Receta para conquistar al chef

Capítulo 73: Sabores y colores

No importó el pasado y tampoco el futuro. La incertidumbre huyó espantada al enfrentarse a los sentimientos de anhelo, añoranza y desenfreno que ambos se profesaron. Orlando se aferró a ella como si su esposa fuese su única fuente de vitalidad. Rebeca acunó su rostro.

— Prometo que haré lo posible para que dejes de sentirte así.

—Rebeca…

— ¿Pero podrías prometerme que me dirás cuando te sientas mal? —suplicó, llorosa—. Prométeme que dejarás que te sostenga hasta el final.

La mirada sincera de su esposa le derritió el corazón. Ni siquiera a tan bajas temperaturas era incapaz de apagar aquel amor y deseo abrasador de besarla hasta que en sus labios solo quedaran rastros de los suyos. La miró, devastado.

Él asintió, entre lágrimas—. Tengo mucho frío ahora —admitió. Rebeca sonrió y lo abrazó. Él aspiró su aroma, entre suspiros temblorosos—. No quiero morir… —acarició su rostro y apartó los mechones de su cabello, dejando pequeños besos en su frente—. No quiero dejar de ver tu rostro. No quiero dejar de amarte. Me niego a hacerlo. Me enloquece la idea de que me olvides, —confesó, con los labios probando el dulce caramelo que había extrañado por años—, siempre me atormentó el hecho de desaparecer de tu corazón, así que me conformé con el odio que me profesabas para continuar grabado en tu alma…

Rebeca se quedó sin aliento al oírlo.

—Grábate en mí en la única forma que siempre lo hiciste —susurró ella, erizándole la piel e intensificando sus más bajos instintos—, amándome…

Él acarició su cuello y tragó grueso—. Mi cuerpo no es como lo recuerdas… —Rebeca dejó un casto beso en su mejilla—. He…, he perdido peso… —Luego besó su nariz—. Tengo moretones… —Y después besó la comisura de sus labios—. Temo que no pueda superar tus expectativas…

Rebeca acunó su rostro y le sonrió con ternura—. Mi única expectativa es que volvamos a ser uno de nuevo.

El conde afianzó el agarre de su cintura al escucharla.

El clic de la cerradura fue casi simultáneo que el clic en sus propios cuerpos y corazones.

Sería mentira afirmar que, durante todos esos años, Rebeca no había soñado con aquel momento, encontrándose abrazada a Orlando mientras él jugueteaba con su cabello y aspiraba su aroma luego de haberse despertado.

Para Rebeca, había sido la mejor noche de su vida. Su corazón jamás había estado tan expuesto y atendido como en ese momento. Ni siquiera en su matrimonio o luna de miel, la intimidad la había abrazado a tal punto de sentir que le había entregado una parte de ella a Orlando y que, así mismo, ella se había quedado con una parte de él.

La conversación de diagnósticos médicos, estadísticas y arreglos legales tal vez la tendrían después o tal vez no. Por amor, Orlando había dejado a un lado el temor a lastimarla, así que ella también había dejado a un lado el temor a perderlo.

—Si llegas a ganar, ¿sigue en pie querer divorciarte de mí?

—Si tú ganas, ¿te adueñarás de mi restaurante?

—Pregunté primero.

Rebeca sonrió—. Comienzo a acostumbrarme nuevamente a tu apellido —respondió sin más, robándole una sonrisa—. Ahora, contesta tú.

—El faro siempre te ha pertenecido. La corona quería volver a adueñarse de él y sabía que no aceptarías mi ayuda de primera mano, así que lo vi como la única opción de intervenir. Nunca permitiría que socavaran el legado de mi esposa y de mi hija.

El corazón de Rebeca se calentó y ella se derritió entre sus brazos al escucharlo. La sensación de calidez no duró mucho tiempo. Sintió un escalofrío al recordar a su hija. Se incorporó de golpe, espantada.

—Cindy… —murmuró, horrorizada.

—¿Qué ocurre con ella?

— No sé cómo voy a contarle todo esto —se lamentó, angustiada.

El conde se removió, incómodo.

—Sobre eso…

—Rebeca… ¡Rebeca solo tienes una sábana envuelta, vas a resfriarte!

Su esposa salió de la casa y atravesó la propiedad, descalza.

—¡¿Cómo pudieron ocultarme algo así?! —exclamó, molesta—. ¿Por qué todos a mi alrededor piensan que soy tan débil? ¡Incluso mi hija! —Restregó su rostro—. Esto es inaudito, de verdad. En ocasiones creo que mi madre reencarnó en Cindy y ustedes dos volvieron a juntarse para volver a alterarme los nervios.

—No sería una idea tan descabellada. —La cubrió con el abrigo que había traído para ella y la sujetó de la cintura para atraerla hacia él—. Cindy consideró que debía ser yo quien te lo dijera.

—¿Lo sabe todo? —El conde asintió en respuesta—. ¿Desde cuándo?

—Mi cumpleaños.

—Santo cielo… —Se sostuvo de los hombros de Orlando al sentir que sus piernas fallaron. Lo miró, molesta—. ¿Cómo pudieron ocultarme algo así? ¡Definitivamente, son padre e hija!

—¿Crees que Cindy es débil?

—Por supuesto que no.

—A pesar de eso, intentas elegir lo que es mejor para su corazón. La razón por la que te lo ocultó es porque ella siente lo mismo, Rebeca.

—Estoy tan molesta. No quiero ver a ninguno de los dos —espetó. A pesar de la dureza de sus palabras, recostó su cabeza en su pecho y lo abrazó—. Pero ya perdimos demasiado tiempo enojados con el otro…

Orlando acarició su cabello.

—Lo hicimos… Volvamos adentro o vas a enfermarte.

—Eres demasiado desvergonzado preocupándote por mi salud cuando nunca me dejaste preocuparme por la tuya, ¿eh?

—Viendo que me hiciste atravesar el patio delantero esta noche fría para poder alcanzarte, creo que tu preocupación es bastante precaria.

—Estás abrigado de pies a cabeza y tu esposa te preparará un delicioso té al entrar.

—Prefiero otros métodos para entrar en calor.

—Vaya puerco.

Él sonrió, sintiéndose realizado. Entrelazaron sus manos, sin dejar de mirar al otro. Quisieron detener el tiempo y quedarse allí por mucho más tiempo.

—¡¿Qué es esto?!

Ambos giraron la mirada, cruzándose con los ojos estupefactos y escandalizados de la condesa viuda.

Aunque pudo haber dicho algo, el aspecto de la duquesa y su chófer (con el rostro lleno de labial) tampoco era el mejor de todos. Todos prefirieron hacer un acuerdo silencioso y no mencionar nada al respecto.




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