El día de la boda había llegado.
—¿Lista, Rebeca?
Un escalofrío recorrió mi espina dorsal al oír la voz de mi padre, cerré los ojos y maldije para mis adentros… Joder, ya no había vuelta atrás.
—S-Sí, ya estoy lista. —respondí, armándome de valor y girándome para verlo.
Me observó de pies a cabeza con una ligera expresión de sorpresa en el rostro. En ese momento recordé que aún no veía mi vestido tan… ¿exótico? Y temí a que su reacción fuese de desagrado, o decepción.
—Mmm, ¿dónde está el velo?
—¿El velo, papá? ¿Ese que fue impuesto como obligatorio o imprescindible, simbolizando la virginidad y pureza de la novia?... No encontré uno que combinara con mi vestido. —sonreí con más arrogancia de la que pretendía demostrar.
—Deja el sarcasmo para otro día, Rebeca —dijo, prensando ligeramente la mandíbula, lo que reflejaba su inconformidad con mi respuesta. Pero rápidamente relajó su expresión y acortó el espacio entre nosotros, ofreciéndome su brazo. —. Igual luces hermosa, incluso te pareces a… te pareces a tu madre.
Giré la cabeza en su dirección, abriendo la boca con la intención de reprochar sus palabras, pero la cerré de golpe al darme cuenta de que, por primera vez, aquello no me sonaba a una ofensa. Quizás porque no se refería a las malas acción es de mi progenitora, sino a lo hermosa que ella era.
—Los veo adentro. —dijo la abuela, adelantándose a nosotros.
Estuve a punto de sufrir un infarto en el momento en que las puertas se abrieron y fui víctima de las miradas curiosas, y algunas despectivas. Suspiré profundo en un intento por calmar mis nervios, y decidí observar la decoración del lugar; había arcos de rosas blancas por todos lados, arreglos florales colgando de los bordes de las bancas de la iglesia, un camino de pétalos hacia el altar, al igual que otros siendo lanzados por bailarinas de Danza aérea, vestidas de… ¿ángeles? Carajo, todo era lujoso y extremadamente cursi, pero no podía quejarme, ya que, como había mencionado, yo decidí desentenderme de los detalles de la boda y dejarlo en manos de la abuela y mi padre, con excepción de mi vestido, lo cual sentía que era lo único que me representaba en todo aquello.
«Joder, ¿cuánto falta?»
Aquel pasillo se sentía eterno, y cada paso que daba era más descoordinado que el anterior, si seguía de aquella forma, seguramente terminaría tropezando y cayendo de lleno al suelo de una manera torpe y vergonzosa. ¿Por qué el edificio debía ser tan grande?
—Levanta la barbilla, y camina derecha. Sonríe y finge interés en lo que pasa a tu alrededor.
Abrí los ojos de par en par tras escuchar a mi padre decirme aquello, y hasta aquel momento me di cuenta de que había adoptado la misma actitud de cuando llegaba de su brazo a los eventos de empresarios. Me apresuré a intentar recuperar la compostura, dirigiendo así la mirada hacia el altar, y no podría describir la agradable sensación de alivio que envolvió mi cuerpo en el momento en que me topé con el brillo de admiración y orgullo que reflejaban las esferas color ámbar del hombre que esperaba por mí.
¿Le había gustado mi apariencia?
La deslumbrante sonrisa que mantenía en sus labios me confirmaba que sí, y eso me dio la confianza que necesitaba para alzar el rostro y caminar firme, correspondiéndole el gesto al esbozar una diminuta sonrisa.
—No sé cómo lograste hacer que ese hombre te vea como si fueras el centro del universo mismo, pero, bien hecho, hija, hiciste lo que te pedí y mucho más… hoy nos posicionamos en las grandes ligas.
«¿Qué?»
—Pero esto no se termina aquí, has lo posible porque no pida el divorcio en una semana.
La sonrisa que tanto me había esforzado por esbozar se desvaneció y fruncí ligeramente el ceño, mientras lo observaba de reojo. Su comentario era realmente repulsivo e indignante, me hacía sentir como si no fuese más que una maldita pieza de ajedrez en su juego macabro, recordándome el motivo por el que todo aquello había comenzado. La razón de ser de aquella boda.
Deseé gritar de frustración, pero no fui capaz de reprocharle ya que justo en ese momento nos detuvimos y escuché la voz de Elías.
—Te ves asombrosa, Ma Chére.
Parpadeé un par de veces y volví la mirada hacia el frente de manera súbita, encontrándolo de pie frente a mí. Ni siquiera me di cuenta en qué momento habíamos atravesado el interminable pasillo.
—Te la entrego. —murmuró papá, mientras tomaba mi mano para apartarla de su brazo y guiarla hacia Elías, quien no dudó en recibirla con un tierno beso en mis nudillos.
Intenté dejar de lado la incomodidad que Héctor Stain había provocado en mí, y forcé una sonrisa mientras me encaminaba junto a Elías hacia el altar, donde el sacerdote ya esperaba por nosotros. Volteé hacia la derecha, y esbocé otra sonrisa para las chicas que se encontraban ahí de pie, y luego volteé hacia atrás, buscando a mi abuela con la mirada, hasta que la localicé en primera fila junto a mi padre, viéndome con una expresión de felicidad y nostalgia.
—Queridos hermanos, nos hemos reunido aquí, a la vista de Dios, para unir a este hombre y esta mujer en santo matrimonio, un matrimonio que habrá de ser honrado entre los hombres y en el que por tanto no hay que embarcarse a la ligera… —comenzó el sacerdote.
Carajo, aquello realmente estaba pasando.
Podía sentir las pesadas miradas de los presentes en mi espalda, como si se tratase de un taladro, y a cada segundo que pasaba mis nervios iban en aumento, al punto en que no era capaz de prestarle atención a las palabras del sacerdote. Me sentí desconectada de todo, cada gesto, sonrisa y acción que ejercía lo hacía en modo automático, hasta que llegó el momento de girarme para ver de frente a Elías, quien seguramente notó lo tensa que me encontraba, ya que se propuso a intentar distraerme; sus dedos acariciaron mis manos una vez que el sacerdote le indicó que debía tomarlas, y me sonrió, guiñándome el ojo antes de… joder, antes de morderse el labio de una manera tan descarada que me hizo estremecer.
#181 en Novela contemporánea
#572 en Novela romántica
#227 en Chick lit
matrimonio arreglado, amantes y enemigos, humor drama romance
Editado: 18.11.2024