La noche había caído sobre la isla con una lentitud cinematográfica.
El cielo estaba tan lleno de estrellas que parecía exagerado.
Y el resort preparó una "Velada Romántica Bajo las Luces" como parte de la campaña.
Sí, con música en vivo, velas, parejitas y… más cámaras.
Sofía llegó tarde, vestida con un vestido liviano que no recordaba haber empacado.
Seguramente cortesía de la producción, con un cartelito que decía: "Queremos que brilles, reina."
Y vaya si lo hacía.
Tomás ya estaba ahí, con una camisa abierta en el pecho y un vaso de vino blanco.
Cuando la vio, se enderezó, y su sonrisa se le cayó sin querer.
Sofía era… Sofía. Pero también era algo que ya no podía tener sin permiso.
—¿Podemos fingir por última vez que no somos un desastre? —preguntó ella, tomando asiento frente a él.
—¿Fingir? —dijo él—. ¿O admitir que nunca lo dejamos de ser?
Un dúo acústico comenzó a cantar una versión lenta de “Perfect” de Ed Sheeran.
Y el momento se volvió incómodamente íntimo.
—¿Bailamos? —preguntó Tomás.
—¿Y si digo que no?
—No te va a creer nadie con esa cara.
Ella suspiró. Se paró.
Y bailaron.
No como en las películas.
Sino como dos personas que conocen los huecos del otro.
Como quienes alguna vez fueron hogar y ya no saben si volver es peligroso o inevitable.
—¿Sabés qué es lo peor de todo? —dijo Sofía, con la cabeza apoyada en su pecho.
—¿Qué?
—Que me acuerdo exactamente cómo era estar enamorada de vos. Y no me gusta lo fácil que es… sentirlo de nuevo.
Tomás la apretó un poco más.
—Y yo me acuerdo de todo lo que perdí por orgullo. Y tampoco me gusta lo fácil que es imaginar qué hubiese pasado si no te dejaba ir.
La música siguió.
Y ellos…
Bailaron más de lo necesario.
Callaron más de lo que querían decir.
Y sintieron más de lo que estaban preparados para admitir.
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el amor de dos personas diferentes, el amor no existe para mi, el reencuentro con verdadero amor
Editado: 19.09.2025