¿En coma? ¿Estuvo inconsciente durante tres semanas? No cabía esa posibilidad en su lógica, todo ese tiempo, que estuvo en aquel estado, pensó que se trataba de una pequeña siesta, pero ¿en qué mundo sería una siesta? Tenía un brazo enyesado, algunas heridas en el cuerpo y su cabeza parecía estar bien a la vista de cualquiera, claro, por dentro no sabía, después de todo, no era doctora.
Tragó duro sintiendo un nudo en la boca del estómago mientras abrazaba sus piernas en posición fetal y recargaba su espalda contra la puerta de su habitación. Después de oír la confesión del castaño, sintió una especie de bruma, una especie de neblina, cubriéndole los ojos.
Tan pronto los de seguridad se acercaron, ella salió corriendo a su lugar seguro momentáneamente—su habitación—donde se encerró haciendo oídos sordos a los pedidos de la enfermera y del propio Antonie. De esa manera, cayó la tarde y nadie pudo ingresar sin que ella lo permitiera.
La pequeña castaña clavó sus iris en el suelo, donde estaba sentada y se mordió un dedo de la mano sin enyesar. ¿Qué pudo llevarla a acabar en coma? ¿Una sobredosis de drogas? ¿Un accidente grave? ¿Algún intento de asesinato? Todo lo que sabía conocer, brilló frente a sus ojos para derrumbarse lentamente.
Incluso empezó a dudar de sí misma cuando se sobresaltó bastante nerviosa, debido a dos golpes en la puerta, que oyó. Estuvo a punto de gritarle a quien sea, que estaba del otro lado, que la dejaran sola. Que ella estaba bien, solo necesitaba un momento para pensar, pero una voz, que no era de la enfermera ni de Antonie, retumbó en sus oídos.
—Estoy aquí, Sia. Soy yo, Eric. —habló lentamente para no darle pie a que desconfiara. La castaña cerró la boca pegando su cabeza una vez más a la puerta. El pelinegro, quien se encontraba del otro lado, acompañado de Antonie y la enfermera, suspiró. —¿Puedes dejarme pasar, per favore? Puedes confiar en mí, yo siempre te cuidaré. —confesó en un susurro, en una pequeña súplica sintiendo sus ojos perderse en el significado de esas palabras, que extrañamente le produjeron cierta sensación a ella.
Llevaba horas encerrada y no había recibido sus medicamentos a tiempo, por eso la enfermera, quien estaba sumamente preocupada, recurrió a llamar a Eric, ya que, el doctor que la atendía no llegaría hasta más tarde, por motivo de una reunión urgente que tuvo programada con otro profesional de la salud.
—No necesito que me cuiden. Vete. Sin recuerdos y desmemoriada soy un blanco fácil para que cualquiera se aproveche de mí ¿no? —soltó con desdén e ironía, causándose estragos en su pecho y recordó perfectamente una parte de su niñez, cuando sus compañeros se acercaban por lástima o queriendo sacar provecho de ella. En sus labios se instaló una sonrisa dolorosa.
—Esa no es nuestra intención, nosotros solo queremos lo mejor para ti.
—¿Y con qué derecho se creen para decidir, qué es lo mejor para mí? ¿Son mis padres acaso? ¿Eh? —devolvió con fuerza y brusquedad, exasperándose brutalmente. Aquella acusación con tono de reclamo hizo callar al pelinegro.
La enfermera se removió nerviosa, no quería tener que acudir a seguridad, Alessia no era una paciente que se fuera a hacer daño a sí misma, pero se rehusaba a abrirles. Eric al notar eso, le pidió que se retiraran, Antonie refutó, era plenamente consciente que echó a perder lo que se juraron no decir y que ella estaba así por su culpa, pero ¿qué ganaba lamentándose?
—Por eso digo, que eres un bocón. Vete a trabajar tu turno nocturno, yo me encargo. —aseveró mirándolo con bastante severidad. Tenía la mirada de Enzo, pensó su hermano menor apretando los labios, sintiéndose impotente. No dijo más y se fue pacíficamente junto con la enfermera.
Eric De Luca se estrujó el rostro, dándose la vuelta, dejó que su espalda se deslizara en la puerta mientras pensaba en cómo resolver la situación antes que el hospital se encargara.
—Estás enojada. Nunca te gustaron las mentiras o que la gente se anduviera con rodeos. —recordó vagamente, moviéndose al pasado donde veía a una Alessia más joven, sonrojándose por cada beso que él le robaba o cuando le decía algún piropo. —Tienes una lesión traumática en el cerebro debido a un accidente que sufriste y entraste en coma dos días después, que te ingresaran en el hospital. Estamos en Italia y en el 2025. —le brindó una parte esencial de la información, que quizás ya sabía por boca de Antonie. Flexionó una pierna, ensuciando su carísimo traje de oficina y sonrió. —El doctor recomendó, que no te dijéramos nada de momento, tal parece que presentas amnesia retrógrada y no puedes recordar con facilidad aquellos sucesos pasados. —fue sincero y honesto, compartiéndole lo que por derecho debió saber desde el principio.
La castaña sintió temblar sus labios, enfureciéndose y al mismo tiempo, embargándole el miedo.
—Cuéntame de mí. ¿Cómo era antes del dichoso accidente? —pidió y rogó internamente, que al menos pudiera despejar algunas dudas internas que reposaban día y noche en su cabeza.
Un aire humorístico sacudió a Eric.
—Explosiva. —reveló riendo. La mujer arrugó la nariz desorientada. ¿Era bueno o malo? —Y para tu información, no mantenemos ninguna relación amorosa, no soy tu esposo ni marido, solo el padre de Fabrizio. —aclaró con cierta melancolía, pero no me quito las ganas de querer serlo, se calló. —Independientemente de cualquier cosa, te prometo cuidarte. Antes no lo hice por cobarde y estúpido, pero esta vez, no será así. Aunque no lo recuerdes, te quiero con el alma, Sia. —era como una oportunidad, que no volvería a regalar, se dijo determinado el pelinegro, poniéndose de pie.
—¿Me quieres como amigos? —preguntó inocente.
—Te quiero como mujer, desde el primer momento que te conocí, te miré como lo que eres, una bella italiana. —declaró, poniéndose una mano en el corazón. El Eric frío e indiferente de antes, aquel que ella conoció, ese sujeto que nunca fue capaz de decirle un te amo cuando ella se lo pidió, ahora estaba ahí, diciéndole sin prejuicio o miedo, lo que significaba para él en su vida.