—Si pudieras ir a cualquier lugar del mundo para nuestra luna de Miel… ¿Adónde lo harías?
«Qué curiosa pregunta»
—A tu habitación. —respondí sin dudar, mientras aprovechaba que nos encontramos solos en la sala de estar, para sentarme a horcajadas en su regazo.
Se trataba de uno de esos agradables días en que podíamos convivir y ver una película, disfrutando de la compañía del otro como dos buenos amigos… un amigo que pronto sería mi esposo y a quien le tenía unas jodidas ganas, pero aún no caía en mis intentos de seducción.
—Chére, lo pregunto en serio. —respondió con suaves risas, enroscando los brazos alrededor de mi cintura y hundiendo el rostro en mi pecho.
¿Adónde iría? Pues, no deseaba tener que esperar horas en un avión o auto, hasta llegar al destino donde finalmente terminaría mi abstinencia sexual, sería una tortura.
—Lo digo en serio; mi lugar ideal sería tu habitación, entre las sábanas, contigo sobre mi cuerpo o yo sobre el tuyo, el orden no altera el resultado —respondí, tomando su rostro para alzarlo y así poder verlo a los ojos, sonriendo de manera maliciosa al notar como sus pupilas se dilataban, entonces me incliné hasta que nuestros labios rozaron. —. Ese es mi deseo, Odell.
***
Observé distraída la enorme estructura que se extendía frente a mí, mientras Elías se estacionaba, dándome cuenta de que, a pesar del largo tiempo de “relación”, era la primera vez que visitaba aquella mansión durante la noche, y vaya que lucía hermosa bajo el estrellado cielo nocturno, y ni hablar de la iluminación tanto en el paradisiaco patio, como en el interior de la vivienda.
—Por favor, dime que mudaste tu habitación al primer piso. —pedí con un tono de diversión, una vez que bajamos del auto, luego de que él me abriera la puerta como todo un caballero.
—Lamento la desilusión, Chére, pero sigue al último. —respondió risueño, llegando hasta mí para cargarme estilo nupcial, causando que un leve grito brotara de mis labios por la sorpresa.
—¿Esto es para que no me canse subiendo gradas?
Una sonora carcajada brotó de sus labios.
—Somos recién casados, Chére, tenemos que hacer nuestra entrada triunfal al que será tu nuevo hogar —comentó, dejando un casto beso en mis labios. —. Bienvenida a su casa, señora Odell.
«“¿Mi… casa?”»
Me esforcé por mantener una sonrisa ladina que ocultara la liguera incomodidad, en lo que enroscaba mis brazos alrededor de su cuello, antes de apoyar la cabeza en su pecho mientras se dirigía hacia la entrada. La puerta se abrió cuando se encontraba a pocos pasos de distancia, y la agradable ama de llaves nos recibió con una cálida sonrisa en los labios.
—Buenas noches. —saludó ella, de manera cortés.
—Buenas noches, Erlinda. ¿Aún sigues aquí?
Lo miré con extrañez luego de aquella pregunta, ¿adónde más iría ella? Se suponía que era interna en la residencia, y se encargaba de la administración.
—Sí, estaba ordenando un par de cosas —respondió, antes de posar sus ojos marrones en mí, era una mujer muy linda de edad mediana y bastante elegante. —. Bienvenida a su casa, señora Odell. —me regaló una sonrisa amable, antes de hacerse a un lado para cedernos el paso.
—Muchas gracias —le respondí con la misma energía, viéndola por encima del hombro de Elías, hasta que ésta cruzó el umbral cerrando la puerta a sus espaldas. —. ¿Por qué se va?
—Bueno, se podría decir que a todos los empleados se les concedió el feriado de una semana en honor a nuestro matrimonio... la casa es nuestra. —me respondió, mordiéndose el labio.
«Carajo, me encanta»
Una amplia sonrisa iluminó mi rosto ante el mundo de posibilidades que se encontraba frente a mí. En definitivita pensó en todo y eso me agradó.
—¿Seguro que no prefieres que camine? —pregunté, cuando nos en encontrábamos atravesando el segundo piso hacia las gradas que nos dirigirían al siguiente.
—Seguro. —me respondió tranquilo.
Realmente se encontraba en un buen estado físico, ya que llegamos a la tercera planta y ni siquiera jadeaba agotado. La puerta de su habitación estaba entreabierta, por lo que no tuvo bajarme, solamente la empujó levemente con el hombro y cruzó el umbral.
Me impacté, abriendo los ojos ampliamente en el instante en que divisé un sendero de velas aromáticas encendidas y pétalos de rosas que conducían hacia la cama, también rodeada por pétalos de rosas blancos y rojos, sobre la cual reposaba una bandeja que contenía dos copas y una botella de champaña en una cubeta de hielo, habiendo también en el buró otra bandeja con frutas y bocadillos. Tragué saliva, manteniendo una expresión de sorpresa, mientras era dejada sobre mis pies.
Ahora comprendía qué estaba haciendo aquella mujer: controlaba un posible desastre, ya que de haberse marchado dejando tantas velas encendidas, seguramente la casa se habría incendiado.
—Vaya —murmuré, mientras me encaminaba hacia el interior de aquella enorme habitación, viendo en derredor. —. Son muchas velas.
—¿No te gusta? —inquirió, mientras me seguía. —. Quería que fuese algo especial y romántico.
—No, no, sí me agrada.
Presioné los labios para no reír al pensar en lo cursi de la situación, agradeciendo que no podía ver la expresión en mi rostro ya que se encontraba a mis espaldas. ¿Velas y rosas? Hubiese preferido mil veces que la cama estuviese llena de juguetes sexuales, arneses femeninos y esposas. Pero no era algo que le diría, él se estaba esforzando mucho.
—Al menos tenemos más alcohol. —comentó, pasándome de lado para acercarse a la cama y tomar la botella de champaña.
Asentí con la cabeza, manteniendo una tenue sonrisa en los labios mientras me acercaba para tomar la copa que me ofrecía. Él retrocedió un par de pasos para destapar la botella, y luego vertió el líquido en mi copa y después en la suya. Se lo agradecí, antes de darle la espalda para comenzar a andar por la habitación mientras bebía la burbujeante champaña y observaba la decoración del lugar hasta que me tomé con un enorme espejo de cuerpo completo, casi del tamaño de la pared, y vi mi reflejo en él.
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Editado: 18.11.2024