Si me hubiesen preguntado meses atrás cómo celebraría mi cumpleaños número veintisiete, seguramente habría respondido que bebiendo en un club hasta perder la cabeza y terminar enrollándome con algún desconocido. Un día normal en la vida de Rebeca Stain. Sin embargo, ahí me encontraba en mi habitación, probándome prenda tras prenda, deseando tener el atuendo perfecto para una salida muy especial con mi prometido.
“Mi prometido” Aún se sentía realmente extraño el decirlo.
Aquella noche se había llevado a cabo una gran fiesta de beneficencia organizada por Sloan BC Company, fue un evento entretenido, y eso era mucho para decir dado a las personas que lo concurrían; un montón de presuntuosos empresarios que disfrutaban de jugar a “mi casa es más grande que la tuya”. Por suerte para mí, pudimos librarnos de la obligación de permanecer más tiempo del deseado, ya que mi padre sabía que tenía otros planes sobre el cómo quería pasar mi cumpleaños, que rodeada por gente tan detestable, con excepción de Caín y su secretaria, claro, al igual que Izayana Stevens y su esposo.
En un inicio el plan era partir desde ahí hacia donde celebraría mi cumpleaños, pero luego de que Jade tuviese un incidente que involucraba vino tinto, la solidaridad femenina me llevó a tener que intervenir y obsequiarle mi vestido, algo de lo que no me arrepentía en lo absoluto. Además, eso me dio la oportunidad de volver a casa para darme una ducha y comenzar la noche fresca y relajada, especial luego de la tensión que viví al pensar que Sloan me delataría frente a mi padre y Elías… joder, fue tremendo susto.
Terminé de arreglarme luego de elegir un diminuto vestido blanco satinado, con la espalda descubierta, y me observé en el espejo mientras me colocaba un hermoso collar de gargantilla con un largo serpenteante que caía por el surco de mis senos, dándole un bonito aspecto a mi escote en V.
Aquella joya fue uno de los muchos obsequios de Odell, y me encantaba.
Un mensaje suyo informándome que me esperaba en la sala de estar me hizo darme prisa, tomé mi bolso y salí de la habitación dispuesta a ir a su encuentro y así dejar de desperdiciar el tiempo. Se suponía que para aquel momento ya debíamos estar en el club.
Cuando bajé el último escalón sentí el ambiente colmado de aromas florales, y no por nada, al igual que cuando todo comenzó, Elías había inundado la sala de estar de rosas en mi honor. Escuché su voz a la distancia junto a la de mi abuela, y no pude evitar esbozar una sonrisa. ¿Por qué sonreía? No tenía ni la menor idea, y la verdad, me asustaba la manera tan natural en que sentía.
Acomodé un mechón de mis rebeldes rizos y crucé el umbral que daba a la sala de estar, encontrándome a Elías sentado en el sofá mediano, de frente al de mi abuela, quien mantenía a Leo en su regazo y lo acariciaba con ternura. La mujer que más amaba en el mundo fue la primera en percatarse de mi presencia y esbozó una ancha sonrisa cuando nuestras miradas se conectaron. Al notar esto, Elías se giró para ver lo que había llamado su atención y sus ojos adoptaron un brillo de encanto al divisarme a su espalda. A pesar de que sabía cuál sería su reacción, no pude evitar sentirme la mujer más hermosa del mundo ante aquella manera tan peculiar en que sus esferas ámbar me observaban.
Torcí una sonrisa, en lo que me adentraba en aquel espacio, hasta quedar en el medio de ambos.
—Son benditos los ojos que aprecian tu belleza, Chére. —dijo, alzando una copa de vino blanco en mi dirección. —. Feliz cumpleaños.
Estaba por agradecerle, cuando de la nada y sin motivo aparente, Leo saltó del regazo de mi abuela, y como si flotara por los aires debido a la agilidad y rapidez que empleó, se abalanzó sobre el regazo de Elías, chocando con su mano y provocando que el líquido le cayera en su torso.
—Oh no, Leo. —dije, yendo hacia él para tomarlo en brazos.
Elías soltó una media risa y negó con la cabeza mientras observaba su camisa blanca mojada una vez más.
—Creo que estoy teniendo una mala racha con los vinos —dijo, con un ligero tono de humor. —. Comenzaré a evitarlos.
—De verdad lo siento —dije, mientras me aferraba más al felino. —. No sé porqué está tan travieso hoy.
—Descuida, Chére —se puso de pie, quitándose el saco. —. Pero me temo que tendré que ir a casa.
—No es necesario, cielo, solo hay que pedirle a alguien que la lave. Tardará unos minutos y estará lista. —dijo mi abuela, poniéndose de pie. —. Quítatela.
Elías abrió los ojos de par en par, mientras retrocedía un paso.
—Madame, me temo que…
—No seas tímido —le dijo entre suaves risas. —. No sería la primera vez que vea el torso desnudo de un hombre.
Mordí mi mejilla interna, mientras veía el rostro de Elías palidecer debido a la vergüenza que parecía provocarle el encontrarse en la penosa situación de mostrarle sus tatuajes a mi abuela. Buscó mi mirada, podía ver la desesperación en la suya, por lo que le regalé una cálida sonrisa mientras sentía con la cabeza, indicándole que estaba bien.
La abuela no haría un escándalo, en especial porque ya le había comentado que Elías tenía tatuajes, preparándola para que no se mostrara tan sorprendida al verlo.
—Entre más lo prolongues más tarde llegarán al club. —insistió la abuela.
Él asintió con la cabeza, mientras guiaba las manos hacia los botones de su camisa. Parecía tímido, y un tanto cohibido mientras poco a poco iba dejando al descubierto sus tatuajes, hasta sacar su camisa por completo, haciendo que un profundo suspiro brotara de mis labios.
Joder, nunca me cansaría de esa vista.
La abuela se esforzó por no mostrarse sorprendida, pese a que en sus ojos podía notar el asombro ante lo que presenciaba. Les dio un vistazo rápido a los trazos en la piel de Elías, mientras llamaba a una de las empleadas para que se llevase la camisa de Elías al área de lavado.
—Lamento estar retrasándonos, Chére. —se giró en mi dirección.
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Editado: 18.11.2024