—¡Más cerca! ¡Más cerca! Que se note el amor, chicos —gritaba el fotógrafo, un joven con sombrero ridículo y la paciencia de un santo… borracho.
Sofía y Tomás estaban en la playa, vestidos con ropa blanca. Arena perfecta, agua turquesa de fondo, y un dron sobrevolando sus cabezas con un zumbido que parecía burlarse.
—¿Esto cuenta como castigo divino o karma personalizado? —murmuró Sofía, mientras posaba con la sonrisa de alguien que quiere asesinar… con estilo.
Tomás le rodeó la cintura como si no fuera un recuerdo traumático hecho carne.
—No sé vos, pero yo ya superé todo esto —dijo él, sonriendo a la cámara.
Sofía giró apenas la cabeza. Lo suficiente como para que sólo él la escuchara.
—¿Superaste qué? ¿Haberme dejado plantada frente a cuarenta personas con un pastel de tres pisos?
—Yo no te dejé plantada —susurró él—. Te dije que no iba a llegar. Vos nunca leés los mensajes.
—¡Me avisaste por emoji!
—Era un reloj con alas. Claramente significaba que se me hacía tarde.
—¡Claramente significaba que eras un idiota!
El fotógrafo los miró fascinado.
—¡Eso! ¡Esa energía! ¡Pasión contenida! ¡Ahora, beso con los pies en el agua!
Ambos se miraron con horror. Pero la cámara seguía rodando.
—¿En serio? —dijo Sofía.
—Contrato —dijo Tomás, señalando el cielo con resignación.
Se acercaron. Labios a centímetros. El mar tocándoles los tobillos. La tensión tan espesa como la humedad del lugar.
—¿Querés que finjamos un beso o uno "real con bronca"? —murmuró él.
—Probá y te arranco los brackets que ya no tenés —respondió ella.
Simularon un beso. O eso intentaron.
Porque justo cuando Sofía iba a apartarse, Tomás se rió. Y el aire tibio de su risa en la comisura de su boca la desconcentró.
Demasiado.
—Corten —dijo el fotógrafo, sonriendo satisfecho—. ¡Fue perfecto! ¡Auténtico! ¡Recién se notaba que no se soportan! El público lo va a amar.
Tomás miró a Sofía.
—¿Querés un mojito para olvidar esto?
—Quiero tres mojitos. Y una orden de restricción emocional.
Media hora después, estaban en el bar del resort, rodeados de turistas, camarógrafos y el sabor amargo de los recuerdos.
Sofía bebió rápido. Demasiado rápido.
—¿Sabés qué es lo peor de todo esto? —dijo, agitando su vaso vacío—. Que todavía sabés cómo hacerme enojar con una sola frase.
Tomás la miró.
—¿Y sabés qué es peor? Que todavía me importa.
Sofía parpadeó.
—¿Cuántos mojitos tomaste?
—Dos. Pero eso no lo dijo el ron.
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el amor de dos personas diferentes, el amor no existe para mi, el reencuentro con verdadero amor
Editado: 19.09.2025