Rebeca Stain (versión Gratuita)

Capítulo 16

Veía con atención mi reflejo, mientras me delineaba cuidadosamente los labios, para luego pintarlos de un color rojo intenso, siendo aquel el último paso para completar un maquillaje de noche elegante, fabuloso y lo más importante, sensual.

Me puse de pie frente al espejo de cuerpo completo para mirarme; llevaba puesta una minifalda en color negro que apenas me cubría el trasero, ceñida a mi cuerpo, un top plateado que solo se sujeta al frente por dos pequeños lazos y tacones negros, combinando aquel atuendo con una coleta alta.

—¿Qué tal luzco, Leo? —le pregunté al minino que permanecía recostado sobre mi cama, mientras daba una vuelta. —. ¿Acaso no terminarías conmigo de verme así?

Él se limitó a bostezar, antes de dar un par de vueltas y acurrucarse para dormir, dándome la espalda.

—Tomaré eso como un sí. —me alcé de hombros, tomando mi pequeño bolso de mano y saliendo de la habitación.

—Oh, cariño, ¿no prefieres irte sin nada puesto? —bromeó mi abuela al verme bajar. —. Tu padre sufrirá un ataque si llega a verte.

—Por eso, me iré antes de que llegue. —le guiñé un ojo, acercándome para despedirla con un abrazo y un beso en la mejilla.

—Ten mucho cuidado, amor, y salúdame a Elías… si es que no se infarta también.

«Esa es la misión, querida abuela»

—Le daré tus saludos. —dije, despidiéndome una vez más luego de oír el timbre sonar.

Me encaminé hacia la puerta para ir a su encuentro, y al abrirla me topé a un elegante y formal hombre cargando un enorme ramo de rosas rojas. Se me fue imposible no escrutarlo de pies a cabeza, mientras pensaba en que su atuendo no encajaría en lo absoluto en el lugar al que nos dirigíamos.

—Guau —suspiró, devolviéndome la inspección. —. Es usted más hermosa que cualquier paisaje que mis ojos hayan apreciado.

Carajo. Una vez más, no le había atinado.

La situación más que halago, comenzaba a resultarme realmente tediosa, porque además de verme como si fuese la joya más preciosa que podría existir en el planeta, él no me daba señales algunas sobre cuáles eran sus verdaderas intenciones.

«¿A qué juegas, Elías Odell?»

Pero no me angustiaba, si mi vestimenta no era un problema, seguramente el lugar al que lo llevaría y verme perder el control, sí lo sería.

—Buenas noches —saludé a ambos guardaespaldas una vez que abordé el auto junto a Odell.

Los hombres de aproximadamente dos metros de altura que siempre vestían de negro iban sentados en la parte de enfrente, uno como piloto y el otro siendo el co. Miré a Elías de reojo, pensando en qué sería lo que le llevaría a no poder transportarse sin hombres armados que cuidaran de él.

—Señorita Stain —se limitó a saludar el co. mientras el piloto me hacia un gesto de cabeza a través del retrovisor. —. ¿Hacia dónde nos dirigimos?

Definitivamente no iba a gustarles, para nada.

Decidí que no me perdería la expresión en el rostro de Elías una vez que ingresamos en el sector donde se encontraba el club, alejado del lado llamativo de la ciudad nos había adentrado en un barrio donde las casas eran pequeñas y muy próximas entre sí, calles de asfalto con algunos baches y poca iluminación.

La primera vez que asistimos a aquel lugar fue por sugerencia de mi amiga Rita, quien, obsesionada con los chicos malos que se tatuaban hasta el alma y consumía sustancias de dudosa procedencia, había conocido a alguien y quedó de verlo aquella noche. Una de las ventajas, era que ese día le pertenecía a Rita, nosotras la cuidaríamos, por lo que no me enrollé con nadie y pasé desapercibida.

—Es aquí —anuncié. —. El estacionamiento está al costado. Sugiero que dejen el auto en el de paga, ya que en el gratuito les robaran las llantas. —les mencioné con un tono melódico, mientras esbozaba una sonrisa burlona.

Pero muy poco me duró la diversión cuando noté que Odell solo miraba a través de la ventana como un niño curioso, sin mostrar alguna especie de desprecio o temor hacia lo que veía o escuchaba.

—Es… pintoresco —salió del auto, seguido por sus guardaespaldas, y me tendió la mano. —. Hay que entrar.

Torcí los labios, y asentí con la cabeza mientras salía y tomaba su mano. Me besó los nudillos con ternura, y luego comenzamos a andar. No pude evitar observar la unión de nuestras manos, siempre me llevaba del brazo, pero en esa ocasión me sujetaba con firmeza para que no pudiera soltarlo mientras nos adentrábamos en aquel espacio de escenarios, barras, luces, sillones, mesas por todos lados y música sensual.

Barrí el lugar con la mirada; la iluminación era en un tono rojizo y había muchas personas bailando, en parejas o grupos. El ambiente se sentía candente. Los guardaespaldas nos guiaron hacia una mesa para dos que se encontraba cercana a la puerta de emergencia, comentándole a Odell que así sería más fácil sacarnos de ahí ante cualquier disturbio que se formara. Lo malo, era que se encontraba alejada de la barra y los escenarios, pero lo bueno, es que se podía tener una vista panorámica de todo el lugar.

—¿Qué desea beber, ma chère? —me preguntó, una vez que nos acomodamos. —. Ander o Hugo podrían traerte lo que desees.

Fijé la mirada en los hombres de pie cercanos a la pared, con expresión de sorpresa. Con que esos eran sus nombres, era la primera vez que los escuchaba. Y pensando de más, me di cuenta de que ni siquiera los había presentado formalmente, pero no me sorprendía, eran realmente serios y poco amigables.

—Comencemos con un Martini. —esbocé una sonrisa.

Él asintió, antes de informárselo a uno de los hombres, quien se fue con presura hacia la barra a pedirlo, y entonces se giró para verme devolviéndome la sonrisa. Ensanché aún más la mía, hasta el punto en que mis ojos se entornaron.

Estaba por perder la cabeza.

—Y, ¿cómo se porta su gato?

—Leo —le aclaré. —. Lo nombré Leo, y es un amor —sonreí, mientras jugueteaba con la aceituna que yacía en la copa vacía. —. Sabe, creo que se me antoja un tequila, y luego de eso un vodka.




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