Capítulo 2
Megan
Tengo la garganta cerrada y cada segundo que pasa mientras estoy sentada en esta terminal sin moverme, sin hacer nada, se cierra más.
Hay una voz en mi cabeza, esa insidiosa que la Sra. Parnell me dice que ignore, que me dice que fue mala idea permitirle a Tyler venir. No nos hemos llevado bien desde hace un año y, ¿ahora vamos a viajar juntos a buscar a nuestro hijo para decirle que su madre adoptiva murió? Esto puede acabar mal de muchas formas diferentes y el miedo no deja de atemorizarme, pero el miedo a enfrentar esto sola es más grande que cualquier otra cosa, por ello estoy ignorando a la voz mentirosa y molesta.
Miro hacia el puesto de control de seguridad, esperando ver a Tyler aparecer. Pero no lo veo y ya están por llamarnos a abordar.
¿Pudo conseguir un boleto en el mismo avión que yo o voy a tener que viajar sola?
Mi móvil suena anunciando un mensaje de mi madre y lo ignoro, las lágrimas corriendo más abundantes por mis mejillas. La señora a mi lado me tiende un pañuelo y lo tomo, dándole una sonrisa de agradecimiento.
—Lo que sea que pase, querida —murmura, inclinándose hacia mí—, terminará pronto.
Me limpio las lágrimas y le regreso el pañuelo. Ella niega.
—Gracias, y gracias por sus palabras.
Tyler llega al fin y me lanzo hacia él, envolviendo mis brazos a su alrededor. Él me devuelve el gesto, apoyando la barbilla en mi cabeza.
—Toda estará bien, Meg —murmura, apretando sus brazos a mi alrededor—. Te lo prometo.
Es increíble cómo una persona con la que no he hablado en mucho tiempo es capaz de infundir en mí tanta tranquilidad. Pero es Tyler del que estoy hablando, creo que siempre he buscado paz en él, incluso cuando no estaba dispuesto a darla.
Pasan los minutos, no estoy segura de cuánto, y llaman para abordar.
—¿Conseguiste el boleto?
Asiente.
—Darla puede hacer cualquier cosa.
La comisura de mi labio tira de una sonrisa casi imperceptible, incluso no podría decírsele sonrisa porque es tan pequeña que no creo que nadie más la haya podido ver.
Tyler me suelta y agarra mi maleta de mano, la única maleta que pude traer conmigo. Él no lleva nada, lo que me indica que vino corriendo apenas salió de la oficina.
No estoy segura de cómo tomármelo.
Hasta hace unas horas creía que me odiaba, que no soportaba mi presencia más que para trabajar, pero que esté aquí ahora y que me acompañe en este momento me dice algo totalmente diferente. Aunque no lo hace por mí, sé que esto es por Charlie, y esa certeza se me clava incluso más en el corazón de lo que lo haría si fuera solo por mí que estuviera aquí.
Abordamos el avión y me complace saber que su puesto está al lado del mío. Darla sí que es mágica, no sé cómo dudé de ella. Una vez sentados y con los cinturones puestos, ruego que las azafatas se apresuren y el avión vuele pronto. Necesito llegar cuanto antes y que me dé tiempo de poner todo en orden con respecto a los funerales para poder ir por Charlie.
Gracias al cielo, pocos minutos después estamos en el aire. El vuelo es corto, Detroit no está lejos, pero sigo disponiendo de poco tiempo para hacer todo.
—Tenemos que ir al hospital, hacer los trámites para el funeral, llamar a los familiares de Albert y a mi madre... —Mi voz se va desvaneciendo a medida que hablo y, cuando Tyler me limpia la mejilla, me doy cuenta que estoy llorando.
—Llora todo lo que quieras ahora, Meg, tienes que soltarlo todo para cuando vayamos a por Charlie.
Asiento y respiro profundo.
—Lo sé, estaré bien.
Tomamos un taxi hacia el hospital, Tyler me sostiene la mano todo el camino y aprovecho de soltar las lágrimas y desahogarme. Cuando llegamos, ya tienen ambos cuerpos en la morgue y debo pasar a hacer el reconocimiento. Lloro más fuerte al ver a Annie allí, tendida en una camilla con la piel desprovista de color. Hay varias contusiones que marcan su cuerpo, pero sobresalta una en su cabeza. Luego voy hacia Albert, con él no lloro tanto. Aunque nos llevábamos bien y me duele que se haya ido, no es nada comparado con perder a mi tía.
Con la información del seguro de ambos, Tyler se ocupa de llamar y se hace cargo del funeral. Mientras él está en ello, yo llamo a la familia de Albert. Sus padres son unos señores mayores a los que me preocupa que les pase algo cuando se enteren, por ello llamo a su hermana mayor, una mujer que pude conocer un poco cuando viví en Londres. Ella, al enterarse de la noticia, llora desconsolada por varios minutos sin decir nada, y yo la acompaño en un llanto silencioso.
—Fue una maldición irse, se los dije, ellos no lo necesitaban, estaban bien aquí —solloza en grandes gritos—. ¿Ahora cómo les digo a mis padres que mi hermanito se ha ido, Megan? ¿Y qué va a pasar con mi sobrino?
La entiendo, no es fácil tener que hacer algo así.
Le digo unas palabras de consuelo que ni siquiera recuerdo cuando cuelgo y voy al contacto de mi madre.