Rechazada Por El Alfa

Capitulo 24

Territorio Prohibido.

El amanecer se filtraba entre los árboles cuando Aylin despertó, aún con los recuerdos del ritual latiendo en su cuerpo como una segunda piel. La noche anterior había dormido poco, invadida por sueños extraños: lobos de ojos carmesí que la rodeaban, llamándola por su nombre, hablándole en un idioma que no entendía pero que su alma reconocía.

Aldric los esperaba al borde del bosque, su capa oscura ondeando con el viento matutino. Ethan y Caleb se preparaban con gesto serio, ambos con mochilas y ropa resistente para la travesía. Aylin llegó con paso firme, aunque por dentro, los nervios le revolvían el estómago.

—¿Estás lista? —preguntó Aldric, sin rodeos.

Aylin asintió.

—Sí.

—Bien. Porque una vez que crucemos este límite, no hay protección. Nadie puede ayudarte ahí dentro, ni siquiera yo.

Ethan se adelantó.

—Entonces iré con ella.

Aldric negó lentamente con la cabeza.

—No. Esta prueba es solo para ella. Nadie que no tenga el linaje Carmesí puede entrar y salir ileso. Tú no sobrevivirías ni una hora dentro.

Ethan apretó los dientes.

—No la dejaré ir sola.

Aylin puso una mano en su brazo.

—Está bien. Tengo que hacerlo. No quiero, pero lo necesito.

Ethan la miró con los ojos cargados de miedo e impotencia.

—Prométeme que regresarás.

Ella sostuvo su mirada con fuerza.

—Lo prometo.

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El Territorio Prohibido comenzaba más allá de una antigua cerca rota, oculta por la vegetación. Al cruzarla, un cambio palpable en el aire los envolvió. El bosque se volvió más oscuro, más denso. No era solo la falta de luz: era como si la naturaleza allí respirara con un ritmo distinto, más lento, más salvaje… más hostil.

Aldric se detuvo a pocos metros.

—A partir de aquí, irás sola.

Le entregó un pequeño colgante con un cristal carmesí.

—Esto te guiará si pierdes el control. Pero cuidado: si el cristal se oscurece, significa que estás perdiéndote a ti misma. Si eso pasa, debes detenerte. Si no…

Aylin asintió antes de que pudiera terminar. Se giró y sin mirar atrás, dio el primer paso hacia lo desconocido.

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El bosque estaba vivo. No como cualquier otro, sino con una conciencia antigua, primitiva. Aylin lo sentía. Los árboles susurraban en lenguas olvidadas, las sombras parecían moverse con intenciones propias, y cada paso que daba hacía crujir el suelo con un eco demasiado fuerte, como si estuviera siendo observada.

Caminó durante horas. El colgante brillaba con un tenue resplandor rojo, indicando que aún mantenía el control. Pero a medida que avanzaba, algo dentro de ella comenzaba a removerse: su lobo.

No era como las otras veces en que la transformación venía con dolor o rabia. Esta vez su lobo le hablaba. No con palabras, sino con sensaciones, emociones puras. Fuerza. Instinto. Libertad.

Y también: Hambre. Caza. Dominio.

Aylin se detuvo frente a una laguna oscura. El reflejo en el agua le mostró no solo su rostro humano, sino también el de su lobo. Estaban mezclados. Su lobo tenía sus ojos humanos, y ella, en ese instante, sintió que podría transformarse por completo sin perderse.

Entonces, algo la atacó.

Una criatura surgió de entre los arbustos. No era un lobo. Era más grande, deforme, con piel grisácea y ojos vacíos. Un espíritu caído. Aylin lo sintió antes de verlo, y aún así, la velocidad del ataque la sorprendió. Rodó por el suelo justo a tiempo para evitar sus garras.

El lobo en ella reaccionó de inmediato. Sintió cómo su columna ardía, cómo su piel vibraba, y sin pensarlo, se transformó. Pero no fue como antes: esta vez no hubo dolor. Esta vez fue como respirar.

Con un rugido, saltó hacia la criatura y la embistió con fuerza. La pelea fue brutal. Garras contra colmillos. Rabia contra oscuridad. Pero Aylin no cedió. Porque ahora conocía su poder.

Cuando el espíritu cayó, desintegrándose en una nube negra, Aylin respiró con dificultad. Miró su reflejo nuevamente. Sus ojos brillaban con luz carmesí, pero su mente era completamente suya.

El colgante aún brillaba.

Había pasado la prueba.

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Horas más tarde, cuando salió del territorio prohibido, Ethan fue el primero en correr hacia ella.

—¡Aylin!

Ella, cubierta de tierra, sangre y marcas de garras, sonrió débilmente.

—Te dije que regresaría.

Aldric la observó con respeto.

—Ya no eres solo una heredera. Eres la Alfa renacida.

Y por primera vez, Aylin no lo dudó.

Sabía que lo era.




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