—¿Estás lista? —preguntó Tomás, viéndola desde la puerta.
—¿Lista para qué?
—Para conocer a mi madre.
Silencio.
El tipo de silencio que precede a los huracanes o a las declaraciones de impuestos.
—Perdón, ¿me estás diciendo que hoy voy a conocer a la señora Tomás madre?
—Sí. ¿Por?
—¡¿POR?! Tomás, ¿me viste la cara? Tengo una espinilla gigante, me puse la remera que dice “sarcasmo nivel experto” y no tengo ni media neurona disponible para impresionar suegras.
—Mi mamá ama el sarcasmo. Y odia la gente que se maquilla mucho. Estás perfecta.
—Sos un psicópata optimista.
—Y vos una dramática profesional. Nos merecemos.
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Sofía llegó a la casa con una mezcla de náuseas, ansiedad y olor a perfume barato porque se lo tiró encima en el taxi como si fuera agua bendita.
La mamá de Tomás abrió la puerta.
—¡Hola! Vos debés ser Sofía. Entrá, querida. Me encanta tu remera.
—¿En serio?
—Sí. Ya me caés bien. ¿Querés vino o querés fingir que tomás agua con gas como todas las influencers de ahora?
—Vino. Botella. Entera si es posible.
Se rieron.
Sofía pensó:
> Estoy ganando puntos. No la estoy arruinando. Todo va bien…
Hasta que entró el hermano menor de Tomás.
Y lo reconoció.
—¡¿TE ACORDÁS DE MÍ?! —dijo él, señalándola con una carcajada.
—¡Ah no! ¡Sos el tipo que me pidió el número en el boliche hace cuatro años y después vomitó en sus propios zapatos!
—¡Y VOS SOS LA QUE ME DIJO QUE ERA “demasiado hetero para su gusto”!
—¡Porque lo eras!
Tomás apareció con la cara entre las manos.
—Perfecto. Ya se conocen. ¡Hermoso reencuentro incómodo!
—¿Así se llama tu libro? —preguntó la madre.
—Y así se llama mi vida —respondió Sofía, brindando con el vino como si fuera una exorcista.
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Horas después, ya más relajada (o más ebria), Sofía fue al baño.
Y ahí pasó.
Se tropezó con un cactus.
Un cactus real.
En el baño.
¿Quién pone un cactus al lado del inodoro?
—¡AHHHHHHHHHHH! —se escuchó.
—¿Estás bien? —gritó Tomás desde el pasillo.
—¡ME ATAQUÉ CON UN CACTUS EN EL TRASERO! ¡NO ENTRES! ¡MI DIGNIDAD YA ESTÁ EN COMA!
El hermano de Tomás se tiró al piso de la risa.
La madre, muy tranquila, gritó:
—¡Tiene nombre! Se llama Alberto. El cactus. ¡No lo maltrates!
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De vuelta en casa, ya en pijama y con una bolsa de hielo en una zona estratégica, Sofía suspiró:
—¿Quién sobrevive a conocer a su suegra, reencontrarse con un ex borracho, ser atacada por un cactus y encima mantener la dignidad?
Tomás se acercó y le dijo:
—Alguien que podría protagonizar su propia sitcom. Y encima, vender millones de libros.
—¿Querés hielo también?
—¿Dónde te lo pondrías?
—No preguntes. No querés saber.
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Al día siguiente, su libro debutó número 3 en tendencias.
Pero lo mejor fue el comentario de una lectora:
> “Gracias, Sofía. Me hiciste reír hasta llorar y llorar hasta reír.
Si el amor es incómodo, que me incomoden así todos los días.”
Y ella sonrió.
Porque por fin, estaba escribiendo su historia en voz alta… con todas sus ridiculeces incluidas.
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el amor de dos personas diferentes, el amor no existe para mi, el reencuentro con verdadero amor
Editado: 01.11.2025