Ya en el auto, Orlando y Rebeca no dijeron ni una sola palabra. El silencio se convirtió en el torturador predilecto del anciano, quien se encontraba sentado en el asiento del copiloto.
—¿Me están secuestrando? —inquirió, rompiendo el silencio.
—¿Hay alguna razón para secuestrarte? —inquirió Orlando, gélido.
Rudy presionó sus labios. Rebeca hizo uso de todo su autocontrol para no carcajearse. Sabía que las intenciones del anciano no habían sido maliciosas o de lo contrario lo habría ventilado hace mucho. Sin embargo, eso no justificaba su extorsión.
—Solo quería que mejoraran mi rating. No tenía planeado decirle a la prensa —confesó—. Ustedes dos parecían odiarse y no dar su brazo a torcer. Tenía que agitar un poco las cosas. Siempre creí que era una especie de rivalidad originada en el pasado. Jamás imaginé que eran esposos y que tenían una hija…
—Estaba hablando en serio cuando dije que Rebeca estaba casada con un noble —comentó Orlando, amenazándolo intrínsecamente. Su esposa lo miró con reproche.
Rudy suspiró—. Lo sé. Eso tampoco lo esperaba. ¡Todo esto subiría descomunalmente mi rating! —Rebeca enarcó una ceja y él sonrió, nervioso—. Pero evidentemente aprecio más su amistad y quiero vivir mis últimos años de vida en paz, así que pueden estar tranquilos. Les doy mi palabra de que no revelaré absolutamente nada.
—Gracias, Rudy —dijo Rebeca.
—A ustedes por no secuestrarme —repuso—. Ahora, ¿era broma lo del curry?
🍽️🍽️🍽️🍽️
Luego de invitar a Rudy un delicioso plato de curry en el mercado central y dejarlo en su casa, ambos esposos tomaron camino hacia el condado.
—¿Qué dijiste mientras estuve en el sanitario? —inquirió Rebeca de pronto.
Se había levantado de la mesa sabiendo que Orlando intimidaría a Rudy hasta que él aceptara la culpa por sí mismo, pero nunca imaginó que revelaría su relación con la corona.
—Nada relevante —respondió él, indiferente—. Casi lo arruinas al decir que estábamos casados.
—De no ser por mi sarcasmo, no habríamos descubierto quién era el chantajista.
—Ya sabía que Rudy era el chantajista. Te dije que me encargaría personalmente.
Rebeca lo miró, ojiplática—. ¿Hablas en serio?
—Iba a enfrentarlo hoy. Agradezco que lo hayas notado antes. No hubiera actuado con la misma contemplación de no ser por tu intervención.
—Solo es un viejo codicioso.
—Y yo un esposo sobreprotector —dijo, estremeciéndola—. Al menos así fue como describiste en la mesa —aclaró—. Tenía que actuar como tal.
—Lo que dije en la mesa era verdad. Siempre has sido sobreprotector. Demasiado, a decir verdad —confesó—. Me gustaría ser al menos la cuarta parte de sobreprotectora que tú, contigo.
Orlando tragó grueso. Su manzana del edén subió y bajó dolorosamente por su garganta.
—¿De qué podrías protegerme? —inquirió, burlón.
—De ti, por ejemplo —respondió sin tapujos—. ¿Quieres hablar sobre lo ocurrido en el parque?
Orlando apenas y pudo disimular la sacudida que sus palabras directas le habían ocasionado.
Estaba en terreno peligroso y no podía huir.
—¿A qué te refieres?
—Me refiero a lo que estuvimos a punto de hacer antes de que Micael nos interrumpiera con su grito.
—Ah, hablas del beso que estuve a punto de darte —comentó. Mientras él sonó despreocupado, Rebeca apenas y pudo calmar los latidos alocados de su corazón—. Es innegable que eres atractiva y puede que el contexto me haya orillado a dejarme llevar por mis bajos impulsos —se excusó—. Lamento si te hice pensar algo diferente a lo que siempre te he dicho.
El corazón de Rebeca se agrietó al escucharlo. Forzó una sonrisa.
—¿Esa es tu excusa? —cuestionó, sonriendo incrédula.
—¿Excusa?
—Durante todo el camino pensé en todos los pretextos que pondrías, pero he de admitir que me ha sorprendido el hecho de que al menos hayas confesado tu atracción por mí.
—No habríamos tenido una hija de no sentir atracción por ti, Rebeca. Lo que dices es ridículo.
—Dudo que sea más ridículo que tus pretextos.
—Lamento si lo que crees que es un pretexto sea una verdad que, por lo visto, te niegas a aceptar porque pareces comenzar a tener sentimientos por mí —replicó él, sereno—. Hubiera reaccionado de la misma forma con cualquier otra mujer hermosa.
—¿Vas a seguir intentando ofenderme con tus argumentos? —espetó, molesta—. Vaya, eres un hombre adulto, pero te comportas como un chiquillo inmaduro. Me ofende que subestimes mi inteligencia. Te conozco más que cualquier otra persona, así que, si quieres mantenerme alejada de ti, no solo me lo expreses abiertamente, también dime la razón —expuso—. Dime a los ojos las razones por las que me quieres lejos y tal vez me piense tomar distancia.
—¿“Tal vez”? —inquirió, incrédulo—. No tengo porqué darte explicaciones de nada. Tú y yo solo tenemos un pasado y una hija en común, pero no tenemos otro tipo de relación. Ni siquiera tenemos una cercanía decente…
El teléfono de Orlando comenzó a sonar. Su llamada se vio reflejada en la pantalla del auto. Rebeca no solo reconoció el número, sino que también vio como lo tenía registrado.
“Suegro”.
Antes de que pudiera colgar, Rebeca se le adelantó y contestó la llamada. Miró a su esposo, amenazante. El conde suspiró, sabiendo todo lo que se abalanzaría sobre él luego de esa llamada.
—Vicent, ¿por qué me estás llamando?
—Quiero saber por qué mi nieta está tan decaída estos días. ¿Sabes algo al respecto? ¿Ocurrió algo con Rebeca? ¿Ella se encuentra bien? ¿Pelearon?
—Todo está bien entre Cindy y yo. Nos contamos todo, a diferencia de ti —le reprochó Rebeca, sin haber podido permanecer en silencio.
—¡Rebeca, hija! —exclamó, nervioso—. No sabía que estabas—
—Es increíble que aún prefieras conversar con Orlando de algo como eso, antes de contactarte conmigo. Eres increíble —colgó. Le dio la espalda a Orlando y fijó su vista en la ventanilla.