Recuerda Que Eres Mía

Cap. 1: ¡No recuerdo nada!

15 de noviembre, 2025.

Italia.

Despertar de un largo y profundo sueño puede ser molesto, después de todo, dormir es el único momento en donde se puede descansar verdaderamente, sin embargo, darle final a lo que parecía una siesta para la castaña significaba una nueva vida.

Ahí estaba ella, latiéndole el corazón violentamente contra su caja torácica. Abrió sus ojos poco a poco, achicándolos por la ligera incomodidad que le producía volver a ver la luz. Una vez consiguió acostumbrarse, su cuerpo entero se estremeció y el nerviosismo mezclado con ese sentimiento de miedo la embargó.

¿Dónde estaba? O mejor dicho ¿Por qué estaba ahí? Sus labios algo resecos empezaron a temblar como poseídos por un frío bestial. Miles de preguntas catapultaron su ansiedad al pico de la montaña. Observó a su alrededor, estaba en un hospital y con una mascarilla, que la ayudaba a respirar. Sus ojos marrones, tal cual dos avellanas, se nublaron y casi empezó a hiperventilar de no ser porque empezó a tomar bocanadas de aire.

Soltó una carcajada. No sabía donde demonios estaba y llorar solo le traería penurias. Tan pronto cayó en la realidad se sintió como si un camión la hubiera pasado por encima, agotándola solo pensar. Había un par de cables incrustados en su vena del brazo derecho mientras que el otro lo tenía enyesado. Su cabeza parecía ser la única que no sufrió daños, eso quiso creer.

Con paranoia, sin saber qué papel desempeñaba ahí, se reincorporó con pesar, ahogándose en jadeos de dolor, que se encontraban más allá que en su cuerpo. Se sacó con poca delicadeza los cables y la mascarilla. Se sentía como un barril. Su propia anatomía no cooperaba y eso que seguía siendo joven. Cuando se deshizo de todo lo que la encadenaba, sus pies descalzos, o más bien, los dedos de estos, rozaron con el suelo frío, enviándole un escalofrío por toda la columna vertebral.

—Esto no puede estarme pasando. —murmuró amargada. —No quiero terminar besando el suelo. —pensó en voz alta, reconociendo que no tendría la energía suficiente para resistir su propio peso. Soltó un suspiro como si estuviera rogando, que alguna fuerza natural la ayude. Su ingenio se disparó cuando vio una silla cerca.

Se movió sobre la cama de hospital hacia el borde y estiró su pie derecho lo que más pudo, creyéndose bailarina de ballet con una enorme experiencia y flexibilidad. Sonrió victoriosa cuando logró atraerla. Sin duda esto la ayudaría para sostenerse y permanecer de pie al menos unos minutos. Puso su mano útil sobre el respaldar de la silla y antes de impactar sus pies contra el suelo, respiró hondamente.

—Vamos, cuerpo. Dale a tu dueña un momento de respiro. —se pidió a sí misma. Con miedo se arrojó sin saber si caería o si su plan funcionaría. En efecto, la probabilidad de besar el piso contaba con más del 50%, pero era tan terca que al menos debía intentarlo.

Sintió gozo en lo profundo de su pecho cuando consiguió pararse, pero tal dicha le duró unos cuantos segundos. Hubiera preferido mil veces caerse de bruces y convertirse en la novia del suelo, que sentir el shock que cubrió su alma. Lo último que recordaba era su desastrosa decepción amoroso, aquel infeliz que la engañó en su propio departamento. Si no estaba en Estados Unidos, ¿en dónde diablos estaba?

El rostro de la muchachita palideció como una hoja de papel, un poco más y se esfumaba en el aire. La puerta de la habitación se abrió sorpresivamente. La mujer de cabellos marrones tragó duro como si la hubieran atrapado con las manos en la masa y tenía todas las de perder. No tenía pruebas que la respaldaran, pero tampoco dudas de que la sentenciarían.

—Ya te he dicho que…—el hombre que estaba hablando antes de abrir la puerta se calló de inmediato cuando dio un paso, ingresando y la vio. Aquellos ojos azules la traspasaron y la castaña pudo jurar que veía efusividad y emoción desbordante en esa mirada. Fue como si hubiera visto a un muerto regresar a la vida.

—¡Mamá! ¡Eres tú! ¡Y despierta! —a la castaña casi le da un ataque al corazón cuando reparó en el niño, que estaba al lado del desconocido. Esos pequeños ojitos que antes se encontraban opacados por la tristeza, cobraron vida al verla. El bambino soltó las bolsas que sostenía, estaba tan feliz y contento, que se echó a llorar, corriendo en dirección de su madre, a quien abrazó como si se la fueran a arrebatar de nuevo

La castaña dejó de sostenerse de la silla, el niño vino con tanta velocidad que prácticamente casi la tira cuando se aferró a su cintura, diciéndole que no lo vuelva a dejar, que la había extrañado tanto y cuanto la amaba.

¿Madre? ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Desde cuándo tenía un hijo? Se preguntó bastante confundida y desorientada, acariciándole el cabello al niño como un acto de reflejo mientras todavía no se recuperaba de su trance.

El sujeto de ojos azules esbozó una sonrisa, que la desconcertó y la mandó a buscar vida a Júpiter. No entendía para nada la situación, se sentía fuera de lugar. Quizás se habían equivocado de habitación y ella solo se parecía a la mujer que buscaban. El hombre se acercó con los ojos llorosos, tomándole el rostro como una fina pieza de porcelana.

—Los doctores dijeron que…olvídalo, no quiero pensar en eso. No sabes cuanto extrañé tus ojos, Sia. —declaró el sujeto, mirándola intensamente, sin embargo, sus palabras y presencia la obligaban a sentir una extraña sensación, que no era buena del todo.

—¡Padre! ¡Aléjate! ¡No quiero que la toques! —vociferó el bambino sin dejarla de abrazar, sintiéndose celoso que su propio papá estuviera quitándole la atención de su madre, sin embargo, había una pizca de rencor y resentimientos en su tono de voz, rechazando el acercamiento entre su padre y ella.

—Estoy soñando. —murmuró ida, sin concebir que fuera madre y ese sujeto fuera el padre del niño, que le decía eufóricamente mamá. Lo peor no era eso, sino que, no los recordaba. El pelinegro notó algo extraño en ella y por eso le pidió a su hijo, que le diera espacio a la castaña, quien en ese mismo instante cayó sentada de golpe en la cama, sosteniéndose la cabeza y jalando su cabello. No comprendía. ¿Quiénes eran? ¿Tuvo un hijo y no fue invitada a parirlo? ¿Se casó y no asistió a su propia boda? Debía recordar.




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