Reencuentro IncÓmodo

– La abuela, el lío y la confesión que nadie pidió

Todo empezó con un mensaje de voz de mamá:

> “Sofía, este sábado viene la abuela a almorzar. Dice que quiere conocerte en modo adulta responsable con novio estable. Así que peinate, cociná algo y no digas malas palabras. Bueno, una o dos sí, para que no sospeche.”

Sofía entró en pánico.

—Tomás, ¿tenés un traje?

—No.

—¿Sabés preparar comida sin usar microondas?

—Tampoco.

—Estamos condenados.

---

La abuela se llamaba Teresa, pero todos le decían Teté.
Tenía 82 años, uñas color fucsia, una cuenta de TikTok donde subía videos bailando con su perro, y una cartera con un spray de defensa personal, un frasco de crema antiarrugas y una petaca de ron.

—¡Mi Sofi hermosa! —dijo entrando como estrella de telenovela—. ¡Ay, pero qué chico lindo trajiste!

—Él es Tomás, abuela.

—Hola, señora Teresa. Un gusto.

—Decime Teté. Si me decís señora me siento en el geriátrico.

—Ok… Teté.

—¿Vos sos el que salió en el reality ese donde se besaban todos con todos?

Sofía escupió la soda por la nariz.

—¡ABU!

—¿Qué? Yo veo todo. ¡Me encanta el drama ajeno! Pero te digo, vos eras más simpático cuando tenías el pelo más largo.

Tomás se rió.

—Tomás, no te rías. Ella te va a destruir emocionalmente antes del postre.

—No, si me cae bien —dijo Teté—. Además, tiene espalda. Literal. Mirá esos hombros, Sofi. ¡¿Y vos querías dejarlo por ese Lucas que parecía una planta de interior?! ¡Por favor!

---

La comida fue una catástrofe.
Sofía intentó hacer lasaña.
Quedó como una torre de Pisa, pero derretida.
Tomás se ofreció a pedir delivery, pero la abuela dijo:

—No importa. He comido cosas peores en los años 60. ¿Ustedes saben lo que era el arroz de protesta?

---

Después del postre (helado derretido y sospechosamente alcohólico), Teté sacó una caja.

—Esto es para vos, Sofía. Es mi diario íntimo. Escrito a mano, con errores, con borrones… pero real. Quiero que algún día lo leas. Quizá te sirva para otro libro.
Y si no, para que te des cuenta de que todas las mujeres de esta familia nos enamoramos de hombres que nos dan ganas de matarlos... pero también de abrazarlos al mismo tiempo.

Sofía se quedó helada.

—¿Me estás regalando tu diario?

—Y sí. Vos contás historias, ¿no? Bueno… la mía también vale.

—Te amo, abuela.

—Lo sé. Y yo te amo a vos. Por eso te digo esto con todo el amor del mundo:
“No pierdas tiempo con dudas pelotudas. Si te hace reír, te cuida y te calienta… QUEDATE.”

Silencio.

Tomás casi llora.

—¿Eso era para mí o para ella? —preguntó él.

—Para los dos. Pero sobre todo, para vos. Porque si la hacés sufrir, te juro que vuelvo del más allá y te arranco las pestañas una por una. ¿Estamos?

—Clarísimo.

—Perfecto. Ahora vamos a ver videos de gatitos en mi tablet. ¿Tenés WiFi?

—Sí.

—Y mate. ¿Tenés?

—Sí.

—Entonces te ganaste el visto bueno de Teté.

---

Esa noche, Sofía se quedó leyendo algunas páginas del diario.

Descubrió a una abuela joven que se había escapado de su casa para vivir con un músico hippie.
Que había trabajado vendiendo empanadas, bordando nombres en toallas y hasta como doble de riesgo en una película paraguaya olvidada.

Y escribió frases como:

> “A veces, la vida no se trata de encontrar lo perfecto… sino de elegir lo que te hace bien aunque venga con bordes rotos.”

> “Hay que tener huevos para amar. Y ovarios para quedarse cuando la pasión se convierte en rutina.”

> “El amor no siempre te salva. Pero te enseña a nadar.”

Sofía cerró el diario.
Miró a Tomás dormido en el sillón.
Roncaba.
Tenía baba en la comisura.
Estaba despeinado.

Y aun así…
Era todo lo que quería.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.