Rebeca Stain (versión Gratuita)

Capítulo 35

La sorpresa pintó un cuadro en mi rostro, mientras observaba con ojos amplios aquellos tatuajes de tinta negra que marcaban su piel como si se tratase de un lienzo, repasando inconscientemente los trazos, eran tribales y de diseños extraños, parecían figuras geométricas que se retorcían en espirales, otras triangulares, un bosque, la luna, y extrañas aves, todo combinado en un berenjenal difícil de distinguir… Jamás en mi vida había visto a alguien con tantos tatuajes, era… simplemente era…. sorprendente.

—¿P-Por qué los ocultas? —la pregunta brotó de mis labios, mientras alzaba el rostro para verlo a los ojos, pero él desvío la mirada nuevamente.

—Porque dan una mala impresión —opinó Maura, recordándome que se encontraba presente. —. Es un hombre negro con tatuajes, lo primero que harán las personas será asociarlo con alguna banda criminal y eso no es bueno para el negocio.

—P-Pero, eso no tiene sentido.

—Sí lo tiene —rebatió. —. Es la clase que tatuajes que espantaría a niños y viejillas, no intentes negarlo cuando tú misma te has quedado sin palabras al verlo. —respondió, cruzándose de brazos.

Negué con frenesí, en lo que volvía la mirada hacia sus tatuajes, y en esa ocasión no contuve el deseo de posar las manos en sus pectorales firmes y marcados, para luego irlas deslizando por su torso, tallando con mis dedos los trazos y contornos de tinta sobre su piel, mientras lo sentía estremecerse bajo mi tacto.

—No se ven mal…

—Pero eso no es todo, Chére —suspiró en un tono distante, antes de sacarse la camisa por completo, permitiéndome ver aquellos que también cubría sus fuertes brazos.

Eran como enromes serpientes que ascendía, enroscándose en sus nervudos brazos, hasta la muñeca. Y no se terminaba ahí, ya que una vez tomó la toalla y se limpió, divisé que bajo capas de maquillaje que las ocultaban, había un par de diseños en el dorso de sus manos, al igual que en algunos dedos.

«Carajo»

Tragué saliva y di un largo recorrido con mis dedos, comenzando a rodearlo para ver su espalda ancha y varonil también marcada por lo que parecía ser un ave, lo suponía porque podía distinguir las plumas. Era complicado descifrarlo por completo al encontrarse junto a otros que eran árboles cuyas ramas no tenían hojas, huellas de manos, un par de ojos de mirada intensa, entre muchos más. Sentí una sensación extraña en mi pecho y estómago al notar en su costado izquierdo de la espalda, una enorme cicatriz similar a la de una quemadura que interrumpía el diseño, lo cual significaba que había sido posterior a los tatuajes.

¿Qué le había pasado?

Suspiré hondo y terminé de rodearlo, hasta quedar frente a él, encontrándome con un rostro afligido.

—Seguro no era esta la imagen que esperabas ver en tu futuro esposo —comentó, con una expresión de tortura, dejando la toalla sobre la mesa. —. Desolé.

—¿Planeabas ocultármelo hasta después de la boda? —inquirí, retrocediendo un par de pasos y abrazándome a mí misma.

—No, Chére —respondió con presura. —. Solo quería que me conociera como en realidad soy, para que no se asustara por mi apariencia.

—No me asustas, Elías —respondí, acortando el espacio entre ambos para señalar sus tatuajes con el dedo, rozando su piel con mi yema. —. Esto no asustaría ni a un bebé.

—No seas condescendiente con él —gruñó Maura, posándose frente a nosotros. —. Sé honesta, ¿qué hubieras pensado si se hubiese presentado así a pedir tu mano, en lugar de llegar como un rico y caudaloso caballero refinado? Los tatuajes dan una mala imagen.

La observé consternada por sus palabras, carajo, ¿se suponía qué ella era su amiga? Porque estaba siendo demasiado cruel y grosera con él. ¿Acaso era la causante de que se sintiera inseguro de mostrarse como era?

Sentía que todo estaba cobrando sentido.

—Depende de en qué siglo vivas —le respondí, tomando la mano de Elías. —. Vamos a caminar por el lago… Maura, que los chicos te lleven a casa, y de paso, que traigan una mudada de ropa para Elías, los esperaremos aquí.

Necesitaba que ella se marchara, para poder hablar tranquilos respecto al tema, sin sus groseras interrupciones y nefastas opiniones.

—¿Disculpa? —preguntó indignada.

Suspiré profundo, y puse los ojos en blancos en muestra de irritación.

—Elías…—le dije en un tono de fastidio, y él comprendió el mensaje.

—Maura, que los chicos te lleven a casa. —me secundó.

—P-Pero, Elías…

—¡Maintenant, maura! —demando con severidad, y sentí como su cuerpo se tensó, ya que presionó mi mano.

Ella le dedicó una mirada llena de resentimiento, antes de avanzar hacia la mesa y tomar su bolso, para posteriormente dirigirse al camino que daba al restaurante. Una vez que se marchó, solté un suspiro profundo y comencé a andar hacia el lado contrario, tirando de la mano de Elías para que me siguiera, y así lo hizo.

Ambos permanecimos en completo silencio mientras caminábamos a orillas del lago cristalino, él mantenía mi mano aferrada con mucha fuerza, como si temiese que fuese a escabullirse de sus dedos temblorosos. La curiosidad pudo conmigo, y lo observé de reojo, debido a que era más alto que yo, lo primero con lo que me topé fue con el tatuaje de serpiente en su brazo, el cual junto a otros subía hasta sus hombros, y mordí mi labio inferior, continuando el recorrido hasta su rostro.

Su expresión era difícil de descifrar, lucía pensativo, y aislado mientras mantenía la mirada baja. Sabría la vida qué estaba pensando en aquel momento.

Yo, por otra parte, comenzaba a dejar de lado la sorpresa que me había provocado el saber que poseía tantos tatuajes, y a concentrarme en lo que tenía al frente… ¡Mierda! ¿Quién rayos era ese hombre cuyo cuerpo se asemejaba al de un maldito y jodidamente sexi dios nórdico, y qué había hecho con mi anticuado prometido?

¡No tenía ni el más mínimo sentido!

Pese a la vulnerabilidad que reflejaban sus facciones, el aspecto que le daban aquellos diseños era rudo e imponente, pero de buen talante, masculino, salvaje y arrogante. Me preguntaba si al final su actitud caballerosa había sido una fachada, y si en realidad me encontraba ante un bárbaro… un sexi bárbaro. Y fue tanta la impresión, que no pude evitar imaginarme los escenarios más eróticos que alguna vez se cruzaron por mi cabeza.




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