Fue realmente difícil volver a la rutina después de aquella semana de vacaciones, y lo peor de todo; lo que creí sería una placentera experiencia con Caín, utilizando los juguetes sexuales, terminó en el peor y más doloroso orgasmo de mi vida, si es que se le podía llamar así, más una absurda pelea donde proyecté mis malditos problemas y me atreví a romper las reglas, cuestionándolo sobre sus métodos al coger, al igual que el nombre que tenía tatuado a un costado de su abdomen junto a una herida de bala.
La situación se acaloró, se enfadó, me enfadé, nos gritamos y me marché. No supe más de él, fue como si se lo hubiese tragado la tierra. ¡Qué hombre más bipolar, narcisista, arrogante y testarudo! Pero, jodidamente bueno en el sexo, por ello a pesar de todo no dejaba de recurrir a sus llamados. Lo extrañaba, debía confesar, al igual que a Seth, Ra y Anubis.
Mi vida sexual era un desastre, con un prometido aburrido y casto, sexualmente hablando, que al parecer pretendía acostarse conmigo hasta el matrimonio, un amante ausente, y mi negativa a salir de fiesta sin mis amigas presentes para saber mi paradero una vez que decidiera enrollarme con algún extraño. Estaba jodida, por lo que elegí concentrar todas mis energías en lo único que me quedaba; el club nocturno.
Decidí no comentarle a papá sobre el obsequio de Elías, hasta que hubiese llevado el lugar a otro nivel. Quería mostrarle mi valor y demostrar que no perdí el tiempo en la universidad, como él decía. La única que tenía conocimiento de lo que hacía durante el día y la noche, era mi amada abuela, quien se alegró por mí, y me brindó su apoyo.
Era extraño asistir a un Club como dueña, en lugar de ser solamente la misma mujer alocada que buscaba bailar beber y enrollarse con alguien. Los empleados en su mayoría fueron muy cordiales una vez que me presenté con ellos, aunque también les resultó difícil el cambio de no tener comunicación directa con el propietario del lugar, a verme ahí casi todos los días, y se debía a que, si bien era una persona extrovertida, libertina y un tanto descarada, cuando se trataba de negocios, era seria y demandante.
Por dicho motivo decidí no enrollarme con los sensuales y coquetos strippers, por más desesperada que estuviese.
Creí que por tratarse de un lugar tan exclusivo y concurrido habría mejores ganancias, pero las cifras dejaban mucho que desear, por lo que comencé a emplear algunos cambios en el club, comenzando por el nombre, el cual sustituí por “Leo´s NightClub” en honor a mi amado hijo gatuno, y una ligera remodelación, sustituyendo la mueblería. También me reuní con el grupo de empleados, desde meseros y guardias, hasta bailarines, para mencionarles que implementaría mejores técnicas al momento de trabajar, y me abrí a sugerencias y quejas, después de todo, éramos un equipo.
Les prometí mejores condiciones de trabajo, después de todo el club no podría funcionar sin ellos, y un aumento a las bailarinas que debía colgarse del jodido techo, pero primero, necesitaba descubrir cual era el motivo por el que los números no cuadraban, y los ingresos eran tan poco. Para ello, una reunión privada con un muy pedante gerente, quien no paraba de mofarse de su larga experiencia en el lugar, desde su apertura, y la estrecha relación con los anteriores dueños.
Analicé su comportamiento durante semanas, hasta que finalmente le pedí realizar un informe detallado sobre las cuentas del lugar, algo que claramente no le agradó, y su actitud empeoró cuando le ordené darme acceso a la contabilidad del local… de ahí en más, todo fue de mal en peor.
—Bonsoir, Chére. —me saludó Elías, esbozando una enorme sonrisa antes de acortar el poco espacio que nos dividía para darme un beso casto en los labios.
—Hola. —torcí una diminuta sonrisa, y acomodé un mechón de mi cabello tras la oreja, mientras posaba la mirada en mis pies.
No hacía falta mencionar lo incómoda que se había tornado nuestra interacción desde el viaje. Pese a que seguía siendo el mismo de siempre, tan atento, sonriente y cortés, yo no sabía cómo debía actuar junto a él, en especial cuando mis jodidas hormonas se descontrolaban al tenerlo cerca, anhelando algo que seguramente no iba a obtener.
¡Cielos! ¿Siquiera se daba cuenta del infierno que me estaba haciendo vivir?
—¿Está todo bien? —le oí preguntar, antes de sentir su mano posarse en mi mejilla y hacerme alzar el rostro. —. Si no se siente bien, podríamos cancelar.
—No, descuida. —suspiré, antes de avanzar en dirección al auto.
No quería tornar incómodo el momento, ni actuar de manera indiferente con él, pero se trataba de uno de esos días en que no estaba de humor para nada, en especial luego de lo ocurrido en el club con el Gerente. Me sentía agotada, agobiada y frustrada, con un gran peso sobre los hombros. Solo deseaba llegar lo más pronto posible al lugar predestinado, para comer, y volver al trabajo a gastar energías.
A eso se había reducido mi vida.
Hugo me saludó con una carismática sonrisa, mientras me habría la puerta trasera del auto. Le agradecí, y una vez que ingresé me encontré con alguien a quien realmente no había echado de menos, en lo absoluto.
—Señorita Stain.
—Ander. —suspiré, mientras me acurrucaba cerca de la ventana.
—Pon el auto en marcha. —ordenó Elías, una vez que se sentó a mi lado.
Suspiré profundo, y observé el exterior. No tenía idea de hacia dónde nos dirigíamos, pero el camino se me estaba haciendo eterno.
—Chére —Elías trató de llamar mi atención. —. ¿Se siente mal?
Negué con la cabeza.
—Sabe que puede comentarme cualquier incomodidad que tenga, ¿no es así?
Tomé una profunda bocanada de aire, en tanto me giraba para verlo. Tenía una ligera expresión de angustia, y me suplicaba con la mirada que le confesara mis pesares. Mordí mi labio inferior, meditando en sí podría hacerlo o no, cuando de pronto tomó mi mano y le dio un ligero apretón.
#181 en Novela contemporánea
#572 en Novela romántica
#227 en Chick lit
matrimonio arreglado, amantes y enemigos, humor drama romance
Editado: 18.11.2024