No me resultaba para nada divertido tener que zafarme de aquellas esposas teniendo dolor corporal pos-sexo y una tremenda resaca, y no cualquiera, se trataba de la madre de las resacas luego de haber bebido también en casa de Sloan, antes de hacerlo con él.
En lugar de siquiera hacer el esfuerzo, permanecí recostada en aquella enorme cama, viendo fijamente el techo mientras los sucesos de la noche anterior volvían a mi cabeza, y por más vueltas que le daba al asunto, simplemente no era capaz de entender a ciencia cierta qué era lo que pasaba con Elías Odell. Era atento, cariñoso, seductor, pero al momento de ir más allá, simplemente se retractaba.
Era tan extraño.
Y luego estaba la situación con Rita, que trajo a mi memoria el recuerdo de Thomas, el primer hombre que quise en la vida, de quien me enamoré profundamente. Lo conocí en la secundaria, a finales del primer año, recordaba encontrarme platicando con mis amigas cuando de pronto alguien nos interrumpió dejando una barra de chocolate en mi escritorio, alcé la mirada y me topé con unos hermosos ojos esmeraldas, pertenecientes al pelirrojo pecoso más extrovertido que alguna vez pude haber conocido.
«Thomás Jacobs»
Fue una atracción instantánea; era tierno, cortés, pícaro y juguetón. Sabía escuchar, y me entendía, siempre me mostró apoyo cuando el recuerdo de mi madre me agobiaba, o cuando tenía problemas con mi padre. Me enamoré perdidamente de él, nos juramos amor eterno y le entregué todo de mí.
Podía ver mi futuro a su lado, me imaginaba formando una familia, teniendo cuatro hijos en una casa modesta y acogedora, donde nunca faltaría el amor que hasta aquel momento solo conocía por parte de mi abuela.
Estaba muy ilusionada, era una niña ingenua y lo pagué con creces. Me destrozó hasta el alma, pero me enseñó a no confiar, ni esperar nada de nadie.
A partir de entonces dejé de creen en palabras vacías.
Suspiré profundamente, antes de voltear hacia el buró. Decidí intentar alcanzar la llave, pero solo logré deslizarla un poco más lejos y tirar la nota al suelo. Me volví a acomodar como me encontraba anteriormente y resoplé, sintiendo un punzante dolor de cabeza, debido a la resaca. Rendida, preferí mejor recostarme y dormir otro poco, para ganar fuerzas y volver a intentarlo, cuando de pronto escuché un ruido provenir del otro lado de la puerta.
Presioné los labios y maldije para mis adentros, imaginando la expresión burlesque que tendría el idiota de Sloan al regresar y encontrarme aún esposada a la cama, dándose cuenta de que su venganza había sido más exitosa que mi travesura.
Me preparé mentalmente para fingir desinterés, cuando de pronto la puerta se entreabrió y una melena rubia se asomó por el borde. Enarqué una ceja, mientras veía, presa de la curiosidad, a la joven que se adentraba en la habitación luciendo un tanto pálida y sudada; tenía el cabello desordenado, iba descalza y en su falda negra podían apreciarse pedazos de césped y algo de tierra, seguramente había sufrido alguna caída, y dado a que los perros se encontraban afuera, creía suponer el motivo.
Ella avanzó un par de pasos y se detuvo a centímetros de la puerta, tenía una expresión de molestia y reproche mientras observaba en derredor, hasta que sus ojos me encontraron.
—Hola —saludé, esbozando una sonrisa, mientras me incorporaba hasta quedar sentada, y apartaba algunas hebras de mi rostro. —. ¿Tú eres? —curioseé.
—S-Soy Jade Mackenzie, la nueva secretaría. —respondió, nerviosa y apartó la mirada al notar que me encontraba completamente desnuda en aquella cama.
¿La nueva secretaria? Sí, creía haber escuchado de ella. Era la única que había batido el récord de mayor tiempo como empleada del patán.
—Un gusto, Jade —respondí tranquila. —. ¿Me harías un favor?
Ella asintió con la cabeza.
—¿Me alcanzarías las llaves de estas esposas? —pregunté, alzando una mano para dejarle ver que me encontraba atada a la cama.
La expresión que se plasmó su rostro fue todo un poema, y tuve que contenerme para no reír… se veía horrorizada.
—Tranquila, y-yo te ayudo —dijo, apresurándose a alcanzar la llave que le señalé. —. ¿Estás bien? ¿Llamo a la policía?
—¿Qué? No —se me fue imposible contenerme y terminé estallando en carcajadas. —. Todo esto es consensual, tranquila —le comenté, intentando aplacarla un poco, ya que se veía alterada. —. Ya lo veía venir, solo no esperaba que se ensañara tanto dejándola tan lejos, y de verdad que me dio pereza estirarme para alcanzarla. —dije una vez que se acercó, y pude percibir su aroma frutal cuando inundó mis fosas nasales.
Se sentía dulce, como al parecer lo era ella.
Sus manos le temblaban mientras abría las esposas, y no pude evitar contemplar su rostro con curiosidad; era guapa, tenía una nariz delgada de botón, labios semi-carnosos y sus mejillas, que en ese momento se encontraban sonrojadas, eran un poco regordetas con hoyuelos, lo que le daba un toque realmente adorable junto a la timidez e inocencia que reflejaban sus ojos. Era de baja estatura, quizás 1.67, y su cuerpo hermoso, proporcional a su tamaño.
Una lindura andante. Quizás por eso Caín no la despedía aún.
Acaricié mi muñeca luego de ser liberada, y entonces me puse de pie frente a ella. La manera en que el rubor cubrió todo su rostro, mientras alzaba la mirada al techo para evitar ver mi cuerpo desnudo me hizo reír para mis adentros, antes de que la pasara de lado.
—Gracias, guapa —dije, avanzando hacia el sofá que se encontraba en la esquina, para tomar mi ropa y comenzar a vestirme.
Una vez estuve lista, tomé el celular que sonaba con insistencia en mi bolso, encontrándome la llamada de un número extraño. Fruncí ligeramente el ceño en lo que decidía responder para saber de quién se trataba, y entonces escuché una voz femenina del otro lado de la línea, preguntando si hablaban con Stain.
#181 en Novela contemporánea
#572 en Novela romántica
#227 en Chick lit
matrimonio arreglado, amantes y enemigos, humor drama romance
Editado: 18.11.2024