no congeniábamos en nada, aunque debía admitir que en ocasiones me resultaba un encanto; era cálido, amable y siempre llevaba consigo una sonrisa. Tenía una mirada arrebatadora, y su manera de hablar junto al acento francés que de vez en cuando ocultaba hacían mi imaginación volar, pero eso era todo, no había nada que me resultara especial, ni extraordinario… solo era un hombre común y un tanto soso.
Quizás demasiado soso.
Pero había algo en él que me resultaba curioso y un tanto tedioso; daba la impresión de ser un hombre anticuado y conservador, pero a su vez, no parecía molestarle, o si quiera incomodarle, en absoluto mis actitudes rebeldes o mi falta de clase, y eso volvía realmente difícil la misión de hacerle desistir de nuestro compromiso.
Con el pasar de los días sentía que aquel hombre se convertía en un enigma muy difícil de resolver, en especial cuando notaba que prácticamente apoyaba y alababa cualquiera de mis locuras.
Quería hacerle ver que no todo lo que brillaba era oro, y en mi intento aproveché una invitación suya a almorzar para ejecutar mi plan. Lo primero, fue elegir el atuendo más revelador que tuviese en mi armario. Como era de esperarse, me llevó a un fino restaurante donde un plato de comida costaba más que una entrada y cinco bebidas a un club de los que solía frecuentar en los barrios bajos, y aunque todos ahí vestían de manera formal, no titubeó al momento de ofrecerme su brazo para ingresar en el lugar, ni al comentarme una y otra vez lo hermosa que lucía.
Aquello me hizo sentir realmente tonta, ya que la persona a quien pretendía incomodar se sentía a gusto junto a mí, mientras el resto me observaba de manera despectiva.
Carajo.
—¿Sabe algo, Elías? —le hablé, pasando el dedo por el borde de la copa de vino que nos habían servido. —. No quiero nada de lo que veo en el menú, solo hay ensaladas realmente costosas y todas las entregan en diminutas porciones que no satisfacen a nadie.
Joder, de haber hecho aquel comentario frente a mi padre seguramente me habría dado la peor de las reprimendas. Alcé la mirada y observé a Elías a través de mis pestañas, esperando encontrar alguna expresión de desencanto en su rostro debido a mis palabras, pero fue todo lo contrario.
—Cuánta razón, ma chère —esa fue su respuesta, antes de llamar al mesero y pedirle la cuenta. —. ¿Desea ir a otro lugar?
No podía ser verdad.
—P-Pues… un restaurante de comida rápida —me alcé de hombros. —. Quiero hamburguesa y papás fritas.
Comida chatarra, a ningún caballero refinado le agradaría la idea.
—¡Eso suena perfecto!
«Ca-ra-jo»
—Le avisaré a los chicos que vamos de salida. —me informó.
Y sí, claro, olvidaba mencionar aquel pequeño detalle; no había un Elías Odell sin guardaespaldas.
Al final, la tarde me habría resultado en un frustrante fracaso, de no ser porque tuve la oportunidad de degustar una deliciosa Hamburguesa sin temor a alguna represalia. Cielos, una vez que probé aquella deliciosa combinación de sabores se me fue imposible no cerrar los ojos y gemir gustosa al sentirlo invadir mi paladar, y, cuando abrí lo ojos, ahí se encontraba aquel hombre viéndome con una sonrisa ladina cargada en encanto.
Segundo intento de alejarlo: Fallido. Pero eso no significaba que estaba dispuesta a darme por vencida.
Otra oportunidad se dio cuando me invitó a cenar, era la primera vez que salíamos de noche sin la presencia de mi padre; me preguntó si deseaba volver a asistir a un lugar de comida rápida, lo cual me pareció un lindo gesto de su parte, pero como la misión no era sentirme cómoda con él, lo cual pasaría en un lugar así, lo rechacé y terminamos asistiendo a un lujoso restaurante donde bebí una botella completa de champán, buscando hacerlo sentir incómodo.
Pero no resultó, solo preguntó si no deseaba más, antes de pedir otra.
—Me duelen mucho los pies —declaré mientras avanzábamos por los pasillos que conducían a la salida del lugar, seguidos por sus guardaespaldas. —. Lo siento, tendré que quitarme los zapatos.
Héctor Stain habría sufrido tres infartos solo de escucharme mencionarlo.
—Oh, no se angustie, permítame. —dijo, de manera cortés, antes de ponerse de rodillas frente a mí, para desabrochar mis jodidos zapatos.
¿De rodillas? ¡Por todos los cielos!
Los levantó del suelo y se los entregó a uno de sus guardaespaldas, regalándome la más amable de las sonrisas.
—¿Se siente más cómoda o desea…?
—Sí, descuide, g-gracias. —dije, anonadada, antes de darles la espalda y comenzar a andar.
Pero, quizás se debía a la champaña, o a que me sentía un tanto desencajada, luego de un par de pasos tropecé con mi propio vestido, contando con la suerte de que él se encontraba cerca para sostenerme y evitar que cayera de frente.
—Con su permiso, ma chère —se inclinó para tomarme en brazos, cargándome estilo nupcial.
Se me fue imposible no observarlo con una expresión estupefacta durante el trayecto desde la entrada del restaurante hasta el estacionamiento, y me di un par de bofetadas mentales al descubrirme sintiéndome cómoda en sus brazos, mientras inhalaba su delicioso perfume e incontables pensamientos lujuriosos se desarrollaban mi cabeza, volviendo más intensa mi curiosidad por saber cómo sería en la cama. Pero, debido a la manera tan cuidadosa y respetuosa en que me cargaba sin tocarme de más, podía suponer que no pensaba en lo mismo.
Era el hombre más extraño con el que había convivido.
—Pienso que no tiene sentido, ¿sabes? Es decir, ¿si te comprometes con alguien y esa persona resulta no ser quien creías, no la dejarías al instante?
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Editado: 17.11.2024