Miré aterrada como aquel hombre maniobraba con agilidad la navaja, intentando cercenarlo, hasta que Elías se abalanzó sobre él, forcejeando en un intento por tomar el control del objeto. Desesperada, alcé el rostro en busca de los guardaespaldas solo para darme cuenta de que las personas se habían amontonado a los alrededores, obstaculizando el paso, para observar y animar la pelea.
En ese momento el pánico me invadió, pensando en que seguramente Elías no sabría defenderse de algo así. Él no pertenecía a aquel mundo.
Volví la mirada hacia el par que continuaba en el suelo, todo pasaba tan rápido que no sabía cómo reaccionar ante la situación; estaba aturdida, y realmente ebria, debía reconocer. Quise incorporarme y ponerme de pie sobre la tarima, pero mi cuerpo no respondía a mis ordenes, y todo lo que podía hacer era observar la escena suplicando que se detuvieran de una vez, o que alguien interviniera, hasta que de pronto Elías tomó con firmeza la muñeca de aquel tipo que desde el suelo luchaba por recobrar el control, para hacerlo alzarla sobre su cabeza antes de darle un último puñetazo.
Abrí los ojos de par en par, viéndolo con asombro.
En aquel momento los guardaespaldas terminaron de abrirse paso entre la multitud a fuertes empujones, y se apresuraron a sujetar a aquel hombre, uno de cada brazo, para así someterlo hasta quedar de rodillas. Elías se levantó del suelo, pasando la mano echa puño por su mejilla para limpiar la sangre que había en la comisura de sus labios, y lo vio hacia abajo con una expresión fría y salvaje como nunca imaginé verlo. Lucía realmente sombrío.
Desconocía totalmente a aquel hombre.
—Si intentas ponerle una mano encima de nuevo, juro que te quedas sin ella, imbécile. —dijo con advertencia de una manera que remarcó aún más su acento, ordenándole luego a los guardaespaldas que lo liberaran.
Él sujeto no dudó en ponerse de pie y comenzar a correr lejos de la escena, al igual que la multitud comenzó a dispersarse con prisa, dejándonos solo a los cuatro frente a aquel escenario.
Un profundo jadeo cargado de alivio brotó de mis labios una vez que todo terminó aparentemente bien, pero ese alivio fue sustituido inmediatamente por un escalofrío que me recorrió de pies a cabeza cuando Elías se giró hacia mí, con la misma expresión intimidante que le había mostrado a aquel hombre. Y ni hablar de sus guardaespaldas, podía sentir que me juzgaban con la mirada.
—Y-Yo, Elías…yo…
—Déjame ayudarte —suspiró, mientras se acercaba hasta el borde y, sujetándome de la cintura, me bajó de la tarina, procediendo a ahuecar mi rostro entre sus manos. —. ¿Estás bien?
Sus intensos ojos se fijaron en mi rostro, y de nuevo pude ver al Elías que llevaba meses conociendo cuando su expresión se suavizó. Comencé a asentir con la cabeza, el corazón aún me latía tan desbordado que sentía como si en algún momento perforaría mi pecho, y las manos me temblaban; aquello había sido realmente horrible, y por más que quería desesperadamente terminar con el compromiso, en mi miserable vida me habría atrevido a ponerlo en riesgo de aquella manera.
—Y-Yo… —me descubrí a mí misma sin saber qué decir, y sintiéndome incapaz de mantenerle la mirada desvié el rostro hacia un costado, notando algunas gotas de sangre en el dorso de su mano. —. ¿T-Tú estás bien? —tartamudeé, antes de sujetarlo de las muñecas para apartar de mi rostro, y cerciorarme de que no fuese nada grave.
Intenté limpiarlas con mis dedos para asegurarme de que no se tratara de cortes, no era lo correcto por si había heridas expuestas que pudiera infectar, pero estaba tan nerviosa que no sabía qué más hacer, y fue en ese momento en que noté que había algo más, aparte de sangre.
—¿Q-Qué es esto? —inquirí, confundida, al notar lo que parecía ser un maquillaje.
Él apartó sus manos de las mías con mucha prisa, antes de que pudiera descifrar de qué se trataba.
—Hay que irnos. —dijo con firmeza, tomando mi mano y girándose para dirigirse hacia la salida.
Decidí no insistir y permanecí en completo silencio mientras avanzamos hacia el estacionamiento, con su mano aferrando la mía de manera que no pudiera zafarme. Sentía que debía decir algo, todo había sido mi culpa, pero no existían las palabras para justificarme y tampoco para disculparme por todo lo que le había hecho pasar aquella noche, fui demasiado lejos en mi búsqueda de alejarlo y, aun así, no dudó en correr a defenderme con una vehemencia me que me robó el aliento.
Otro hombre en su lugar habría alegado que yo me lo había buscado al beber tanto y bailar de aquella forma, pero él no, incluso pudiendo enviar a sus guardaespaldas decidió ir por sí mismo, y saber eso me carcomía la conciencia.
—Merde. —lo oí murmurar, antes de que se detuviera de golpe.
—¿Elías? —me paré a su lado, y en esa ocasión fui yo quien se aferró de su mano.
—Espere, señor. —lo interrumpió uno de los guardaespaldas, posándose frente a nosotros.
Lo miré con extrañez una vez que se acercó a Elías y lo sujetó de la solapa de su blazer para abrirlo, y dicha extrañez en mi mirada fue sustituida por horror cuando vi una enorme mancha carmesí en su camisa.
—Ese hombre lo ha cortado —dijo el guardaespaldas, posando la mirada en su jefe. —. Debemos llevarlo al hospital.
El corazón se me encogió, y el miedo caló hasta lo más profundo de mis entrañas. ¡Por todos los cielos! ¿Qué había hecho?
—No, no iré al hospital… llévame a casa y que mi médico privado venga a verme.
—No, es una locura, Elías, debes ir a un hospital —expresé angustiada, posándome frente a él. —. Es más seguro.
—Estaré bien, no es tan grave o no seguiría de pie —me respondió, antes de dirigirse hacia uno de sus guardaespaldas. —. La llevaremos a casa.
—¿Qué? No, déjame ir contigo, no podré con la angustia.
—Rebeca —ahuecó mi rostro entre sus manos. —. Voy a estar bien, pero necesito que tú te vayas a casa. —dijo con firmeza, y antes de que pudiera agregar algo soltó un jadeo, mientras retrocedía un paso.
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Editado: 18.11.2024