La recepción de la boda se realizó en un edificio cercano a la iglesia, la decoración era muy elegante, todo de color blanco con dorado, y había un enorme letrero que decía “Felicidades Elías y Rebeca”. Una pista de baile espaciosa e iluminada con reflectores se encontraba en el medio, y a su alrededor las mesas con los invitados llenas de finas bebidas y postres.
Todo era… era perfecto, y muy hermoso. La abuela supo escoger muy bien el lugar y la decoración, e incluso la música suave que tocaba el DJ.
Mi lugar era en la amplia mesa principal, junto a Elías, rodeada por mis amigas y la abuela, quienes no dejaban de contar anécdotas de mi juventud que más que avergonzarme me provocaban mucha gracia, haciéndome olvidar por momentos la existencia misma del resto, estar con ellos y reír era un calmante al torrente de pensamientos que inundaban mi mente.
El alcohol también estaba siendo una buena ayuda, aunque solo bebía reducidas copas de champaña y vino blanco. Los nervios comenzaron a desaparecer de a poco, logrando así que volviese a sentirme cómoda junto a aquel hombre que no dejaba de sonreír con gracia cada vez que escuchaba las anécdotas de mis andadas de labios de las personas más cercanas a mí, hasta que de la nada mi progenitor vio bien interrumpir el agradable momento para pedir que lo acompañáramos a platicar con los otros empresarios.
No hacía faltar preguntar cuál era su intención detrás de aquella acción, lo que en realidad quería era jactarse de que oficialmente se había convertido en el suegro del hombre más rico del gremio, y para su suerte, Elías estaba de muy buen humor, dispuesto a soportarlo.
Yo, por otro lado, luego de la conversación con dos de aquellos hombres, en donde mi padre se esforzaba por dejarme de lado y volverlo algo masculino, había perdido la paciencia.
—Ahora regreso. —le murmuré a Elías, soltando su mano, antes de encaminarme hacia la mesa para tomar mi bolso de mano y dirigirme al baño.
Necesitaba un minuto lejos de todo, el estrés al que había, y seguía, siendo sometida era demasiado. Deseaba fumar un poco para calmar mis ansias. Me encerré en uno de los cubículos y encendí un cigarrillo, suspirando hondo y gustoso al sentir un ligero alivio invadir mi cuerpo.
Fijé la mirada en los anillos que adornaban mi dedo anular, y un jadeó brotó de mis labios cuando de un segundo a otro recordé la única ocasión en mi vida donde llegué a imaginar una joya similar representando el amor y la devoción que alguna vez sentir por la persona que me destruyó por completo.
Thomas Evans.
Hablábamos en tantas ocasiones sobre cómo sería nuestro futuro juntos, que me sentí perdida cuando él se marchó. El destino podía ser realmente cruel en ocasiones, y ahí estaba, casada con un hombre que al parecer me adoraba con el alma, alguien que me trataba de una manera especial, y aun así no podía dejar de preguntarme cómo hubiese sido la vida si mi apellido de casada fuese Evans, en lugar de Odell.
Pero, había algo que realmente llamaba mi atención, pese a todo lo que estaba ocurriendo, y era la falta de emoción… no sentía absolutamente nada. No era capaz, ya que en mi mente todo se trataba de un mero trámite, del cual podría obtener algo de placer y beneficios, y eso me hacía sentir como un ser humano realmente despreciable.
Apagué el cigarrillo luego de darle una última calada, y lancé la colilla por el retrete antes de dirigirme hacia el lavado para cepillar mis dientes y perfumarme un poco, intentando cubrir el olor a tabaco. Me observé una vez más en el espejo; donde alguna vez hubo pánico, ahora solo encontraba una expresión vacía. Habría deseado decir que no era así como imaginaba el día de mi boda, pero, debía ser sincera, desde el compromiso con Elías nunca imaginé el día de la boda, solo la noche de esta, donde finalmente le daría rienda suelta al deseo.
Pero no había nada más que eso, un ardiente y voraz deseo.
—Deja de sobrepensar las cosas —le hablé a mi reflejo. —. Te has casado con un buen hombre, uno atento, tierno, jodidamente sexi y muy ardiente… Pudo ser peor, papá pudo haber elegido a un completo idiota que te tratara como la mismísima mierda… ahora ve, y disfruta de la noche junto a él.
Inhalé profundo y me di un último vistazo en el espejo, ensayando mi mejor sonrisa, para luego salir del baño.
—Te divierte tenerlo a tu merced, ¿no es así?
Fruncí el ceño en confusión tras escuchar la voz de Maura a mis espaldas. Y por el tono en su voz, era claro que alguien había bebido de más.
—No sé de qué hablas, Maura. —suspiré, antes de comenzar a avanzar para alejarme de ella en un intento por evitar cualquier situación embarazosa, pero sentí su mano aferrarse de mi brazo para detenerme.
—No pierdes ni la más mínima oportunidad de humillarlo.
—¿Qué? —me giré para verla. —. ¿De qué hablas?
—¿Tenías que tardarte en darle una respuesta luego de que él lo hiciera tan de prisa? Te encanta sentir que tienes el control, y no haces más que lastimarlo. Incluso ahora, el pobre lleva casi una hora yendo de un lado a otro junto a tu padre, siendo exhibido como un maldito trofeo y tú te encierras en el baño, dejándolo solo.
«Carajo… ¿una hora? ¿En qué momento me perdí tanto en mis pensamientos?»
—Maura, querida —tragué saliva, mientras tiraba de mi brazo para zafarme de su agarre y me posaba frente a ella, colocando las manos en sus hombros para ganar su atención. —. No fue esa mi intención, y-yo… yo tenía problemas estomacales —mentí. —. Te juro que no deseo dañar a Elías.
Me dirigí a ella, tratándola como a una joven que solo estaba preocupada por su hermano mayor, cuando sabía que en realidad estaba perdidamente enamorada de él, lo notaba en la tristeza que sus ojos reflejaban. Tenía los parpados ligeramente rojizos, en señal de que había llorado.
Si era honesta, sentía compasión por ella.
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Editado: 18.11.2024