Una vez que Elías se marchó a buscar los tragos, salí de la zona VIP y me dirigí hacia el baño que se encontraba al final del pasillo. Sentía que mojarme un poco el rostro y humedecer mi cuello ayudaría a relajarme un poco. Me observé en el espejo, creyendo que encontraría en mi rostro una expresión cargada de frustración, pero fue todo lo contrario, me veía tranquila, serena y antes de que me diera cuenta una diminuta sonrisa se había formado en mis labios.
En definitiva, no espera que él produjera aquel efecto en mí. Pero no me sorprendía, después de todo había cumplido la primera fantasía sexual que tuve al conocerlo; sentir como sus dedos me llevaban al orgasmo, y joder, había sido maravilloso.
Fue un buen regalo, si pensaba en el hecho de que no esperaba nada de índole sexual de su parte. Y me sorprendió, debía reconocer, la agilidad que demostró. No era un novato, eso estaba más que claro, ese hombre sabía lo que hacía y conocía los puntos exactos para llevar a una mujer a un placer sin igual… hubo otras, claro estaba, y eso despertó mi curiosidad, ya que nunca lo había escuchado hablar de otra mujer en su vida, más que Maura y por la forma en que se comportaba con ella, era claro que la veía como a una hermana.
Me era difícil saber si alguna vez tuvo una relación con alguien, ya que no había ningún atisbo de esa persona, ni siquiera en sus tatuajes, más que los ojos que mi abuela creyó que eran los míos.
¿Y si eran de algún gran amor que tuvo?
La puerta del baño se abrió de pronto, sacándome de mi ensimismamiento. Al principio no le di importancia, ya que era un baño femenino público con varios cubículos, hasta que sentí un aroma a perfume masculino inundando el lugar. Fruncí el ceño en confusión y observé a través del espejo, encontrándome una figura masculina mis espaldas; no podía ver su rostro con claridad ya que llevaba una chamarra con gorro, que lo hacía ver sumamente misterioso.
—E-Este es el baño de mujeres. —fue lo primero que brotó de mis labios.
«Es claro que lo sabe, Rebeca, Maldición»
Tragué saliva y bajé la mirada hacia el grifo para abrirlo y comenzar a lavar mis manos, esperando que se tratase de alguien que se identificaba con el género femenino y que por dicho motivo no hubiese entrado al baño de hombres. Pero entonces, alcancé a escuchar el cerrojo de la puerta principal, luego sus pesados pasos acercándose, y la piel se me erizó cuando un escalofrío recorrió mi espina dorsal.
—Mira —intenté sonar tranquila, aunque comenzaba a sentir un creciente temor hacia aquella persona. —. No sé en qué estás pensando, pero no seré parte de su juego, mi pareja me espera afuera… y si no llego pronto, él vendrá. —dije, tratando de no mostrarme intimidada mientras me alejaba del lavado e intentaba llegar la puerta.
La prisa con que se abalanzó para sujetarme del brazo me hizo emitir un grito de horror. Y no me dio tiempo de forcejear cuando tiró de mí para volver hacia el lavado, dándome un leve empujón hacia el mesón de mármol.
—Mierda —gruñí con frustración. —. ¿Quién demonios te crees que eres? Habla de una maldita vez. —exigí.
—¿No me reconoces? —preguntó, dando un paso hacia mí de manera amenazante, antes de quitarse el gorro. —. ¿No reconoces al hombre a quien le jodiste la vida?
Fruncí el ceño en confusión, mientras posaba la mirada en su rostro, buscando alguna similitud con alguno en mi memoria… pero no, por más que lo intentaba no lograba reconocerlo y así se lo hice saber. Pero eso solo logró que su furia se encendiera.
—¡Yo te dije que no era buena idea coger dentro de la empresa de tu padre! —bramó histérico, y alcé las cejas con sorpresa, creyendo por fin saber de quién se trataba.
—¿Michael?
—Mitchel... ¡Mitchel, maldita sea! —gritó.
¡No podía ser… ¿era el patético llorón?!
¿Pero qué diablos le había pasado? Parecía haber envejecido unos treinta años, llevaba una barba desalineada y su ropa era un verdadero desastre. Tenía un aspecto muy deplorable.
—Oh, lamento no reconocerte es que… ¿qué pasó contigo?
—¿Que qué pasó conmigo? ¿Todavía te lo preguntas? —cuestionó incrédulo, como si fuese mi obligación saberlo. —. Le sugeriste a tu maldito padre que no me diera el empleo.
«Ay, carajo. Sí escuchó lo que dije ese día»
—Pero además de eso, el imbécil se enteró de que estaba cogiendo contigo en el baño y se puso furioso, se ensañó conmigo y se encargó de dañar mi reputación e impedir que consiguiera empleado en algún otro lado. Pasé de ser un prometedor agente de ventas inmobiliarias a un maldito conserje, por tu culpa —gruñó, señalándome con el dedo mientras me observaba con ojos de furia. —. Él defendiendo tu honor como si no supiera la clase de hija que tiene.
Abrí los ojos de par en par, consternada ante lo que acababa de escuchar. ¡¿Mi padre había hecho qué?! Pero, ¿en qué momento había pasado? Y lo más extraño, si lo había descubierto, ¿Por qué no me reclamó a mí en lugar de irse contra aquel pobre hombre?
—Me jodieron la vida, él y tú, y aquí estás, siendo la dueña de este exitoso club, comprometida con un hombre multimillonario y siendo la futura heredera de Stain BC Company, mientras yo me revuelco en mi propia mierda.
El tono en su voz, la expresión en su rostro y lo tenso que lucía hizo que comenzara a tomarme en serio la situación, poniendo mis sentidos alertas. Al final de todo, no conocía a aquel hombre, solo había cogido con él en dos ocasiones y ya no parecía seguir siendo el mismo que lloró en el baño suplicando que lo auxiliara… no, lucía sombrío y no sabía de lo que era capaz.
—Mitchel y-yo… yo no sabía lo que mi padre te hizo… lo siento.
—¿Lo sientes? —rio con ironía. —. Ese día te advertí que si ese hombre se enteraba acabaría conmigo y solo te burlaste de mi desesperación desde ese pedestal de privilegios en el que tu padre te mantiene encerrada. Eres igual de cruel, vil y despreciable que él.
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Editado: 18.11.2024