Lucas, el mejor amigo de Connor, había decidido que la mejor manera de despedirse de su compañero sería viendo juntos un partido de básquetbol, él era el único que sabía el pasado se Connor. Lucas siempre insistía en llevarlo a ver los partidos de Básquet para animarlo, pero eso realmente no lo animaba, al contrario, le producía un gran recuerdo doloroso de sus sueños frustrados.
—Vamos, Connor. Te estoy hablando —dijo Lucas, tratando de llamar la atención de su amigo, mientras este miraba en dirección a la puerta de su oficina.
Connor finalmente desvió la mirada hacia Lucas, pero sus ojos reflejaban la nostalgia del pasado. Recordaba su juventud, cuando brillaba en la cancha, encestando una y otra vez con gran habilidad. Y especialmente, recordaba a aquella chica de ojos color agua marina que siempre estaba en las gradas, su amuleto de la suerte. Aurora.
—No, no tengo ganas, tengo mucho que organizar antes de mi viaje —respondió finalmente Connor, tratando de ocultar sus sentimientos.
—Por eso justamente, quiero pasar tiempo con mi mejor amigo antes de que se mude —insistió Lucas, con una sonrisa traviesa.
—Pareces un niño llorón, Lucas. No me voy a morir, solo me mudo a otro país. Es como si no pudieras viajar cuando quieras a México.
Lucas echó una sonora carcajada, recostándose en su silla.
—¿Llevarás a Ivone contigo? —le preguntó con un aire pícaro.
Connor frunció el ceño y chasqueó la lengua.
—Estás demente.
—¿Qué? Pensé que era tu novia.
—No hay nada serio entre ella y yo, lo nuestro es solo sexo.
Lucas levantó una ceja.
—Vaya, pensé que el señor corazón de hielo estaba enamorado.
—El amor es una mierda, Lucas —respondió Connor, con una dureza que no pudo ocultar.
Lucas se inclinó hacia adelante, con una expresión seria.
—Alguna vez me contarás ¿quién te rompió el corazón para que seas así?
Connor evitó su mirada.
—Nadie me rompió nada, déjate de tonterías —respondió finalmente, tratando de cambiar de tema—. Vamos, déjame tengo mucho que hacer. Tengo que hacer unas llamadas importantes.
Lucas suspiró y ganó la derrota por ahora, pero no podía dejar de pensar que había algo más profundo detrás de las palabras de Connor. Algo que eventualmente saldría a la luz, quizás una historia que ni siquiera Connor estaba listo para enfrentar.
Mientras Lucas se levantaba para marcharse de su oficina, su mente aún vagaba entre los recuerdos de Aurora y su pasado. No podía evitar preguntarse todo el tiempo cómo sería verla de nuevo, cómo encontraría a Aurora después de tantos años, ahora que ambos habían seguido caminos tan diferentes. ¿Será que se casó, se volvió a enamorar, tuvo hijos, es feliz? Miles de preguntas rondaban su mente día a día. Y cada vez que se imaginaba a Aurora siendo feliz casada con otro hombre una punzada de dolor se instalaba en su pecho y sacudía su cabeza para eliminar esos pensamientos. Era ridículo, volver a encontrarse con Aurora probablemente era algo que nunca iba a ocurrir, pensaba Connor.
—Debo dejar de pensar en ella, ahora que empezaré una nueva vida lejos de aquí, lejos de todo lo que me recuerda a ella. Ahora es el momento justo para enterrar su recuerdo y perdonarme yo por el daño que le causé. Es momento de empezar de nuevo, de darme la oportunidad de amar de nuevo, de poder amar como la amé a ella.
Connor miró su computadora y trató de concentrarse en los documentos de su viaje. Pero su mente seguía volviendo a la misma imagen: Aurora, con su sonrisa radiante y sus ojos llenos de esperanzas y sueños, una chica que había dejado una marca imborrable en su corazón.
Ya con algunos documentos listos, Connor se levantó y decidió dar un paseo por la ciudad. Nueva York estaba cubierta por una fina capa de nieve, y el frío lo envolvía mientras caminaba por las calles. Necesitaba despejar su mente y prepararse para lo que se avecinaba.
De repente, sonó el teléfono de Connor. Era su padre, Gabriel, confirmando algunos detalles finales del viaje. Connor respondió con calma, asegurando a su padre que todo estaba en orden. Pero en su interior, sabía que muchas cosas estaban fuera de su control.
Al colgar, Connor se detuvo frente a un escaparate y vio su reflejo en el vidrio. Un hombre de 24 años, pero con una mirada que reflejaba una vida llena de decisiones difíciles y sacrificios.
Al llegar a su departamento, notó algo extraño al entrar al ático. Un olor a comida provenía de la cocina, mezclado con el murmullo de algunas voces. Arrugó el ceño, preguntándose quiénes podían estar allí sin aviso previo. Caminó a pasos lentos hacia la cocina, tratando de mantener la calma.
Al llegar, se encontró con una escena familiar pero inesperada. Su madre, Clara, y su padrastro, Héctor, estaban en la cocina, preparando una cena. Clara volteó al escucharlo entrar y su rostro se iluminó con una sonrisa.
—¡Connor! Qué bueno verte —exclamó, dejando lo que estaba haciendo para ir a abrazar a su hijo. —Héctor y yo pensamos que sería bueno tener una cena familiar antes de tu viaje.
Connor esbozó una sonrisa forzada, aún asimilando la sorpresa. —Hola, mamá. Hola, Héctor —saludó con cortesía, estrechando la mano de su padrastro.
—Hijo, esperamos que no te moleste que hayamos venido sin avisar e irrumpir en tu casa así, pero queríamos darte una sorpresa y tu guardia nos dejó subir — añadió Clara con un tono comprensivo. —Queríamos darte una despedida apropiada.
Connor negó con la cabeza, tratando de tranquilizarse. —No es molestia —dijo corto, aunque en su mente seguían girando pensamientos contradictorios. Por un lado, la alegría de ver a su madre, y por otro, la incomodidad de una cena no planificada cuando tenía tanto en qué pensar.
Clara volvió a la estufa, donde una olla humeaba. —Estoy haciendo tu plato favorito, pollo a la cazadora —comentó, mirando de reojo a su hijo para captar su reacción.