Recuérdame una canción

La primera nota

397 Días antes del accidente.

El timbre suena y el pasillo se convierte en un zoológico. Gente corriendo, gritos, mochilas golpeando, el olor a colonia barata mezclado con pizza recalentada de la cafetería, todos aquí somos mayores de edad, pero parecen niños saliendo de una guardería, o más bien un grupo de esclavos que han comprado la libertad con solo pasar un par de horas sentados escuchando a los profesores. Camino como puedo, pegando los libros contra el pecho para que nadie me los tire, y a mi lado va Giulia que también se enfrenta a la manada de adolescentes. Mi mejor amiga es de esas chicas que no saben pasar desapercibidas: cabello morado hasta los hombros, labios pintados con un tono que nadie más se atrevería a usar y la habilidad de hacer amigos hasta con las paredes.

—Siena, te juro que me miró —dice, por enésima vez en la semana.

—¿Quién? —pregunto sin levantar la vista del suelo, esquivando un charco sospechoso que seguro no es agua.

—¡Luigi! —responde con voz dramática, como si hablara de una estrella de cine.

Suspiro. Luigi, el chico de intercambio. Alto, de sonrisa fácil y ojos miel, el típico galán que roba miradas con solo pestañear o compartir el mismo oxígeno en un área abierta. No es que me caiga mal, pero desde que llegó, Giulia no habla de otra cosa.

—Claro, Giulia. Seguro que te miró mientras pensaba: “qué interesante ese tono de labial, lo combinaré con el pircing que llevo en el cu..”.

Ella me da un codazo.

—Eres insoportable, ¿lo sabías?

—Sí, y orgullosa de serlo —le sonrío de medio lado.

Entramos a la cafetería. El murmullo es ensordecedor. Gente que se pelea por una mesa, otros que se comen su pizza en menos de un minuto, algunos se lanzan papeles, otros adelantan las tareas antes del próximo turno y los profesores que hacen como que no ven nada porque también necesitan sobrevivir. Compramos dos cafés y un par de croissants que parecen piedras disfrazadas con capas de harina, pero es lo que hay.

Nos sentamos junto a la ventana inmensa de cristal que permite el paso del sol para no sentirnos engullidas por las fieras que nos rodean. Afuera, en el patio, un grupo de chicos juega fútbol con más entusiasmo que talento, algunos con camiseta y otros sin ella, seguramente practicando para el torneo municipal. Entre ellos está Luigi, sin camiseta por supuesto, y como si me hubiera escuchado mencionar su nombre mentalmente, levanta la vista justo hacia nosotras. Giulia casi se atraganta con su café y le paso una servilleta para que recoja el desastre.

—¡Te lo dije! —me susurra con emoción—. Me está mirando.

—Claro, porque nunca antes en la historia de la humanidad alguien ha mirado hacia una ventana al azar.

Antes de que pueda replicar, Luigi se separa del grupo y se acerca a la cafetería. Su andar tiene esa seguridad que da saber que todas lo observan, viene colocándose la camisa del uniforme y es increíble cómo hasta las profesoras no disimulan, él por supuesto les guiña un ojo, y ya sé por qué, curiosamente, es tan bueno en Ciencias. Yo finjo interesarme por mi croissant duro. Giulia, en cambio, se pone nerviosa como si fuera a dar un discurso en la ONU.

—Hola, chicas —saluda, apoyándose en nuestra mesa.

—Hola —responde Giulia, demasiado rápido.

Yo asiento con la cabeza.

—¿Tienen planes para hoy en la noche? —pregunta, directo al grano.

Giulia abre la boca, pero yo se la cierro con un codazo disimulado.

—Depende —respondo—. ¿Por qué?

Luigi sonríe con esa confianza que irrita y atrae al mismo tiempo.

—Mis padres abrirán un restaurante privado en Florencia. Esta noche hay una velada especial, muy íntima, solo para invitados. Y… canta Nicola Bianchi.

Se hace un silencio extraño. El nombre queda flotando en el aire. Nicola Bianchi. Incluso yo, que no soy fanática de nada, sé quién es. El chico que con una guitarra y una voz grave se ganó el respeto de críticos y adolescentes por igual. Giulia me aprieta el brazo bajo la mesa como si quisiera arrancármelo.

—¿Estás diciendo que… que nos invitas a ver a Nicola Bianchi en vivo? —balbucea, con los ojos como platos.

—Exacto. Es un evento privado. Solo socios y amigos de la familia. Y ustedes son mis amigas, ¿no? —sonríe de nuevo.

Giulia asiente tan rápido que parece un resorte. Yo me quedo callada unos segundos, procesando. Un restaurante privado, un cantante famoso, una invitación directa. Todo en un viernes cualquiera.

—¿Y qué tenemos que hacer a cambio? —pregunto al fin, con desconfianza.

—No es exactamente algo a cambio, solo…Giulia—centra la mirada en mi amiga— ¿podrías llevar a tu hermano?

Río secamente entendiendo el porqué de la invitación, claro, que haría Luigi Morgado invitando a dos chicas cualquieras que no pertenecen a su interesante y adinerado círculo social al restaurante de su familia.

—Voy a preguntarle, seguro acepta— mi amiga asiente con la cabeza como si fuera uno de esos muñequitos que ponen en la delantera de los coches y se recargan con luz solar.




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