A medida que transcurrían los días me sentía cada vez más intrigada respecto a cuáles eran las verdaderas intenciones de Elías Odell; en un principio creí que su interés estaba en adquirir los bienes de mi padre, pero él ni siquiera los necesitaba, el desgraciado tenía dinero hasta para utilizarlo de papel higiénico.
Una simple empresa de Bienes Raíces no le aportaría mucho, por más millonaria que fuese.
Llegué a pensar que se debía a que me deseaba, cuán decepcionante me resulto el saber que su interés en mí carecía de finalidad sexual, luego de que prácticamente huyera cuando estaba tan dispuesta para él, jodidamente caliente.
Y ahí estaba luego, regalándome sus bonitas sonrisas, tiernas miradas y adorables palabras, como si nada hubiese pasado. Tratándome como si fuese el más hermoso, delicado y costoso de los objetos…
«¡Santos Cielos!»
¿Y si era así como en realidad me veía? ¿Cómo un hermoso objeto del que se había hecho? La palabra “Esposa Trofeo” comenzaba a tener un significado que me resultaba terrorífico al meditar la situación en que me encontraba.
Negué con la cabeza, sacudiéndola de un lado a otro para intentar apartar aquellos pensamientos, seguro solamente estaba delirando. Pero eso no quitaba lo raro de la situación. Había algo que simplemente no cuadraba con él, y debía investigar qué era antes de tener que caminar hacia el altar.
—Quietecita y cooperando. —escuché una voz femenina a mi espalda, antes de sentir que me sujetaban de las manos, haciéndome echarlas para atrás.
Fruncí el ceño en confusión, y estaba a punto de protestar cuando todo a mi alrededor se oscureció debido a una bolsa de cartón que no pude apartar, ya que mis manos fueron esposadas.
—¿Esto es en serio, Rita? —pregunté al sentir cómo me arrebata las llaves del auto y mi bolso.
—No te resistas y será más fácil para todos, mi chula. —me dijo con un acento tejano, que me hizo soltar una leve carcajada.
—Darcy, ¿Estás ahí? Sálvame de esta loca. —pedí, sin dejar de reír, mientras me encaminaba a ciegas hacia el auto que había dejado estacionado a orilla de la calle, guiada por Rita.
Había pasado tanto tiempo desde la última vez que salimos juntas, que me emocionaba en gran manera volver a verlas; lo malo, era que ello también implicaba tener que explicarles porqué me había comprometido con Elías, lo cual sería difícil al tener que omitir que fui obligada por mi padre.
Me forzaron a subir, según podía sentir en el asiento del copiloto, junto a una de ellas, mientras la otra conducía. Sentía el auto moverse, sabría la vida hacia donde me llevaba aquel par. No podía tratarse de mi despedida de soltera, ya que aún no había fecha exacta para la boda y tampoco habíamos hablado al respecto, así que tenía curiosidad de saber qué rayos tramaban.
—Bien, yo te guio, nena. —en aquella ocasión pude distinguir la voz de Darcy, suave y melodiosa, antes de que me sujetara del antebrazo.
El sonido de mis zapatos altos resonaba causando eco, por lo que supuse que nos encontrábamos en alguna especie de pasillo cerrado. Olía muy bien, así que descarté una bodega o algún lugar abandonado, y podía escuchar pasos y voces a una distancia muy significativa, era como un susurro en el viento, acompañado por el sonido de ruedas de equipajes... por lo que deduje que nos encontrábamos camino a una habitación de hotel.
Y lo confirmé cuando, luego de oír una puerta abrirse y posteriormente cerrarse después de que cruzáramos el umbral, Darcy me dio un ligero empujón para que me sentara sobre una cama de colchón suave.
—Bien… —la oí suspirar, antes de sentir que me quitaba la bolsa, alborotando mi cabello.
Resoplé, meneando la cabeza en un intento de apartar las hebras que caían sobre mi rostro y boca, para después abrir los ojos lista para verlas a ambas, cuando de pronto la intensa luz de una lámpara que apuntaba a mi cara me hizo entornarlos con disgusto.
—¡Por todos los cielos, chicas! —me quejé.
—Esto es un interrogatorio —dijo Rita, arrastrando una silla hasta sentarse frente a mí, a contraluz. —. Queremos saber qué tan lúcida estás.
—¿Disculpa? —moví las manos con incomodidad, para aquel punto ya comenzaban a molestarme las esposas.
—Nena —Darcy se posó a su lado. —. Hemos notado acciones que no son dignas de ti…
—Negarte a asistir a una fiesta aun sabiendo lo difícil que es para mí salir del campo últimamente, solo es una de ellas.
Inhalé profundo.
—Pero, apaguen la luz al menos. —supliqué.
—¡Aún no! —chilló Rita, un tanto histérica. —. Necesitamos saber si no te lavaron el cerebro y te hicieron olvidar. Dime… mmm —lo pensó un momento. —. Dime algo de lo que me avergüence en gran extremo. —pidió.
Una media risa brotó de mis labios, y comencé a negar con la cabeza.
—Habla, Becca. —exigió.
—Te avergüenza haberte acostado con el profesor de física, porque en ese entonces el infeliz tenía a su esposa embarazada, quien por cierto estaba muy ilusionada con la relación que tenían.
La escuché jadear, y aunque no podía ver su rostro, supuse que en aquel momento tendría una expresión de tortura junto a una mueca en sus labios.
—Necesitaba aprobar física, carajo, fue la peor experiencia de la vida. —expresó cabizbaja, poniéndose de pie para apartarse.
—Mi tuno —dijo Darcy, sentándose frente a mí. —. Di lo que más me avergüenza.
—Tu suegra te encontró haciéndole un, ya sabes, a quien hoy en día es tu esposo… y eso ocurrió en su casa, el día en que la conociste.
La luz se apagó, y cuando finalmente pude abrir los ojos divisé a aquel par frente a mí. Me giré para ver a la apacible Darcy, que en ese momento acomodaba un mechón de su cabello cobrizo tras su oreja, el cual hacía un contraste perfecto con su tez pálida y ojos marrones. Y luego miré a Rita, la hiperactiva y alegre tejana de cabello castaño ondulado y piel bronceada.
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Editado: 18.11.2024