Rebeca Stain (versión Gratuita)

Capítulo 32

Elías abrió los ojos de par en par y tragó saliva sonoramente, observándome desencajado. Pasaron un par de segundos que se sintieron como horas antes de que volviera la mirada hacia la cama, y con la misma a mi rostro, mientras iba cambiando la expresión de su rostro a una que se me fue difícil descifrar, y entonces, cuando creí que lo siguiente que haría sería negarse y poner excusas, observé con asombro como procedió a acomodarse en el asiento, dedicándome una mirada sugerente y realizando un gesto de aceptación.

«¿Es en serio?»

El corazón me dio un salto, mientras placenteros escalofríos recorrían mi cuerpo. Torcí una sonrisa cargada de satisfacción y, movida por un sentimiento de autosuficiencia me aparté de él, parándome firme y caminé en retroceso hacia la cama. Me acomodé en el borde, y sin despegar la mirada de su rostro, deslicé la tela de la bata de baño por mis hombros, haciendo que cayera por mis brazos, dejando así mi torso desnudo, sosteniéndose aquella prenda en mi cintura gracias al nudo.

Sus ojos recorrieron mi torso y la forma en que sus pupilas se dilataron hizo que mi cuerpo se estremeciera de una manera deliciosa. Mantuve mi vista retadora en él, quien en respuesta enarcó una ceja, mientras se acomodaba mejor en el sofá, apoyándose en el espaldar y colocando el tobillo derecho sobre la rodilla izquierda.

«Gracias Rita por tan maravilloso obsequió»

Comenzó el teatro provocando que él pasara saliva, y sin abandonar su posición inicial apoyó el codo izquierdo en el brazo del sofá, antes de inclinarse hacia un costado, cubriéndose la boca con la mano hecha un semipuño. Sus ojos poseían un brillo difícil de descifrar, podía asegurar no haberlo visto antes en ninguno de los hombres con quienes me había enrollado, pero confirmaba también que carecía de la lujuria que ellos mostraban.

Elías me contemplaba como si fuese una obra de arte, sin hacer nada más que observarme, como se haría con alguna delicada escultura que se encontraba en exhibición dentro de una galería, pero no me molestó, y solo continué. No sabía si se debía a que en aquella ocasión tenía los intensos ojos de Elías puestos en mí, pero lo sentía más placentero, realmente lo estaba disfrutando.

Cerré los ojos cuando las sensaciones se volvieron más intensas, y al volver a abrirlos busqué a Odell con la mirada, dándome cuenta de que se encontraba con la espalda curveada hacia al frente, los antebrazos apoyados en sus piernas y los dedos de los manos entrelazados mientras continuaba observando la escena, sin ninguna señal en su expresión que me diese a entender que pretendía unirse en algún momento, o que al menos estuviese sintiendo algo, y para la peor de mis suertes, el enorme pijama que llevaba puesto era capaz de cubrir su entrepierna, por lo que no sabía si estaba excitado, o no. Al infeliz se le veía sereno y tranquilo, hasta podría decir que soñoliento.

«Carajo ¿de verdad no va a ceder?»

Mordí mi labio inferior cuando mi cuerpo se sacudió con un espasmo, y posé la mirada en el cielorraso, deseando llegar al clímax lo más pronto posible, pero una vez más, no podía alcanzarlo.

¡No!

Presioné el labio tan fuerte entre mis dientes, que comencé a sentir un ligero sabor a hierro en mi boca, mientras mi cuerpo se tensaba. Era una sensación tan agónica que al cerrar los ojos una lágrima traicionera se escapó, deslizándose por mi mejilla izquierda. Era similar a un ardiente deseo de estornudar, que cuando estaba a punto de lograrse, simplemente desaparecía, ¡multiplicado por tres!

Un gemido tembloroso brotó de mis labios, mientras iba reduciendo la velocidad, dándome por vencida, cuando de pronto sentí la cama hundirse a mi costado derecho, producto de un peso extra, antes de que una cálida palma se posara en mi abdomen. Asombrada, abrí los ojos de golpe divisando a Elías sentado, con sus piernas yendo en dirección contraria a las mías, justo en el momento en que se inclinaba para cubrir mi boca con la suya.

Sus besos y suaves caricias en mi abdomen ayudaron a que mi cuerpo se relaja, provocando así que el placentero clímax tomara lugar.

Esbocé una sonrisa llena de satisfacción, y no solo por el hecho de que finalmente había alcanzado un jodido orgasmo aquella noche, sino también por haber conseguido llamar la atención Elías, al punto de animarse a hacer algo más que solo mirar. Lo había logrado, y ahora quería mi tan ansiado premio… lo anhelaba con locura.

—Qué descanse. —besó mi frente, antes de ponerse en pie, con la intención de retirarse.

—¿Q-Qué? —jadeé, incorporándome de golpe.

“¿Qué descanse?” ¿Eso era todo? No, debía estar bromeando, y se trataba de una broma de muy mal gusto.

—No te vayas —le pedí, antes de apoyar las manos sobre el colchón para sostenerme, mientras le regalaba una sonrisa cómplice. —. Es tu turno, ven.

—Descuida, Chére… yo estoy bien. Intenta descansar un poco, antes de partir.

¡Qué manera tan dulce de rechazarme una vez más! No podía, simplemente no podía entender a aquel hombre, ¿cómo no sentía nada luego de tan tremenda escena? Yo pensaba en lo que acababa de pasar y me calentaba de nuevo… ¡pero él…nada!

—¡¿Siquiera me deseas, Elías?! —estallé, sin poder contenerme.

Él se detuvo a mitad de camino, antes de girarse para verme con una expresión de confusión plasmada en su rostro.

—¿Qué?

Tragué saliva y me acomodé la bata de baño, antes de arrástrame hacia la orilla y sentarme en el borde de la cama, viéndolo con seriedad.

—¿Siquiera me deseas en realidad? —repliqué. —. Dime, ¿qué soy para ti? ¿Uno más de tus bienes?

—¡No, Chére! —respondió, horrorizado, volviéndose hacia mí. —. ¿De qué habla?

—Por favor, literalmente acabas de tratarme como lo haría alguien con su mascota en celo. Y, lo peor, que me ayudarás a masturbarme es lo más lejos que hemos llegado en casi un año de relación… Por favor, sé sincero conmigo, y dime si me deseas o no, porque justo ahora siento que no soy más que un maldito trofeo, y que estás conmigo solo por algún jodido beneficio.




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