Ecos del Vacío.
Las noches se volvieron más frías desde el regreso de Damien, no por el clima, sino por una presencia invisible que parecía arrastrarse desde los límites del bosque hasta el corazón mismo del Santuario. Aylin apenas dormía. Cada vez que cerraba los ojos, lo veía: un campo de ruinas cubierto por niebla negra, lobos petrificados en posturas de horror, y en el centro... un trono hecho de huesos, ocupado por una figura sin rostro.
Pero esta vez, no era un sueño.
Era una advertencia.
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Aylin convocó al Consejo de Manadas al amanecer. Estaban presentes líderes de territorios aliados, incluso aquellos que años atrás habían sido enemigos. El respeto ganado por Aylin durante la guerra final ahora le daba autoridad entre los más antiguos.
—Lo que enfrentamos no es un simple enemigo —dijo mientras desplegaba el antiguo mapa de los límites espirituales del plano—. Es una fuerza ancestral, una entidad que se alimenta del desequilibrio. Damien lo llamó “El Vacío”.
—¿Y cómo sabemos que no es una trampa suya? —gruñó un Alfa del norte.
—Porque yo lo vi —respondió Aylin, con una voz tan firme que el silencio se hizo inmediato—. Lo sentí. Esto no es una ilusión, ni una historia vieja. Es real. Y se acerca.
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Mientras tanto, Damien se movía entre sombras, reuniendo información. Había comenzado a visitar viejos templos en ruinas, consultando con espíritus exiliados, incluso invocando ecos de los que habían caído en la guerra pasada. Aunque seguía siendo una figura ambigua y peligrosa, su obsesión parecía centrarse ahora en algo más que el poder: parecía tener miedo.
Y eso era lo más preocupante.
Una noche, Aylin decidió enfrentarlo de nuevo. Lo encontró en una caverna de obsidiana, meditando sobre un círculo de runas.
—¿Qué es El Vacío exactamente? —preguntó ella sin rodeos.
Damien abrió los ojos. Por primera vez, Aylin notó que en su mirada había algo que jamás había visto en él.
Vulnerabilidad.
—Es lo que quedó después de que el primer Alfa Carmesí rompió el equilibrio entre los planos. No es un ser... es una ausencia con voluntad. Donde hay duda, entra. Donde hay oscuridad, crece. No puedes matarlo… pero puedes sellarlo.
—¿Y qué necesitas para hacerlo?
—A ti —respondió Damien—. Tu alma. Tu marca. Tu sangre.
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Ethan no estuvo de acuerdo con el plan. Discutió con Aylin en la antigua cámara de los sabios. Las paredes resonaban con cada palabra, con cada rugido ahogado de frustración.
—¡No permitiré que uses tu vida como llave de un sello! ¡Ni siquiera sabemos si Damien dice la verdad!
—¿Y si sí? —preguntó ella, cansada pero decidida—. ¿Y si esta es nuestra única oportunidad para detener algo que puede devorar no solo nuestra manada, sino todas las especies del plano?
Ethan la miró, y por un segundo, el miedo superó al Alfa.
—Te amo —susurró.
—Y yo a ti. Por eso debo hacerlo.
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En el corazón del bosque, el ritual comenzó. Damien trazó el círculo con cenizas del Santuario. Siria entonaba cantos en un idioma olvidado. Caleb sostenía la espada ceremonial. Ethan, temblando, sujetaba la mano de Aylin.
—Si algo sale mal… —comenzó él.
—No saldrá —dijo ella.
Pero dentro, ambos sabían que lo peor aún podía pasar.
Aylin se colocó en el centro del círculo. Damien se colocó frente a ella, y la oscuridad empezó a materializarse entre ambos, como un vórtice que aspiraba la luz misma.
El Vacío apareció como una figura sin rostro, envuelta en humo negro. No hablaba. No rugía. Solo existía. Y eso bastaba para helar la sangre.
—¡Ahora! —gritó Damien.
Aylin activó la marca Carmesí. Una luz brillante envolvió el círculo, rompiendo parte del vórtice. El Vacío retrocedió, pero no huyó. En lugar de eso, se aferró a Aylin como si la reconociera.
“Hija del primer error…”
La voz resonó directamente en su mente. Su cuerpo tembló. Sangre comenzó a brotarle por la nariz.
—¡Aylin! —gritó Ethan, intentando entrar al círculo, pero una barrera invisible lo lanzó hacia atrás.
Damien gritó:
—¡Resiste! ¡Estás ganando!
Pero Aylin ya no lo escuchaba.
Estaba dentro del Vacío. Vio el origen. Vio al primer Alfa Carmesí quebrar el equilibrio por amor. Vio cómo sellaron el error bajo siete llaves. Y entendió que su linaje era tanto un don… como una condena.
Volvió en sí de golpe. Estaba de rodillas. El Vacío se desvanecía, pero no sin dejar huella. Su piel estaba marcada con runas negras, como si el precio del ritual se hubiera inscrito en ella.
Damien colapsó. La energía usada lo había consumido casi por completo.
—¿Está sellado? —preguntó Ethan, corriendo hacia ella.
—Por ahora… —susurró Aylin—. Pero no está muerto. El Vacío es eterno. Solo duerme. Y despertará… cuando el equilibrio vuelva a romperse.
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Esa noche, el cielo volvió a llenarse de estrellas. La luna fue clara. La manada celebró en silencio, sabiendo que una vez más, Aylin los había salvado.
Pero ella no celebró.
Sabía que su vida ya no le pertenecía por completo.
Y mientras Ethan dormía abrazado a ella, Aylin susurró al viento:
—Estoy lista para lo que venga… incluso si debo convertirme en algo más que Alfa para enfrentarlo.
Desde las sombras, Damien observaba. Vivo,
aunque débil. Sonrió.
—La guerra aún no termina.
Y desapareció entre las ramas, como un eco entre mundos.