Observaba de manera distraída el hermoso bosque que se extendía más allá de los jardines de la casa, sentada frente a la ventana con Leo descansando en mi regazo. Era una tarde tranquila, el cielo estaba despejado, el sol reluciente, el agua de la piscina se veía cristalina desde donde me encontraba, y aun así no tenía ánimos de hacer nada, me sentía agotada, mentalmente hablando, y solo quería encerrarme en aquella solitaria habitación lo que restaba del día.
Mi mente era un caos de emociones encontradas. ¿Cuándo la vida dejó de ser simple? Prefería los tiempos en donde lo único que me robaba el sueño era preguntarme a qué club de mala muerte me iría de fiesta, la cantidad de alcohol que consumiría y el extraño que con el que me enrollaría.
Odiaba la situación en la que me encontraba, estar ahí sentada, viendo a la nada mientras intentaba adivinar qué me deparaba el futuro no era nada divertido, teniendo en cuenta la cantidad de cosas negativas que se paseaban por mi cabeza.
Quería imaginar que, si todo se iba al carajo entre Elías y yo, simplemente volvería a ser quien era, sería la misma Rebeca Stain que disfrutaba el salvaje desenfreno. Pero cada fibra de mi cuerpo advertía que sería todo lo contrario, y lo comprobé algunas noches atrás, en el momento en que, durante una fiesta en mi club logré escabullirme de Hugo para encerrarme en la zona VIP junto a un sexi y musculoso hombre que no paraba de dedicarme miradas lascivias y decirme todas las cosas obscenas que me haría. Ni bien cruzamos la puerta y nos adentramos en aquel espacio me empujó hacia uno de los sofás y se acomodó entre mis piernas, para después comenzar a besarme el cuello mientras sus manos recorrían mi cuerpo sobre la tela de mi vestido.
Quise aceptar sus caricias, de verdad que lo intenté, desesperada por encontrar algo de placer, pero desde el momento en que lo tuve sobre mi cuerpo, no pude evitar desear que fuese Elías quien se encontrara ahí conmigo, quería sentir sus labios mordiendo los míos, su lengua acariciando cada centímetro de mi boca, y sus manos sobre mi piel, lo deseaba a él… y solamente a él, de una manera que ya rayaba en la obsesión.
Antes de que me diera cuenta, me encontraba empujando el pecho de aquel extraño, pidiéndole parar, mientras le mencionaba que era una mujer casada. El desconcierto pintó un cuadro en su rostro en tanto se incorporaba hasta quedar de rodillas sobre aquel sofá, aún entre mis piernas. Por segundos pensé que realizaría algún comentario tonto, o me haría algo peor, pero, para mi suerte, solamente asintió con la cabeza y se marchó agradecido, luego de que le mencionara que la casa invitaría todas sus bebidas de aquella noche.
Desde aquel momento me di cuenta de lo arraigado que tenía a Odell en mi ser, lo deseaba como al aire que respiraba. Quería volver a sentir su fuego hasta arder, perdida en las sensaciones que solo él era capaz de provocar en mí, pero eso no era todo, también anhelaba poder ver su expresión de placer, con sus apetecibles labios entreabiertos emitiendo esos sensuales gruñidos, jadeos y gemidos roncos que me llevaban al borde de la locura y me obsesionaban, para después terminar extasiada, con la cabeza apoyada sobre su pecho, sintiéndolo acariciar mi espalda.
No había nada que deseará más, no quería a nadie que no fuese él. Estaba convencida de que incluso si Caín terminase en aquel preciso instante con Jade y me pidiese volver a ser su amante… ¡oh! Pese a que el idiota era bueno en el sexo y muy discreto, lo más seguro era que lo habría rechazado.
Así de intenso era lo que sentía. Pero al final, desear no era amar, y todo apuntaba a que Elías no quería conformarse con menos que eso.
—Señora Odell. —escuché la voz de Erlinda detrás de la puerta.
—Adelante —suspiré, poniéndome de pie con Leo en brazos para ir a su encuentro.
Ella ingresó, cargando una bandeja con varios platillos y bebidas: té, limonadas, gaseosas, ensalada de frutas, otras de verduras, un plato de comida sólita y otro de sopa.
—¿Subiste hasta aquí con todo esto? —abrí los ojos ampliamente, se veía pesado. —. No era necesario, pudiste haber sufrido un accidente.
—Estoy acostumbrada, querida. Era la empleada de personas más estrictas que ustedes. Gané mucha experiencia.
—Aún así, no era necesario —dije, bajando a Leo para ayudarle. —. No tengo hambre.
—El señor Odell quiere que coma —dije de pronto y yo la observé de reojo, consternada, mientras dejaba la bandeja sobre la cama. —. Cada uno de estos platillos fueron hechos a petición suya, cree que algo le gustará.
—¿Le dijo que me niego a comer? —inquirí.
—Él lo preguntó, así que le mencioné que no ha bajado de su habitación en todo el día —se alzó de hombros. —. Es claro que se preocupa por usted.
—Si así fuera, se dignaría en hablarme. —bufé. No valía la pena intentar disimular, Erlinda era capaz de notar que las cosas aún no estaban bien entre nosotros.
—Algunos hombres pueden ser muy complicados, y orgullosos. En pocas palabras, unos tontos —contestó, acercándose para tomar el bol con frutas y extenderlo en mi dirección. —. No vale la pena matarse de hambre por ellos.
—No intento matarme de hambre —respondí, recibiendo lo que me ofrecía, pero solo para dejarlo nuevamente en la bandeja. —. Hace un par de años atrás quizás lo habría hecho, pero ya superé la etapa de los corazones rotos.
Ella me observó fijamente, no parecía convencida de mis palabras.
—Gracias, Erlinda, todo se ve delicioso —declaré, cuando el silencio en la habitación se tornó un tanto incómodo. —. Te prometo que comeré, ¿está bien?
Asintió con la cabeza, un poco más satisfecha con mi respuesta y finalmente se marchó. Suspiré hondo, y miré la comida, seguía sin tener apetito, pero decidí probar la ensalada de frutas, por lo que tomé el bol y me dirigí hacia la silla donde anteriormente me encontraba, para seguir viendo a la nada y comer, mientras miles de pensamientos inundaban mi mente una vez más, hasta que sentí que era suficiente por un día.
#181 en Novela contemporánea
#572 en Novela romántica
#227 en Chick lit
matrimonio arreglado, amantes y enemigos, humor drama romance
Editado: 18.11.2024