El viaje empezó mal desde el minuto uno.
Sofía llegó puntual al punto de encuentro, con una valija organizada, un termo de café y su portátil lista para escribir.
Tomás, en cambio, apareció cuarenta minutos tarde, con una mochila, un perro ajeno siguiéndolo y una expresión que mezclaba orgullo y confusión.
—¿Por qué tenés un perro? —preguntó Sofía, cruzándose de brazos.
—No tengo idea. Me siguió desde la estación. Se llama Pancito… creo.
—¿Y cómo sabés eso?
—Porque le grité “¡pancito!” cuando me robó una factura y vino corriendo.
Sofía lo miró incrédula.
—Perfecto. Vamos a escribir un libro, sobrevivir tres días en una cabaña sin señal y encima cuidar un perro cleptómano.
—Suenan como ingredientes para un bestseller —dijo Tomás, mientras Pancito se subía al auto.
El camino a la cabaña fue una prueba de paciencia.
Sofía, al volante, intentaba concentrarse en el GPS, mientras Tomás hablaba sin parar.
—¿Sabías que los lobos aúllan más durante luna llena porque se sienten solos?
—¿Sabías que yo también aúllo cuando alguien no se calla?
El auto dio un salto en un bache. Pancito ladró indignado.
—Tranquilo, socio —dijo Tomás—. Ella maneja así cuando está feliz.
—Tomás, te juro que si no frenás tu humor, te bajo a vos y al perro en medio del monte.
Tres horas después, llegaron a la cabaña. Era una construcción de madera junto a un lago, rodeada de árboles y silencio. Demasiado silencio.
—Esto parece el escenario de una película de terror —murmuró Sofía.
—Exacto, la nuestra —bromeó Tomás.
Entraron. Todo olía a pino y humedad. Una nota en la mesa decía:
> “Disfruten de su retiro creativo. No hay señal, pero hay inspiración.”
Sofía suspiró.
—Inspiración… y seguramente arañas.
Tomás, sin inmutarse, abrió su laptop.
—Bueno, empecemos. ¿Qué título le ponemos al primer capítulo de nuestra historia dentro del libro?
—“Errores cometidos bajo la influencia del café”, suena apropiado.
—O “Cómo perder la cordura en tres días”.
Pancito ladró como si votara.
El primer intento de escribir fue un desastre. Sofía quería planificar la trama, Tomás improvisar.
—¡No podés meter un beso en la página dos! —protestó ella.
—Pero es literatura romántica, tiene que enganchar.
—Sí, pero no con saliva tan pronto.
La discusión terminó cuando Pancito se subió a la mesa y tumbó la taza de café sobre el teclado.
Tomás soltó un grito.
—¡Mi laptop!
—Eso te pasa por invocar besos tan rápido.
Horas más tarde, cuando el sol cayó, el caos había cedido un poco.
Sofía salió al porche con una manta y miró el lago.
Tomás se acercó con dos tazas.
—Tranquila, aprendí a preparar café sin explosiones.
—Eso ya es evolución.
Se sentaron en silencio. Por primera vez en mucho tiempo, no hubo sarcasmos ni gritos. Solo el ruido del viento y el perro roncando en el suelo.
—¿Sabés qué pienso? —dijo él.
—Temo preguntar.
—Que tal vez lo nuestro no terminó mal. Solo… en pausa.
Sofía bajó la vista, pero no respondió.
Y justo cuando el momento parecía volverse demasiado íntimo, Pancito se tiró encima de ambos, derramando el café.
—¡Perfecto! —dijo Sofía riendo—. Hasta el perro conspira contra el romance.
—Nah —replicó Tomás, secándose la camisa—. Creo que solo quiere su capítulo en el libro.
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el amor de dos personas diferentes, el amor no existe para mi, el reencuentro con verdadero amor
Editado: 30.10.2025