Recuerda Que Eres Mía

Cap. 3: Primera jugada

Ahora despertar parecía una tortura para Alessia, quien cada noche debía ser medicada, de lo contrario, entraba en crisis cuando se cuestionaba sobre su identidad, que, por primera vez en su vida, le resultaba tan desconocida. Sabía perfectamente su nombre, apellidos y nacionalidad, pero ¿por qué el resto estaba en blanco? No lograba comprender, pensó mientras aferraba su mano buena al soporte del porta suero, donde se le suministraba, ya que consiguió que el médico la dejara salir de su asfixiante habitación.

El pelinegro, quien se encontraba sentado a su lado se percató de la mirada perdida de la castaña, quien estaba absorta a su alrededor. Respiró hondamente metiéndose entre pensamientos mientras el silencio reinaba. ¿Cómo le explicas a un niño que su madre no lo recuerda? Fue difícil lidiar con Fabrizio, era un bambino bastante caprichoso y apegado a Alessia. Con ese pensar acarició el cabello de su hijo, quien estaba sentado en su regazo mientras recargaba su peso en el pecho de él.

Era de su conocimiento que Fabrizio en el fondo le tenía recelo y resentimiento, su hijo tenía sus razones, pero por algún motivo desconocido aquello desaparecía cuando tenía a la castaña cerca, era como si ella le representara calma.

—Hice todas mis tareas muy rápido para venir a verte, mamá. —contó el pequeño, sonriéndole para atraer la atención de Alessia. La muchacha ladeó el rostro, sintiéndose mal. —¿Te gustó lo que trajo papá para que almorzaras? Sabemos que eres alérgica al maní. —expresó dulcemente, buscando hacerla hablar para oír su voz.

Alessia dirigió su mirada al niño y luego al padre de este, pero la desvió tan pronto se encontró con los ojos azules del pelinegro. Aún no descifraba qué lazo la unía a él, ¿de verdad estaría casada? No, no lo creía. Su mente no lo registraba. Nada lo sentía familiar. Solo había recibido la visita de Fabrizio y de ahora, quien sabía era Eric, sin saber realmente que, por orden del pelinegro, sus amigas y psicóloga no podían verla.

El doctor fue explícito. Debían dejar que los recuerdos volvieran por si solos, si es que regresaban también.

—Grazie. Estuvo bien. —respondió con una sonrisa media tenue, careciente de su verdadera personalidad, pero la realidad, era que todo la abrumaba. Su último recuerdo fue el engaño de su ex y nada más. No recordaba lo que ocurrió después, ni qué la llevó a estar en blanco.

El resto del pequeño espacio, que le permitió estar fuera el médico, se la pasó hablando Fabrizio, pero cosas triviales, preguntándole cómo se sentía, si quería que le trajeran algo en particular o si no estaba cómoda en su habitación. Le agradaba el niño, a pesar de no recordarlo dentro suyo había una especie de conexión y cariño instantáneo hacia él, por ende, cuando su hijo se despedía besándole las mejillas y abrazándola, ya no le resultaba incómodo.

—Si te fuerzas a recordar, nunca te darán de alta, Sia. —sugirió neutro, dándole a entender indirectamente que la descubrió. Ambos empezaron a caminar de regreso al hospital, pues un amigo de él—Dante Caruso—lo ayudaba a cuidar del niño. Alessia no tenía ni la mínima de lo que ocurría en la familia De Luca actualmente.

Alessia dibujó una pequeña sonrisa caminando desganada.

—¿Qué edad tengo? —preguntó fugaz, sintiéndose perdida en el tiempo. Gozaba de veintidós años cuando sintió su corazón desgarrarse al ser espectadora, del encuentro clandestino de su ex novio con su amante. Eric miró hacia al frente sosteniendo sus manos detrás de su espalda. Era un poco viejo para ella.

La castaña era bastante pequeña a su costado, con sus tacones solía disimular su estatura.

Podía darle pequeños detalles, pero no hacerla sufrir grandes impresiones.

—Veintiocho años. —contestó curvando sus labios en una sonrisa. Con ella era fácil sonreír, sin sentirse presionado o incómodo. La joven de ojos avellanas tragó duro, sorprendiéndose y temió sacarse la duda al preguntarle qué clase de relación tenían.

¿Y si el hombre tenía esposa y ella era la amante? O peor aún. ¿Y si era la manzana de la discordia? No. No pudo cambiar ni violar sus propios principios. Jamás. No iba a dudar de ella, estaba segurísima, que ningún disparate era cierto.

—Tu nariz se arrugó. Anda, dime, dependiendo de lo que preguntes, responderé. —hizo énfasis, descubriéndola mientras soltaba una pequeña carcajada. La muchacha puso una cara seria, fastidiándole la burla del sujeto. ¿Cómo reconocía sus gestos?

Ambos se detuvieron unos metros antes de llegar a la habitación porque otra persona estaba ahí, en la entrada. Alessia enfocó sus ojos marrones, inclinando la cabeza hacia un lado y frunció los labios, llenándose de curiosidad. ¿Qué hacía ese hombre en su puerta? No lo reconoció de inmediato a diferencia de su acompañante, quien gruñó.

Los ojos mieles del tercero se iluminaron y se acercó llevándose de sus impulsos, quería abrazarla, estrecharla entre sus brazos para convencerse que no volvería a irse, decirle lo mucho que la quería y la amaba, pero sus acciones imprudentes se frenaron cuando la muchacha retrocedió, casi poniéndose detrás del pelinegro.

Tenía cara de psicópata con los ojos tan abiertos y no le sumaba que casi corriera hacia ella, como si quisiera secuestrarla para robarla como producto de mercado. Eric se echó a reír por dentro, restregándole en la cara a su hermano menor, que ella le tenía miedo. Antonie cerró los brazos, que tenía abiertos y carraspeó, recomponiendo su primera impresión.

—Mi dispiace. Mi sono lasciato trasportare. —pronunció en italiano, pasando saliva con dificultad mientras se aflojaba el cuello de la camisa. Estaba haciendo mal las cosas. Eric rodó los ojos, jactándose de sus impulsos. —Soy Antonie De Luca. Vine a ver cómo estabas, Alessia. —comenzó nuevamente, tratando de limpiar la basura que tiró hace rato.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.