Recordarnos

Capítulo 10

Capítulo 10

Megan

 

Charlie está cabizbajo, no quiere hablar desde que tuvo el ataque de ansiedad. He intentado de todo con él, pero no logro que hable. Necesito saber qué lo ocasionó para que no vuelva a pasar. 

Pero supongo que será algo que hará la psicóloga. Y no es que quiera dejarlo todo en sus manos, es que tengo miedo de hacerlo peor para Charlie. 

El timbre suena justo cuando me llega un mensaje de Tyler avisando que está aquí. Me apresuro a abrir la puerta para él y espero en el pasillo. Cuando aparece en el ascensor, suelto un suspiro de alivio. 

—Eh —saludo suavemente cuando me alcanza—. Quita esa cara, nena, todo va a estar bien. 

Asiento, soltando el aire que estaba reteniendo. 

—Re estábamos esperando para almorzar, ven. 

Me sigue dentro y va a directo al lugar en que está Charlie en la barra de desayuno. Él, al verlo, le da una sonrisa pequeña. 

—Eh, amigo. —Le da una palmadita en la espalda y se sienta a su lado—. ¿Tienes hambre? Megan me ha jurado que ha hecho algo delicioso para comer. 

Charlie asiente, girando la cara hacia la encimera. Le doy una mirada de circunstancias a Tyler y él esboza una sonrisa tranquilizadora. 

“Todo estará bien”, es lo que quiere decir, pero no puedo evitar preocuparme. 

—Espero que de verdad los macarrones con queso me hayan quedado deliciosos, no estoy segura de aguantar una mala crítica por parte de alguno de los dos. 

Tyler ríe y Charlie sonríe, viéndome por primera vez desde que tuvo el ataque de ansiedad. Mi corazón salta de felicidad por el pequeño avance, necesito verlo mejor y no voy a estar tranquila hasta lograrlo. 

—Los macarrones son mis favoritos —murmura Charlie y Tyler levanta la cejas, sorprendido. 

—También los de mi padre, es el fan número 1 de los macarrones. —Charlie no responde y Tyler me echa un vistazo antes de continuar hablando—. A mí me gusta la pasta napolitana, en cambio. Y la favorita de Megan es la pasta carbonara.  

Charlie me mira. 

—A mi mamá también le gustaba la carbonara, ¿sabías?

Asiento, sonriendo para darle ánimos. 

—La hacía muy bien, por eso me gustaba comer en tu casa siempre. 

Él vuelve a bajar la vista y sus ojos se humedecen. Necesito cambiar de tema inmediatamente antes de que todo se vaya al garete, creo que ya ha llorado suficiente por el día de hoy. Además, esos recuerdos pueden ser los detonantes de sus ataques de ansiedad, debemos evitarlos hasta que la psicóloga nos enseñe cómo superarlos. 

—¿Quieren jugo de moras con el almuerzo o un refresco?

—Jugo está bien para mí —responde Tyler antes de mirar a Charlie—. ¿Y tú, amigo?

—Jugo también. 

Luego de almorzar, los tres salimos de casa rumbo al consultorio de la psicóloga. Está en el centro, un poco alejado de mi casa, pero no tanto como si estuviera al otro lado de la ciudad. Allí, la psicóloga sale a recibirnos cuando su asistente le avisa que estamos aquí. Es una mujer bajita y muy hermosa, con una sonrisa amable y con una expresión accesible. Se gana a Charlie rápidamente y nos indica que esperemos aquí mientras ellos hablan, la dejamos ir con la promesa de que hablará luego con nosotros. 

No es una sesión larga, Charlie estará con ella unos cortos quince minutos, pero para mí el tiempo pasa lento. 

No noto que estoy temblando hasta que Tyler pone una mano en mi pierna, evitando que deje de moverla. Le doy una sonrisa culpable y respiro profundo. Él, sabiendo que debo estar hecha un desastre, toma mi mano y le da un apretón ligero. 

—Todo va a estar bien, Meg, te lo prometo —susurra, su boca pegada a mi oído—. Sé que lo he dicho mucho en estas últimas semanas, pero quiero que lo creas. 

Lo miro, topándome con sus ojos suplicantes. 

—Te creo, Tyler, pero no puedo evitar preocuparme, ese chico la está pasando mal. 

Me rodea los hombros con un brazo y me lleva contra él, besando mi frente en el proceso. No sé si estoy haciendo mal o si no debería sentir esto, pero me hace sentir mejor cuando está así de cerca, me hace afirmar que tengo su apoyo. 

La puerta del consultorio se abre y Charlie sale, me da una sonrisa apretada y se sienta a mi lado sin mediar palabra. 

—¿Pueden acompañarne dentro, por favor? —nos pide la mujer y me coloco de pie, mirando a Charlie. 

—¿Estarás bien aquí solo?

Él solo asiente. No me convence su respuesta, pero necesito saber qué nos dirá su psicóloga. Ella cierra la puerta una vez estamos dentro y nos señala las sillas frente a su escritorio. 

Tomo asiento, mirando alrededor. Es un lugar pacífico, y supongo que esa era su idea. Las paredes son de color beige claro, adornadas con cuadros de fotografías de bosques y praderas de un lado y cuadros de certificados y títulos del otro. Hay una estantería con archivos ordenados por abecedario y una planta junto a la ventana. 




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