Rebeca Stain (versión Gratuita)

Capítulo 47

Nunca en mi vida había tenido una semana tan intensa, como aquella denominada “Luna de Miel”, carajo. No sabía cuánto mi cuerpo era capaz de resistir en un día, hasta que Elías Odell llegó a mi vida. Parecíamos conejos en pleno proceso de reproducción, nuestros cuerpos eran dos imanes que no podían dejar de tocarse, lo hacíamos a cada momento, en cada lugar, en cualquier esquina dentro y fuera de aquella casa.

La habitación, la bañera o la ducha, el gimnasio cuando se suponía que solo haríamos ejercicio, la piscina, la silla de playa frente a la piscina, detrás de los arbustos luego de que le pidiera un paseo mañanero por el patio trasero que conducía al bosque, las habitaciones de invitados, la sala de estar, el comedor y la cocina. No había lugar en aquella casa que no fuera testigo de la pasión desenfrenada y la hoguera que quemaba mi cuerpo, incluso las gradas fueron paraje para el salvaje desenfreno, aunque al final el pobre Elías sufrió de dolor de espalda por los bordes.

Nunca desee estar tanto tiempo en un mismo lugar, ni siquiera podía pensar en fiestas, o en el club que había dejado en las capaces manos de Darcy, solo pensaba en cuando sería el siguiente momento en que lo tendría sobre mi cuerpo, o debajo del mío, de costado o en pie, pegado a mi espalda embistiéndome con fiereza, o en el aire mientras me tenía en sus fuertes brazos.

Se estaba convirtiendo en una obsesión, pero esto se opacaba en los momentos posteriores, aquellos en donde ya extasiados él me atraía hacia su cuerpo para abrazarme, besarme y decirme lo mucho que me amaba. Aquello me incomodaba, y mucho, ¿qué podía responderle? Un Te Amo de mis labios sería más falso que mi sonrisa. Es decir, sí me gustaba, y le tenía mucho aprecio y ni hablar del ardiente deseo, pero de ahí en más no había nada.

Desde hacía un tiempo atrás me había cerrado a la posibilidad de volver a amar, me negué a permitirle a alguien más el poder de herirme como solo a quien se amaba podía hacerlo, y conforme fueron pasando los años aquella idea se arraigó en mi mente, y no era capaz de deshacerme de ella. ¿Cómo podía hacerlo sabiendo el dolor, la frustración y la desesperanza que esas palabras representaban? Cada Te Amo me llevaba a revivir los días más oscuros y desdichados de mi vida.

—Buenos días, Chére —me saludó con una radiante sonrisa una vez que crucé el umbral que daba al comedor, donde él se encontraba sentado leyendo las noticias en un Tablet.

Ese día hacía algo de calor, y él se veía realmente sexi con un ajustado pantalón caqui y una camisa playera que dejaba a la vista los tatuajes de sus brazos. Yo, por otro lado, llevaba un diminuto vestido playero de tirantes, que me permitía sentirme fresca.

—Ya trajeron el desayuno.

—Buenos días —sonreí, viendo la variedad de comida en la mesa. Estaba muy hambrienta. —. ¿Tú ya desayunaste?

—Esperaba por Ma Femme —respondió, apagando la pantalla de aquel aparato para prestarme total atención. —. Luces radiante.

—Tengo ojeras —rebatí. —. Creo que incluso mis rizos están llenos de nudos.

Él presionó los labios para no reír, antes de inclinarse un poco hacia enfrente.

—¿Ma Chére desea salir hoy?

Lo miré con extrañez.

—¿Salir adonde?

Era la última noche de nuestra luna de miel, antes de que cada uno tuviese que volver a sus asuntos laborales, y lo más probable era que él tuviese que dejar la ciudad por días.

—Pues —me extendió la mano, y no dudé en ir hasta él para tomarla. —. Podemos ir adonde tú quieras, ¿te parece a un restaurante? —preguntó, tirando de mi mano para acercarme más a él, antes de girarse en el asiento hasta quedar de frente a mí y abrazarse a mi cintura, poyando la cabeza en mi pecho. —. ¿A un club nocturno?

Un club nocturno, no visitaba uno como usuario desde lo ocurrido con Mitchell el día de mi cumpleaños.

—Creo que sí, lo veremos luego —respondí ida, mientras acariciaba su espalda. —. ¿Sabes qué quisiera ahora?

—Tu pastel de limón. —preguntó, y sin dejar de abrazarme alzó la mirada para verme con una expresión tan inocente que me hizo reír.

—No, no —mordí mi labio inferior antes de apartar sus manos de mi cintura y retroceder un par de pasos. —. Quiero otra cosa.

—Dime lo que deseas y lo conseguiré para ti, Ma Femme. —dijo, con tanta seriedad que me hizo enternecer. —. Lo que sea.

—Bien. —solté una risita antes de agacharme hasta ponerme a gatas y así meterme debajo de la mesa, que para mi suerte era muy espaciosa.

—Chére… —exclamó sorprendido y dio un ligero respingo que empujó su silla un poco hacia atrás, una vez que sintió mis manos deslizarse por sus muslos. —. Oye, hablaba de comida. —comentó risueño, una vez que la sorpresa pasó.

—Este es mi desayuno… es a ti a quien quiero comer.

Nunca me cansaría de su expresión de placer, de su olor y mucho menos de su sabor, ese hombre sabía a gloría, y lo disfrutaba.

—Zut, contigo no puedo contenerme —jadeó, acortando el espacio entre nosotros para levantarme del suelo como si de una suave pluma se tratase, para luego subirme a la mesa. —. Me haces perder el control.

Sonreí, mientras lo recibía ahuecando su rostro con las manos una vez que se inclinó para besarme.

—¿Seguro que no prefieres a una esposa más recatada? —pregunté, aprovechando para desabotonar su camisa y ayudarlo a quitársela, desesperada por abrazarme de aquel fuerte torso lleno de tatuajes.

—Nunca… me vuelves loco de deseo, Chére, loco de amor, y eso me encanta.

El éxtasis era tanto, que ya no podía sostenerme, y cuando me sentí flotar en una nube de placer me dejé caer hacia atrás sobre aquella superficie, con los brazos extendidos y la respiración agitada, olvidándome por completo de todo lo que había ahí, hasta que el sonido de la vajilla al quebrarse y otras cosas derramándose me hizo incorporarme de golpe, sintiendo humedad y algo de viscosidad en mi espalda y cabello.




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