Reencuentro IncÓmodo

Mentiras pasadas, verdades presentes

Sofía caminaba por la playa como quien escapa de una explosión… emocional.

Las olas le mojaban los pies, el viento le desordenaba el cabello, y su cabeza giraba más que el dron del fotógrafo.

—¿Celosa? —murmuró para sí—. ¿Yo? Por favor...

Pero no lo decía con convicción.
Porque la escena con Camila le había activado algo que no esperaba: una punzada real. Como si esa ex no fuera solo una molestia... sino un espejo.

—¿Y si no lo superaste tanto como decís, Sofía? —susurró el mar. O su conciencia.

Volvió al resort con la intención de evitar a Tomás, pero justo lo encontró... sentado en la pileta, con la mirada clavada en el agua y un gesto que no le conocía.
Uno que decía: Tengo algo que contar y no sé cómo vas a reaccionar.

—¿Puedo sentarme? —preguntó ella, ya sin la coraza.

—Siempre pudiste.

Sofía se acomodó en el borde, sin mirarlo.

—¿Estás bien?

—No —respondió él, directo—. Me quedé pensando en lo que dijiste… y en lo que nunca dijimos.

Ella giró.

—¿Otra vez con eso?

—Sofi… el día de tu cumpleaños, no fue solo que se me hizo tarde. Iba a ir. Iba a explicarte todo. Pero me llamaron de casa.

Ella frunció el ceño.

—¿Qué?

—Mi papá tuvo un infarto. Lo internaron esa tarde. Me subí al auto igual, pero cuando estaba por llegar, me llamaron de nuevo: lo llevaban a cirugía. Me di media vuelta y volé al hospital.

Sofía lo miró como si intentara leer entre líneas.

—¿Y por qué no me lo dijiste?

—Porque vos me bloqueaste antes de que pudiera.

Silencio.

—Te mandé cinco mensajes, Sofía. Uno con una foto del hospital. Otro explicando. Y vos no los leíste.

Ella abrió la boca. Cerró. Volvió a abrir.

—Yo... pensé que era una excusa. Que te habías ido con Camila.

Tomás suspiró.

—Camila apareció después. Cuando todo ya estaba roto. Yo no la busqué. Solo… me dejé llevar.

—¿Y lo nuestro? ¿También fue eso? ¿Algo que te dejaste llevar?

—No —dijo él, mirando por fin sus ojos—. Lo nuestro fue lo más real que tuve. Por eso dolió tanto que terminara así. Sin cierre. Sin verdad.

Sofía tragó saliva.

El corazón le latía fuerte. Pero no de rabia.
De duda.
De algo que empezaba a romperse por dentro… para dar lugar a otra cosa.

—Tengo que pensar —dijo, levantándose.

—Pensá todo lo que quieras. Pero no olvides esto: yo sí te amé, Sofía. Hasta el último minuto.

Ella se fue, con los pies descalzos y la mente hecha un torbellino.

Y por primera vez, el recuerdo ya no era tan claro como creía.




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