—Parece que a alguien no le está agradando que lo relacionen con cierta chef —susurró Lucien en su oído. La enfrentó, burlón—. En mi opinión, creo que nosotros dos somos mucho más shippeables.
—Un amante de la cocina hindú y una hindú. Por supuesto que es muy shippeable —dijo, siguiéndole la corriente.
Lucien sonrió, malicioso.
—¡Todos a sus áreas, por favor! —anunció el director.
Rebeca se dirigió a su línea y se colocó su filipina. Algunos maquillistas se acercaron para retocar su rostro. El equipo de producción se encargó de ponerle el micrófono. Miró de reojo hacia un costado. Orlando estaba en su propia línea, mirando hacia al frente.
Por lo visto, su esposo se había tomado en serio la tarea de evitarla e ignorarla hasta que olvidara lo que había ocurrido.
Su actitud comenzó a exasperarle.
—Como ya le habíamos anunciado, el reto de hoy será en vivo —expuso Rudy, sonriente—. Les deseo suerte a los cuatro.
El anciano le hizo una seña al director y este comenzó el conteo regresivo.
—Estamos al aire —señaló.
—¡Sean bienvenidos a “Fuego lento”! —anunció Rudy—. Nos encontramos en el quinto programa y solo quedan cuatro de los ocho mejores chefs del Reino Unido. Estamos ansiosos por saber quién va a coronarse como el monarca culinario y se llevará todos los premios a casa. El nivel de dificultad ha aumentado. A partir de ahora, tanto los retos como las competencias serán grabados en vivo. Consideramos que un buen chef no solo se caracteriza por su buena comida, sino también por su trabajo en equipo. Es por eso que el reto número cinco será en parejas, al igual que la competencia. Eso significa que dos chefs serán eliminados en este nuevo episodio.
Rebeca se tensó. Ni siquiera se atrevió a echar un corto vistazo hacia la línea donde se encontraba Orlando.
Aquella jugada nunca estuvo contemplada. Por alguna razón, intuyó que aquel cambio repentino del que no le habían notificado, tenía que ver con la creciente fama que Orlando y ella habían conseguido desde que se quemó con el caramelo.
—¿Las parejas serán escogidas al azar? —inquirió Lucien.
Rudy negó—. Dejaremos que el público elija.
“Definitivamente, nuestro altercado tuvo algo que ver en esta decisión repentina”, pensó Rebeca.
Orlando levantó la mano y Rudy le cedió la palabra.
—Considero que es injusto que las parejas las escoja el público —expuso el conde.
—¿Por qué lo cree así, chef Gamal?
—Sin ofender a las personas que ven el programa, pero tengo la certeza de que su decisión se basará en una relación infundada —respondió el conde—. La chef Catalano y yo no tenemos ningún tipo de relación. Y no quiero que piense que la insulto con este comentario porque le guardo un profundo respeto y admiración, pero la verdad es que no es el tipo de mujer con la que me relacionaría y tampoco quiero que la decisión del público se vea influenciada por algo tan banal como eso, teniendo en cuenta que considero a la chef Catalano la chef más débil entre los cuatro.
Todos en el equipo de producción se miraron, impactados y divertidos ante la confesión del conde frente a la televisión nacional.
La estaba rechazando públicamente y sin pudor alguno. No solo eso, estaba declarándole al mundo que creía que la chef Catalano era débil. Rebeca sonrió, sardónica.
El estudio pareció helarse. Nadie se atrevió a respirar, en espera de la reacción de Rebeca.
—Si me preguntaran a mí —intervino ella—. Diría que no me parece mala idea que el público escoja a la pareja que gusta. Sin embargo, quisiera pedirles desde el fondo de mi corazón a todos los televidentes que escojan sabiamente. En lo que a mí respecta, adoro la idea de ser la pareja Orlando.
El conde la observó, atónito.
¿Había escuchado bien?
¿Lo había llamado por su nombre de pila en televisión nacional?
La producción se esforzó por mantener su profesionalidad, pero a ese punto, tampoco podían contener la emoción, como si estuvieran viendo una telenovela.
—¿Qué acaba de decir, chef? —inquirió Rudy, divertido.
Rebeca tapó su boca, fingiendo estar avergonzada—. Me refiero a que adoraría el hecho de que el chef Gamal fuese mi pareja de cocina en esta competencia. Eso significaría que, de ganar, ambos quedaríamos en la final. Me gustaría cerrarle el hocico —afirmó. Varios miembros de la producción taparon sus bocas, incrédulos y extasiados, sintiendo que, en vez de una telenovela, era un ring de boxeo—. Puedo olfatear desde aquí la razón por la que quiere mantenerse a una distancia prudente de mí —escupió, mirándolo fijamente a los ojos—. Es un pestilente miedo. Quiero aclararle al público que ese tipo de olor no me atrae en lo absoluto, pero sí disfruto de él.
Noah, el camarógrafo y eterno fan de Rebeca, tuvo que apartarse de la cámara para tomar un respiro y no dejar salir su fanático interior. Miró a su compañero de cámara, con los ojos brillosos de admiración.
—Necesito que me haga un hijo.
—Eres hombre, Noah.
—Estoy seguro de que la chef Catalano podría con ello —dijo, volviendo a su trabajo—. Es increíble.
Orlando apretó sus dientes, siendo consciente del efecto que había causado la respuesta de Rebeca en el estudio.
Pero siendo aún más consciente de lo que había causado en su interior.
«Puedo olfatear desde aquí la razón por la que quiere mantenerse a una distancia prudente de mí. Es un pestilente miedo. Quiero aclararle al público que ese tipo de olor no me atrae en lo absoluto, pero sí disfruto de él».
Ella logró lo que quería. Lo sacudió con sus palabras. Le hizo sentir el impulso de correr hacia ella, alzarla y ponerla sobre el mesón de su línea y hacerla repetir sus palabras frente al mundo mientras lo miraba fijamente.
Rebeca quería provocarlo y trastornarlo.
Lo estaba consiguiendo y, al mismo tiempo, estaba enloqueciendo su corazón.