Rebeca Stain
Mantenía los ojos abiertos de par en par, con una expresión estupefacta que seguramente volvía mi rostro un poema, mientras escuchaba de labios de Elías la historia de cómo me conoció en la universidad, sintiéndome consternada por el hecho de que no recordaba en lo más mínimo aquel suceso. Sabía que no podía estar mintiendo, ya que el haber estado a punto de ahogarme fue el principal motivo por el que tuve que tomar clases de natación.
Mis recuerdos eran vagos, y las chicas no pudieron decirme quién me había salvado aquel día, lo cual no me sorprendía ya que estaban casi tan ebrias como yo, por lo que con el pasar del tiempo decidí dejar el tema atrás. Nunca imaginé que años más tarde estaría nuevamente frente a mí, menos aún, que me tendría tan presente, que incluso se llegaría a tatuar mis ojos, convirtiéndose después en mi maldito y jodidamente sexi prometido.
Era una completa locura, en todos los aspectos, y no sabía cómo sentirme al respecto. Se trataba de una mezcla extraña de emociones, y lo empeoraba el saber que mi vida privada y descarrilada tampoco era un secreto para él; sabía lo que hacía a detalles, y aun así no mencionó nada en el año y meses que llevábamos “conociéndonos” … se sentía como una traición, como si todo lo vivido no fuese más que una mentira.
—Lo sabías todo —murmuré para mí misma, perdida en mis pensamientos. —. ¿Y aun así te comprometiste conmigo?
Él torció una ligera sonrisa, antes de ponerse de pie, y yo retrocedí un paso, viéndolo hacia arriba por la diferencia de estatura que era más notoria cuando no llevaba puestos mis zapatos altos.
—Lo único que siempre he sabido, Chére, es que tienes el sigilo, la astucia y fiereza de un felino —sus manos ahuecaron mi rostro y me acarició las mejillas con los pulgares. —. Más una belleza exquisita, y eso nunca me ha asustado, pese a que sé lo que conlleva.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo de pies a cabeza ante aquellas palabras y no pude evitar verlo con una expresión anonadada, en especial porque me di cuenta de que su última frase representaba el hecho de que aquel hombre se encontraba recibiendo golpes por mí desde el instante en que me conoció, y aún años más tarde el peligro a mi lado no menguaba.
«Joder…»
—¿Por qué no lo mencionaste antes? —inquirí, dando un paso atrás.
—¿Hubiese cambiado algo?
—¡Hubiese cambiado muchas cosas! —respondí, con más reproche del que pretendía mostrar.
La verdad, no sabía cómo sentirme al respecto. Era como una montaña rusa de emociones; por un lado, me parecían atractivas sus palabras tan osadas, y me encantaba el hecho de que supiera quien era yo en realidad, y no me juzgara, pero eran esos mismos detalles lo que me incomodaban, hasta el punto de hacerme sentir traicionada, porque era clara la desventaja que siempre tuve, desde el inicio de aquel compromiso… nunca estuve en control de la situación, como pretendía. De haber sabido que me conocía y que no le importaban mis actitudes, nos hubiésemos ahorrados muchos sinsabores, ya que al tratar de alejarlo siempre ocurría algo malo.
Ahora podía comprender el porqué me veía con admiración luego de que decidiera desafiar a mi padre y vestirme como siempre lo hacía… joder, mencionó mis rizos, cuando llevaba meses de no usarlos, me llevó a bares y me vio bailar con otros sin mostrar emoción alguna y era porque ya estaba acostumbrado a todo ello… ¿cómo no pude sospecharlo?
Y la pregunta más latente en mi cabeza, ¿Al final cuál era el objeto de su obsesión? ¿Acaso era la idea de que aquella joven tan ingenua y vulnerable que conoció en la universidad, sufriendo por un ex y la falta de cariño por parte de su progenitor, seguía oculta en alguna esquina de mi ser? Porque si ese era el caso, terminaría muy decepcionado y posiblemente todo entre nosotros acabaría de la peor manera.
Todo aquello, simplemente era demasiado para digerir.
—Quiero ir a casa, Elías. —intenté pasarlo de lado y dirigirme hacia la salida de la habitación, pero él me detuvo al sujetarme del brazo con firmeza.
Jadeé, estremeciéndome de pies a cabeza, mientras me giraba para verlo con sorpresa, ya que era la primera vez que se atrevía a sujetarme de aquella forma.
—Lo siento, por favor, perdón, no fue mi intención hacerte sentir mal —declaró, haciéndome retroceder hasta quedar de frente a él. —. Me habría gustado decírtelo desde el principio, pero no sabía cómo lo tomarías. Creí que lo mejor sería comenzar de cero.
Volvió a ahuecar mi rostro entre sus manos y me hizo alzar el rostro para verlo a los ojos. Se veía sumamente angustiado con un genuino arrepentimiento por lo que estaba pasando. Su expresión me resultaba tortuosa y joder, pese a todo, odiaba verlo en aquel estado por mí, sentía que no lo merecía cuando todo lo que había hecho era ser cariñoso, atento y gentil conmigo.
—No deseo que todo esto te agobie, Chére… de verdad lo siento, es tu cumpleaños, debió ser un día especial, perdón por eso —su dedo acarició la herida en mi mejilla con sumo cuidado. —. Y es muy tarde para salir, por favor, quédate a dormir e intenta descansar un poco.
—Y-Yo…
—Por favor —suplicó, sujetando mis manos y guiándolas hacia sus labios para besarme los nudillos. —. Dame una oportunidad de corregir mi error.
Sus ojos ámbar se posaron en los míos, viéndome con súplica, y como la primera vez que nos vimos en aquel restaurante, no pude evitar sentirme como un ser diminuto ante tanta intensidad, al punto en que mi cuerpo se estremeció con un nudo formándose en mi garganta, imposibilitándome hacer algo más que solo asentir con la cabeza, aceptando sus pretensiones.
Necesitaba descansar un poco, habían sido demasiadas emociones por un día.
Sorbí mi nariz, y solté sus manos intentando alejarme de él y volver hacia la cama, pero entonces me vi envuelta entre sus fuertes brazos y el aroma de su perfume inundó mis fosas nasales, resultándome ambas cosas como un efectivo anestésico que relajó tanto mi mente, como mi cuerpo.
#181 en Novela contemporánea
#572 en Novela romántica
#227 en Chick lit
matrimonio arreglado, amantes y enemigos, humor drama romance
Editado: 18.11.2024