El recuerdo de aquella noche siguió latente en mi cabeza, era consciente de que sería difícil borrarlo algún día. Conforme iban pasando el tiempo crecía en mí la necesidad de saber de aquella alocada chica de hermosos risos, pero no contaba con los medios para hacerlo, por lo que terminé resignándome a que posiblemente no la volvería a ver.
El señor West falleció después de navidad, no sin antes pedirme cuidar de su adorada hija. Fue una etapa muy difícil, el dolor de perder a un padre era algo de lo que me hubiese gustado proteger a Maura, verla quebrarse fue muy duro, y no poder hacer nada para aliviar su dolor lo era más. Al final solo nos teníamos el uno al otro, y le prometí nunca abandonarla y luchar por lograr un futuro favorable para ambos. Obtuve mi título universitario por ventanilla, ya que no contaba con el dinero suficiente para gastos de graduación, luego de los gastos de funeraria, y me sumí en el plan de terminar mi plataforma digital.
Las semanas se convirtieron en meses, los meses en años y llegó el día en que finalmente pude presentar mi proyecto a la sociedad. La plataforma digital funcionó de maravilla, la vendí al mejor postor y amasé millones. No sabía qué hacer con tanto dinero, y decidí invertirlo en crear mi propia empresa, quería hacer un cambio y construir algo que fuese gentil con el medioambiente. Lo logré, y fue un éxito.
La vida me sonrió de nuevo, tenía todo lo que quería, cualquier cosa que pudiese anhelar, pero aun con todo el dinero del mundo no me sentía completo. La nostalgia y melancolía comenzaron a volverse mi pan de cada día, así como el cruel insomnio me atormentaba durante las noches, y entre medio de toda aquella agonía resurgió el recuerdo la mujer responsable de que aún continuara con vida, y fue como si una chispa se encendiera en mi interior.
Había pasado cuatro años desde aquel día, mi deseo de saber qué había sido de ella terminó por convertirse en una manía, al punto de orillarme a contratar un investigador privado.
—Revisé los anuarios desde la noche en que me dijo que la vio, hasta la actualidad. Su nombre es Rebeca Stain, se graduó de la universidad a finales del año pasado. —me comentó aquel hombre, mientras me entregaba las fotografías del Anuario de la Universidad.
El corazón me dio un salto una vez que observé su fotografía y reconocí su rostro de bella faz, con sus ojos llenos de viveza. Torcí una sonrisa sin siquiera darme cuenta y esta se transformó en una carcajada cuando divisé a sus amigas en la misma columna que ella, y recordé a detalle aquella noche.
“Rebeca Stain”
Aquel nombre representaba mucho para mí… se trataba de la persona que, sin querer, ni saber, me había salvado la vida.
—Es hija de un empresario, Héctor Stain, suelen asistir a eventos juntos —continuó aquel hombre, sacando del sobre manila un par de fotografías donde padre e hija se encontraban posando para las cámaras de periodistas encargados de cubrir aquellos eventos.
Zut… era tan hermosa. Su estilo era único, comparado con el resto de las mujeres que se divisaban a su alrededor, solía usar atuendos muy reveladores, que le quedaban como anillo al dedo, dándole un aspecto sensual y atrevido. Me encantaba que no se limitara por el qué dirían los demás.
—Es hermosa. —dije, embelesado.
—Sí que lo es —suspiró aquel hombre, antes de avanzar hacia el sofá de mi oficina para dejarse caer sentado, subiendo los pies en la mesa de centro. —. Pero, me temo que la hija de un empresario es solo la mitad de lo que ella es.
Fruncí el ceño en confusión, y finalmente desvié la mirada de la hermosa imagen que mis ojos contemplaba, para verlo de manera interrogante.
—En mis investigaciones descubrí algo más; resulta que su chica es… ¿cómo decirlo sin que suene ofensivo?
La expresión en mi rostro se endureció.
—Solo hable. —exigí.
—Bueno, como se diría popularmente ella es… ella es una zor…
Antes de que pudiera terminar aquella frase, mi mano se estrelló de manera violenta contra el escritorio, haciendo que se sobresaltara y se incorporara hasta quedar erguido en aquel sillón, bajando los pies de la maldita mesa de centro.
—E-Ella es una mujer que disfruta de su sexualidad al máximo. —se corrigió, luciendo un tanto nervioso por mi reacción.
Tragué saliva, mientras intentaba relajarme, recargándome contra el asiento.
—¿Y eso qué? ¿No lo hace usted? ¿No lo hago yo? —volví a erguirme. —. Ese no es motivo para que le falte el respeto.
—Señor Odell —se puso de pie, y sacó otro sobre manila del bolsillo interno de su chaqueta. —. Lo de ella es diferente, suele asistir a clubes de mala muerte, beber hasta perder la noción y enrollarse con cualquier extraño… y lo hace bajo el seudónimo de “Tiffany”.
Arrojó sobre mi escritorio una serie de fotografías donde podía apreciarla, vistiendo atuendos que apenas cubrían su cuerpo, bebiendo y... conviviendo con distintos hombres.
—Como podrá ver, es una zorra.
Tragué, mientras las observaba detenidamente, antes de alzar la mirada hacia el investigador privado.
—Sus servicios ya no son requeridos. —tomé mi teléfono para ingresar a la aplicación del banco y realizarle una transferencia. —. Puede irse.
—Gracias, señor Odell.
—Una cosa más —me puse de pie y rodeé el escritorio, hasta quedar de frente a él. Me observó de manera interrogante, y no me medí cuando le propiné un fuerte puñetazo que le hizo perder el equilibrio. —. No vuelva a llamarla de esa forma… y si se atreve a filtrar esta información, tenga por seguro que lo hundiré. —amenacé.
Él asintió con frenesí, antes de ponerse de pie y retirarse con prisa de mi oficina. Una vez que se marchó, suspiré hondo maldiciendo para mis adentros, mi temperamento era un problema, pero en mi defensa él se había sobrepasado al repetir aquello, luego de que le pidiera no hacerlo. Volví a rodear mi escritorio y me dejé caer sentado sobre la silla giratoria, acariciando mis sienes con la mano derecha, antes de volver la mirada hacia las fotografías.
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Editado: 18.11.2024