A las 5:34 p.m., justo cuando Sofía estaba por salir a caminar para despejar su cabeza —y su corazón—, la alarma del resort sonó.
Un sonido agudo, prolongado.
Luego, una voz en altavoz:
> “Atención huéspedes: por cuestiones climáticas y de seguridad, les pedimos que permanezcan en sus habitaciones. Se pronostican fuertes tormentas eléctricas hasta nuevo aviso.”
Y como si el cielo esperara esa señal, los truenos rugieron al instante.
La lluvia no cayó.
Se desplomó.
El vidrio de la ventana vibraba con cada ráfaga de viento.
Sofía resopló.
Estaba atrapada.
Y peor aún: la aplicación del resort le notificó con entusiasmo que, como parte del “reto emocional de la semana”, debía compartir habitación… con su ex.
Sí.
Con Tomás.
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—¿Qué tipo de broma enferma es esta? —preguntó Sofía al entrar al bungalow, completamente empapada.
Tomás ya estaba ahí. En toalla.
Literalmente.
—Creí que eras servicio a la habitación. Me emocioné al pedo.
Sofía se pasó la mano por el cabello mojado.
—No tengo energía para tus chistes. El cielo se cae y vos pareces salido de un spa.
—Bueno, al menos entrá. Estás goteando más que el techo del comedor.
Ella lo miró con una mezcla de fastidio y risa contenida.
—¿Estás desnudo abajo?
—¿Querés ver?
—¡No!
—Entonces dejá de mirarme así.
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Durante la primera media hora, la tensión era tan palpable que podría haberse untado en pan.
Tomás le ofreció una remera seca. Sofía aceptó.
Se cambiaron por turnos en el baño.
Evitaron cruzarse la mirada como dos adolescentes mal heridos.
Hasta que…
se fue la luz.
—No puede ser —murmuró ella—. ¿Esto es una telenovela?
Tomás se rió.
—Con suerte no es de las que terminan con alguien muerto.
—No te preocupes. Si alguno muere, probablemente sea yo... de ansiedad.
Y entonces, como si el universo esperara ese momento exacto para vengarse, la linterna de emergencia cayó al suelo y se apagó.
Oscuridad total.
—¿Sofía?
—Estoy acá —respondió ella, desde la cama—. No grites, estoy a tres pasos.
—¿Estás bien?
—No. Estoy atrapada con vos, sin luz, con el corazón confundido y el alma hecha puré. Pero sí, todo perfecto.
Silencio.
Tomás se sentó en el borde de la cama.
—¿Qué fue lo peor de todo?
—¿Del viaje o de nosotros?
—De nosotros.
Ella dudó. Pero respondió.
—Que me hiciste sentir que todo lo que viví con vos… fue una etapa. Algo descartable.
Tomás respiró hondo.
—¿Y sabés qué fue lo peor para mí?
—¿Qué?
—Que después de vos, nadie más me hizo reír como vos.
Nadie me peleó con tanta pasión.
Nadie me abrazó en silencio sabiendo que no quería hablar.
Y yo lo arruiné.
Sofía se quedó quieta.
La oscuridad hacía más fácil decir lo que, a la luz, dolía más.
—¿Y qué querés ahora, Tomás?
—Una oportunidad para amar mejor.
No para volver a lo mismo.
Para construir algo nuevo… con la misma persona.
Ella lo sintió acercarse. Muy lento. Muy torpe. Muy humano.
El calor de su mano rozó la suya.
Y no se apartó.
—¿Estás temblando o soy yo? —susurró él.
—Creo que los dos.
Silencio.
Y entonces…
Un beso.
No como el primero.
No como el que grabaron.
No como el que se volvió viral.
Este fue distinto.
Más lento. Más sincero. Más de adentro.
Más como un “estoy acá, otra vez… pero distinto”.
Y cuando la luz volvió…
todavía estaban besándose.
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Al día siguiente, nadie preguntó por ellos.
Nadie necesitó hacerlo.
Porque en la mirada de Sofía…
Y en la sonrisa de Tomás…
Ya no había preguntas.
Sólo una respuesta:
“Quizás no volvimos. Quizás nos encontramos.”
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el amor de dos personas diferentes, el amor no existe para mi, el reencuentro con verdadero amor
Editado: 01.11.2025