Sofía se bajó del avión con cara de “me quiero ir, pero el contrato dice que no puedo”. La isla era un paraíso: agua turquesa, palmeras que parecían salidas de Pinterest, y un calor pegajoso que hacía que su rimmel ya estuviera luchando por sobrevivir.
A su lado, Tomás bajó con los auriculares puestos y una expresión tan neutra que parecía practicar el desapego zen. O intentarlo, al menos. Porque cuando sus miradas se cruzaban, algo chispeaba. Y no era el sol.
—¿Vos siempre usás esa cara de “me arrepiento de todo” o es solo porque me viste? —le preguntó ella, mientras se ponía las gafas de sol como si fueran escudo.
—¿Vos siempre hablás tanto o es porque extrañabas pelear conmigo? —respondió él, sin mirar.
La productora se acercó con una sonrisa demasiado feliz para no estar bajo contrato.
—¡Parejita linda! ¡Vamos al transfer privado! Tenemos que grabar la llegada para las redes.
—¿Redes? —preguntaron los dos al unísono.
—Claro. El contenido empieza ya. Historias, reels, fotos. Queremos que el público sienta que están en una luna de miel.
Sofía parpadeó. Tomás se atragantó con su propia saliva.
—Luna de qué —murmuraron al mismo tiempo.
Antes de que pudieran protestar, alguien les dio un cartel para sostener:
✨#AmorEnLaIsla✨
—Mirá el lado bueno —dijo Tomás, forzando una sonrisa frente a la cámara—. Al menos no estamos en una boda falsa. Todavía.
Sofía le clavó el codo en las costillas sin dejar de sonreír.
—Seguí hablando y vas a despertarte casado.
Subieron al jeep de la producción rodeados de cámaras, flores y el aroma de “esta idea fue linda en papel”.
Mientras el equipo grababa, los dos posaban como podían. De lejos, parecían una pareja perfecta.
De cerca, se estaban matando… con sutileza profesional.
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el amor de dos personas diferentes, el amor no existe para mi, el reencuentro con verdadero amor
Editado: 19.09.2025