Recuerda Que Eres Mía

Cap. 6: Volverás a conocerme

21 de noviembre, 2025.

Al cumplir las cuatro semanas, el doctor fue personalmente a retirarle el yeso del brazo, su fractura no había sido tan grave y solo unos días le incomodó tener su extremidad inmovilizada, por supuesto, qué iba a molestarle desde el inicio sí estuvo prácticamente inconsciente.

El médico no la quería ver, pensó Alessia dramáticamente cuando el joven le dijo, que le daría de alta, le ordenó seguir tomando los medicamentos, que ya recibía de la enfermera y que tratara de volver a incorporarse a su rutina diaria.

Por supuesto, es fácil decirlo, pero no recuerdo ni siquiera lo que hacía, se amargó frunciendo ligeramente los labios. Era una mujer de veintiochos años, que estaba más perdida que una adolescente eligiendo qué carrera universitaria estudiaría.

Así de importante era.

Fabrizio apretó la mano, que sostenía de su padre, quien llevaba en la otra, un pequeño bolso con las pocas pertenencias de Alessia. Parecía que su madre estaba en otro mundo, caminaba como si estuviera siguiendo la corriente y no le importara tropezarse con quien pasara.

—¿Por qué mamá no puede quedarse con nosotros? —formuló inocentemente el niño. La mirada azulada de su padre recayó sobre su hijo, sonriéndole a medias.

—Tu madre se sentiría incómoda, además, estar en su casa la ayudará a familiarizarse con su entorno. —contó lo dicho por el médico y agregando algo de verdad. Alessia no podía vivir con ellos en el departamento, todos eran hombres y resultaría asfixiante tener que compartir techo con Antonie y él. —No te preocupes, hijo. Podrás visitarla y quedarte cuando quieras con ella. ¿No es así, Sia? —lanzó la bola de tenis para hacerla reaccionar. Le prestaba la suficiente atención para percatarse de su estado.

La castaña despertó de su ensoñamiento mirando al niño, quien no soltaba su mano y la observaba con verdadera ilusión, como si esos ojos azules supieran conocerla desde siempre. Le resultaba agonizante, que no hubiera ningún recuerdo con el pequeño en su memoria. ¿Por qué los olvidaría?

—S-sí. Claro que sí. —tartamudeó arrastrando las palabras, sintiéndose nerviosa, con un ahínco en el pecho, asfixiándola. Esta vez no estaría todo el día en el hospital, sino en el exterior y se tendría que lanzar a la incertidumbre.

Eric De Luca le dedicó una sonrisa consoladora y unos minutos más tarde salieron de ahí, dirigiéndose al estacionamiento. El primero en correr hacia el auto fue Fabrizio, dejándolos atrás. La pequeña castaña intentó adivinar el vehículo con la mirada, pero no acertó, ya que, tuvo que ser llevada por el pelinegro.

Era como una especie de guía.

—Este es tu nuevo celular, grabé mi número y el de algunos conocidos tuyos, cualquier cosa que necesites puedes llamarme. —habló sereno, bastante tranquilo y en paz, sensaciones que no presentaba antes cuando la veía. Le entregó el teléfono celular y le abrió seguidamente la puerta del copiloto.

—Gracias por todo. —agradeció sinceramente. Él no tendría por qué molestarse en ayudarla, lo único que los unía era un pequeño que revoloteaba dentro del auto, impacientándose.

—Es mi deber, Sia.

***

Iba a estresarse, o más bien, ya lo estaba, tan pronto pisó su casa, sus músculos se tensaron de manera increíble. Era domingo y el bambino no tenía colegio, se levantó temprano para ir a recogerla junto a su padre y ahora estaba recostado durmiendo en el sofá, lo último que dijo con un bostezo, fue que solo descansaría sus ojos y terminó cayendo en las telarañas del sueño. La castaña se estrujó el rostro, sentándose al pie de las escaleras.

—¿Por qué serás tan terca? Antes te repusiste de momentos peores y ahora esto no te va a detener. —aquello era cierto. Su voz fue acompañada de una suave caricia en la espalda, que por reflejo la hizo enderezarse. —No trabajarás hasta estar 100% recuperada y no pienses que serás una carga. —le leyó los pensamientos, haciéndola sonreír. —Tu cuenta bancaria la estoy manejando yo y solo la usarás cuando sea necesario. De momento, yo me haré cargo de ti. Permíteme hacerlo, per favore. —pidió sin despegar la palma de su mano.

—¿Por qué habría de permitírtelo si tengo dinero para ocuparme de mí? —contradijo renuente a que otros velaran por su bienestar. Ladeó el rostro hacia la izquierda y juró que no quiso hacerlo. No tenía intención. Sus ojos marrones se abrieron de golpe cuando se topó con la poca distancia que había entre ambos. —L-lo siento. —se disculpó inmediatamente a punto de alejarse, pero el pelinegro la retuvo, tomándole el borde del mentón mientras curvaba sus labios en una sonrisita.

—Hay cosas y personas que se olvidan, pero tu cuerpo y corazón lo sienten a pesar, que les resulte desconocido. —susurró lentamente, disfrutando tener la atención y la mirada avellanada de ella en él. La muchachita se desconcertó. ¿A qué se refería? Toda respuesta murió volviendo a comprender, que tenía a ese desconocido con sus ojos penetrantes, mirándole la boca.

Una colisión estuvo a punto de producirse, se estaba acercando y no sabía cómo reaccionar. Se puso a pensar a último minuto y cuando sintió los labios de él rozar los suyos, se levantó abruptamente, como si se hubiera salvado del mismismo apocalipsis, y le estampó un puñetazo en el rostro, que se le escapó. Honestamente no fue así.

El pelinegro jadeó, tomándose el puente de la nariz.

—Sisi, interesante, pero no te aproveches. —sentenció manteniendo su semblante serio. Quizás el sujeto iba a molestarse y debía interpretar el papel de indignada, sin embargo, ocurrió todo lo contrario. En la estancia se escuchó una sonora carcajada.

Enloqueció, fue lo primero que pensó.

El hombre de cabellos negros apoyó ambos codos en la escalera, estiró sus piernas y se echó a reír tirando la cabeza hacia atrás. Alessia arrugó la nariz, enfocándolo con sus orbes marrones.




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