Aurora observaba la tranquilidad del paisaje desde la terraza de la casa de su abuela. El sol se escondía lentamente, tiñendo el cielo de tonos rosados y naranjas mientras su hijo Benjamín, de cinco años, jugaba en el jardín con una pelota.
Miraba al hombresito de su vida, ese que la volvía loca de amor, pero también de dolor de cabeza. Acaba de traerlo de la escuela, la directora le había mandado llamar a Aurora porque Benjamín era un niño demasiado travieso, le había cortado un mechón del cabello de su compañerita de clases.
Benjamín corría con su pelota, amaba el fútbol y todo lo que tenía que ver con el deporte, riendo a carcajadas. Su risa era la melodía más dulce que Aurora hubiera escuchado jamás. El pequeño era todo para ella, su razón de ser. Su hijo había heredado su carácter encantador y su empatía, lo que hacía que todos lo adoraran de inmediato. Era curioso y siempre tenía algo que preguntar o descubrir, o cortar.
Mientras observaba a Benjamín, Aurora no pudo evitar recordar a Connor.
Él era tan parecido a su padre, no solo físicamente, sino también en cuanto a carisma y destreza en los deportes.
—¿Qué haré con él, abu? —dijo Aurora cuando su abuela se posó a su lado cruzándose de brazos.
—Seguir siendo la excelente madre que eres, cielo —Aurora suspiró hondo.
—Abu, le cortó el pelo a la pobre niña, se puso a llorar la pobre, el padre de la niña quería asesinarme. Ahora debo llevar al psicólogo a Benjamín.
—Pues eso estará bien hija, tal vez Benjamín busca llamar la atención de alguna manera, ¿No me has dicho que últimamente no deja de preguntar por su padre? —Aurora apretó sus labios entre sí.
—Mi niña, ¿Alguna vez pensaste en la posibilidad de decirle a ese hombre que tiene un hijo?
—Todos los días de mi vida, abu. Todos los días de mi vida.
Aurora siempre se preguntaba si Connor habría sido capaz de cambiar de rumbo, si las cosas hubieran sido diferentes entre ellos. Sin embargo, la vida los había llevado por caminos distintos, y ella había decidido seguir adelante por el bien de su hijo, lejos de él.
Una brisa fresca acarició su rostro, llevándose consigo las sombras de los recuerdos pasados. En su nuevo hogar en México, Aurora había encontrado la paz que tanto necesitaba. Su abuela, mujer sabia y amorosa, le había enseñado a valorar cada pequeño momento ya vivir con gratitud.
—Mami, mami —Benjamin corrió hacia la escalera y Aurora bajó con prisa de la pequeña terraza desde donde lo miraba.
—Ya es hora de entrar, a bañarse y hacer las tareas, ya hace frío —dijo Aurora subiendo a su pequeño a su brazo.
—Tengo una idea, antes, escúchame mami —Benjamin la tomó del rostro con ambas manitos para que lo mirará
—A ver amor, ¿Qué sucede?
—Cuando estaba jugando con mi balón, tuve una magnífica inspiración —dijo.
—Seria genial, que tengas un novio que le gustara jugar al fútbol y así me llevaría a ver los partidos en los estadios y también me llevaría a los entrenamientos, ¿Por qué no buscas un novio que juegue al fútbol y te casas?
La abuela de Aurora soltó una carcajada y el rostro de ella ardió de vergüenza, mientras el pequeño Benjamín pestañeaba lento esperando una respuesta de su madre a su seria acotación.
—Mi amor, no es fácil —dijo ella y él rodó los ojos.
—Sí es fácil, yo puedo ayudar. Además, tengo otra gran idea —dijo apoyando su dedito índice en los labios.
—Benjamín, no, basta de ideas, tus ideas locas me han dado muchos dolores de cabeza y dentro de poco te expulsaran de la escuela. No, quítate esa idea de la cabeza.
Aurora llevó a su hijo al baño y luego le quitó la ropa para meterlo a la regadera.
—Que aburrida eres, mami —dijo Benjamín mientras miraba a su adorada mamá y ella lo bañaba con amor.
—Si, soy aburrida y tú un poquito —comenzó a hacerle cosquillas.
—Ya, mami, basta, me quedaré sin aire —entonces Aurora se detuvo y continuó bañándolo.
—Seguro que mi papá, no es aburrido.
Esa noche Aurora no había dormido bien, no dejó de pensar en las palabras de Benjamín y al día siguiente con esas mismas palabras en su mente llegó a la constructora.
—Alguien tuvo una mala noche —dijo Marco, quien trabajaba para Aurora. Otro ingeniero que apoyaba bastante a Aurora, y también tenía un especial interés en ella.
—No, realmente no, Benjamín va a matarme —Aurora comenzó a contarle a Marco lo que sucedió y lo que le dijo y él se echó a reír.
—¿Te gustaría que lo llevase a las prácticas? —preguntó él de pronto en tanto Aurora se puso sería y pestañeó mirándolo.
—No, no te preocupes. Ahora tenemos cosas más importantes de que preocuparnos que eso, debo llevarlo a la psicóloga, eso sí es importante.
—Está bien, Aurora, pero tú sabes que yo estaré encantado, quiero mucho a Benja. Haría cualquier cosa por él y por ti —Aurora apretó los labios entre sí y apenas tomó asiento en su silla, se llevó un susto porque el fuerte timbre de su teléfono resonó en la oficina.
—Buenos días, Aurora, ven a mi oficina por favor, tengo algunas cosas que tratar contigo, por favor —era el señor Rushforth
—Buenos días, señor. Por supuesto, voy inmediatamente —dijo colgando la llamada y volviendo a ponerse de pie.
—¿Sucede algo? —cuestionó Marco.
—El señor Rushforth quiere hablar conmigo —contestó Aurora, dirigiéndose hacia la puerta.
—¿Tan temprano por aquí? —preguntó Marco y ella simplemente se encogió de hombros.
—Iré a ver que quiere —dijo y caminó hacia el elevador para subir los pisos hasta presidencia.
La secretaria del señor Rushforth le hizo pasar de inmediato apenas ella se anunció.
—Buenos días, señor —saludó ella ingresando algo intrigada.
—Aurora, por favor, pasa, pasa, toma asiento, ¿Cómo has estado? ¿y el pequeño Benjamín? —ella sonrió un tanto nerviosa. Aurora sabia perfectamente quien era el señor Rushforth, hasta ese día no podía creer como el destino la había puesto en el camino de la familia de Connor.