Todo iba perfecto.
Sofía tenía una firma de libros programada en una librería hermosa, con lucecitas de navidad colgando y olor a café con vainilla.
Había preparado su mejor look: pelo suelto, jean de escritora cool y una remera que decía:
> “No soy dramática, solo escribo como hablo.”
Tomás iba a acompañarla.
Teté también (con una gorra que decía “Team Nieta”).
Y todo era paz.
Hasta que ocurrió lo impensado.
---
—¿Y ese? —susurró Tomás desde la fila de sillas, con el ceño fruncido.
—¿Cuál?
—Ese. El de la bufanda de poeta frustrado. El que te mira como si supiera tu segundo nombre y tu orden de nacimiento.
Sofía se puso blanca.
—No puede ser.
—¿Quién es?
—Lucas.
—¿LU-CAS? ¿Lucas el paquete anónimo?
—Lucas el cactus emocional que no entendió las indirectas.
Tomás se paró.
—No, no, no. No podés aparecer así en la firma de libros de tu exnovia como si fueras una metáfora de Bukowski.
—Tomás, tranquilizate. Estamos en una librería. Hay niños. Hay adultos. Hay cámaras. No hagas una escena.
—¿Y si la hago chiquita?
—No.
—¿Y si lo encaro en modo pasivo agresivo?
—Tampoco.
—¿Y si le recomiendo terapia?
—Después. ¡Ahora volvé a sentarte!
---
Lucas esperó al final de la firma.
Hizo fila.
Con libro en mano.
Y cara de actor de cine europeo al que le cortaron el presupuesto.
Cuando llegó su turno, dijo:
—Hola, Sofi.
—Hola, Lucas.
Silencio.
Más silencio.
Teté apareció detrás, con una medialuna en la mano y la boca llena.
—¿Quién es este? ¿El delivery?
—No, abuela. Es Lucas.
—Ahhh… el que parecía que escribía poesía pero en realidad era un poema de desilusión.
Lucas tragó saliva.
Tomás, desde el fondo, saludó con una sonrisa pasivo-agresiva que decía: “Tengo el WhatsApp de un abogado.”
Lucas habló:
—Solo vine a decirte que leí tu libro. Que me vi ahí. Y que… tenías razón en todo. Yo era un idiota.
Sofía lo miró.
Sintió muchas cosas:
Rabia.
Tristeza.
Un poco de lástima.
Y hambre.
—Gracias por decirlo, Lucas. Pero este libro ya está escrito. Y vos ya sos un personaje secundario. No puedo editar lo que fue. Solo escribir lo que sigue.
—¿Y hay lugar para mí en lo que sigue?
Tomás se acercó.
—Solo si querés ser el villano simpático. O el que limpia la escena final.
Lucas sonrió, un poco dolido pero resignado.
—Está bien. Me lo merezco.
Gracias por escribirme, aunque haya sido sin querer. Y suerte con todo.
Se fue.
Teté lo miró con lástima.
Y le gritó desde la puerta:
—¡Y comprá aloe vera! ¡Para las quemaduras de ego!
---
Esa noche, Sofía y Tomás volvieron a casa.
Ella se sacó los zapatos.
Se tiró al sillón.
Y dijo:
—¿Creés que estuve bien?
—Estuviste épica. Serena. Firme. Reina absoluta del closure emocional.
—¿Y vos?
—Yo me contuve. No le tiré una maceta. Ni le leí fragmentos del libro con tono burlón. ¿Querés que lo haga ahora?
—No. Quiero pizza.
—Perfecto. Porque yo también.
Y pidieron pizza.
Y vieron una película tonta.
Y rieron.
Y se besaron.
Y entendieron algo importante:
Cerrar capítulos… también se trata de firmarlos con tu propio nombre.
#1102 en Novela contemporánea
#1609 en Otros
#523 en Humor
el amor de dos personas diferentes, el amor no existe para mi, el reencuentro con verdadero amor
Editado: 01.11.2025