La prefería desmemoriada, que bañada en un charco de su propia sangre o peor aún, que en sus bellos ojos hubiera odio y resentimiento hacia él, pensó mientras caminaba hacia la sala de juntas con su secretaria Vanessa, siguiéndole el paso y acompañado por un personaje inusual, que rara vez se mostraba.
No podía descuidar el trabajo.
—¿Podrías decirle a tu hermano que ya se deje de rabietas? A la próxima vez que te lo topes, comunícale que debe asistir a la cena que estamos organizando. Su futuro suegro quiere conocerlo y Beatrice ya no disimula su disgusto. —escupió con prepotencia Enzo De Luca, padre de Antonie y Eric. El hombre de cabellos negros, dueño de unos ojos azules preciosos y ataviado en un traje, que lo hacía sobresalir, torció los labios.
Se ajustó los botones de las mangas y posó su mirada como el mismismo mar, al frente. Antonie tenía mucha razón para odiar a Enzo, ahora que este parecía haberle conseguido esposa y no una cualquiera, sino la hija de un político, porque a la anterior, su hermano la rechazó.
Muchas cosas cambiaron desde el accidente. Existía un motivo por el cual, él cuidaba de su hijo todos los días y tenía la custodia de nuevo en su poder.
—Padre. Debería dejar de meterse en la vida de Antonie. —aconsejó sin ningún atisbo de humildad o con la intención de ayudar a su hermano menor, ignoró que Vanessa se encontrara atrás, aunque la rubia no abría la boca, era leal. —Tanto lo presionó, que renunció a su pasantía breve aquí. —le recordó, deteniéndose a unos metros de llegar a la sala de juntas.
Enzo lo miró serio.
—No renunció, yo lo despedí porque mi heredero ya estaba encaminado. No te gastes considerando a extras como Antonie. —dijo con desdén, como si el castaño no fuera su hijo. El rostro de Eric se ensombreció. —En fin. Tenemos una reunión donde tengo voto. Créeme, hijo. Alfonsina no me cae, es como ver a tu mujer muerta, volver a la vida, pero es quien maneja la herencia de mi nieto y no una pequeña. —la burla se reflejó en cada pedazo de palabra. Enzo le palmeó el hombro, riéndose como si se fuera ahogar, faltándole al respeto a la mujer, que Eric tenía en lo más alto.
El pelinegro lo miró de reojo, conteniéndose de explotar. Su padre se llevó las manos a la nariz, escondiendo su risa y entró a la sala de juntas, donde se encontraba la directiva. De Luca se estrujó el rostro y trató de calmar la ira, que incrementaba dentro de él.
—Adelante, Vanessa. —habló dejando pasar primero a su secretaria, quien sonrió fugazmente e ingresó para segundos después, ser seguida por su jefe. Tan pronto puso un pie dentro de ahí, se topó con una sonrisa enamorada de Alfonsina, quien estaba acompañada de Giselle—prima directa de Alessia— y Guillermo, su actual esposo. Verlos no le hizo ni un poco de gracia. Al único que fue grato ver, era Dante Caruso, su mejor amigo y vicepresidente de la empresa, quien parecía divertirse con el circo que estaba empleando la signorina Vitale, su ex cuñada.
—Empecemos. Todos estamos presentes. ¿Cuál es su propuesta, signorina Alfonsina? —disparó sin anestesia o juego de práctica, recargándose en la silla mientras sostenía un lapicero para señalar cualquier irregularidad.
Alfonsina Vitale tenía un solo propósito y lo conseguiría, se aliaría con la marca “Donatto” de la cual eran dueños Enzo y Eric. Falló a la primera oportunidad, pero esta vez, tendría todo lo que su hermana le quitó, incluyéndolo al joven italiano que la veía con aburrimiento y desdén, desprendiendo odio por cada poro. De Luca sería suyo.
***
Ya no trabajaba de niñero de su hermano mayor, así que, encontrar trabajo no fue tan fácil. Antonie tenía un buen currículo del cual presumir, pero con las influencias de su padre nadie lo quería contratar. El viejo buscaba hacerlo regresar con el rabo entre las piernas, qué iluso de su parte. Jamás ocurriría. Sabía que su plan original consistía en otra cosa, iba a ser capaz de casarse con alguna mujer, que Enzo le eligiera, después de todo, no le importaba ser infeliz si con eso, lo destruía, pero apareció una castaña, robándole el corazón.
Era apenas medio día, estaba en su hora de almuerzo y aunque la observaba de lejos, no se atrevía a acercarse. Era mejor no perturbarla. Supo por Eric, que los padres de Alessia estaban exigiendo verla, después de todo, tenía familia, pero esa gente no eran más que un par de parásitos. En su memoria todavía estaba grabado aquel suceso. La culpa todavía seguía, atormentándolo durante las noches.
A veces lidiar con el mismo pasado era un asco. Dejó de parecer acosador y con una fuerza, que no sabía de donde provenía, tuvo la valía de rodearse de aquella atmósfera, que emanaba la pequeña mujercita.
—¿En qué piensas? —su dulce voz la sacó de su trance, pero no volteó a verlo, permaneció mirando el paisaje y dibujó una tenue sonrisa.
—En lo molesto que es tener yeso. —alzó su brazo, haciéndolo relajarse con su antes, habitual humor. Recordó lo mucho que disfrutaba de sus ocurrencias, pensó el castaño, apoyando los codos en sus rodillas mientras ladeaba el rostro para verla.
—Debe ser incómodo estar todo el día en el hospital y que te suministren un sin fin de medicamentos. —oírlo decir eso le pareció extraño a Alessia, era como si la entendiera. —Pero es para tu recuperación. ¿Sabes? Eric me matará probablemente. —susurró haciendo un arco con la mano en la boca. Alessia frunció los labios, mirándolo.
—¿Por qué?
—Por decirte lo bonita que eres, como una principessa, mi pequeña flor. —contó como un secreto, que solo ellos compartieran, intercambiando miradas cómplices. Moretti rodó los ojos, echándose a reír.
—¿Está coqueteando conmigo, signore? —enarcó una ceja, acusándolo con tono bromista. Aunque aquel sobrenombre le resultó como…familiar.