El Vínculo Sagrado.
La noche había caído como un manto espeso sobre el bosque. La luna, redonda y luminosa, colgaba en lo alto del cielo, siendo testigo de lo que estaba a punto de ocurrir. Los lobos, aunque en silencio, podían sentirlo en el aire: una energía intensa, viva, ancestral. Algo importante iba a suceder.
Ethan se encontraba en la cabaña que él mismo había construido años atrás, cuando solo era un Alfa solitario. Ahora, ese lugar era mucho más que su refugio: era su hogar. Y esta noche, sería el escenario de un momento que marcaría el destino de ambos.
Aylin entró con paso firme, aunque su corazón latía con fuerza. Llevaba un vestido sencillo, blanco, que caía suave sobre su cuerpo. Su largo cabello negro brillaba a la luz del fuego, y sus ojos azules se clavaron en los de Ethan con una mezcla de nerviosismo y certeza.
—¿Estás segura? —preguntó él, caminando hacia ella, con la voz baja, profunda.
—Más que nunca —respondió ella sin dudar—. Lo he enfrentado todo, Ethan. La guerra, el rechazo, incluso a mí misma. Pero ahora… lo único que deseo es que este lazo que ya existe entre nosotros tenga un nombre. Una marca. Un propósito.
Ethan se acercó lentamente y la tomó de la mano, guiándola hacia el centro de la cabaña, donde la chimenea crepitaba suavemente. Sobre una mesa de madera, descansaban las hierbas ceremoniales y un cuenco con aceite bendecido. Era un antiguo ritual de unión entre alfas y sus parejas: una ceremonia más profunda que el simple vínculo emocional. Esta era la marca del alma, el sello de una unión irrompible.
—Después de esto —dijo Ethan mientras preparaba el aceite—, nuestras almas estarán unidas más allá de la carne. Sentirás mi dolor… y yo el tuyo. No habrá secretos. Ni barreras.
—Entonces ya estamos listos —murmuró Aylin.
Ethan se detuvo. Sus ojos la recorrieron con devoción. En silencio, tomó un pequeño cuchillo ceremonial. Se hizo un corte sobre el corazón, apenas lo suficiente para que la sangre brotara. Luego, hizo lo mismo en Aylin, con manos firmes pero tiernas. Ella no se estremeció.
Juntaron sus heridas, piel con piel, y sintieron el calor del otro como una llama que crecía. Ethan murmuró las palabras antiguas, aquellas que se decían desde los tiempos de los primeros lobos:
—"Por la sangre y el alma. Por la carne y el destino. Lo que es mío, es tuyo. Lo que soy… te pertenece."
Una oleada de poder recorrió sus cuerpos. Aylin cerró los ojos, y en su mente estalló una visión: ella corriendo en su forma lobuna, junto a Ethan, a través de un bosque infinito, sus pasos sincronizados, sus almas entrelazadas.
El aceite fue aplicado sobre la piel marcada, sellando el vínculo con fuego sagrado. Un resplandor carmesí y dorado envolvió sus cuerpos por un instante, como si los ancestros mismos aprobaran la unión.
Ethan la abrazó, respirando contra su cuello.
—Eres mía —susurró—. Y yo soy tuyo. Para siempre.
—Lo sé —dijo ella—. Y no hay otro lugar en el mundo donde quiera estar que aquí… contigo.
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Esa noche no hubo guerra. No hubo entrenamiento. No hubo poder.
Solo dos almas, unidas al fin, latiendo como una sola bajo la luna.
La Alfa marcada.
Y su igual.
Ambos, por fin, completos.